Hay dos momentos en la biografía del fallecido Mijail Gorbachov que explican y configuran perfectamente los hechos que estamos viviendo ahora con Putin. El primero es el intento de golpe de estado de agosto de 1991 en contra de la glástnost (transparencia) y la perestroika (reestructuración), reformas que Gorbachov impulsó con la oposición de los sectores más conservadores y una parte significativa de la población rusa. La operación fue organizada y llevada a cabo por un núcleo de viejos dirigentes de la KGB, con el apoyo de la rama más fundamentalista del Partido Comunista.
El complot, en cierto modo, fracasó. Pero Gorbachov acabó dimitiendo pocos meses después. Y el 25 de diciembre de aquel año, la URSS dejó de existir. Boris Yelsin, que se erigió en defensor de la democracia, salió reforzado. Y más tarde, después de un mandato convulso, enfermo y debilidad políticamente, propondría a Putin como su sucesor.
El segundo momento no tiene fecha definida ni confirmación oficial. Se trata de un compromiso implícito contraído por Washington de no ampliar la OTAN hacia el este, aprovechando la crisis que los cambios estaban provocando en Rusia. Esto no sucedió, y dio argumentos a Putin para enarbolar el derecho a intervenir políticamente y militarmente en territorios fronterizos. Según el actual presidente de Rusia, Gorbachov se dejó engañar por los poderes occidentales.
Pero el hecho que no triunfara aquella primera maniobra del sector más conservador de la KGB contra Gorbachov no quiere decir que los servicios de inteligencia no acabaran ocupando el poder en Moscú. Perdieron los nostálgicos, pero, a la larga, ganaron los pragmáticos.
Ideología imprecisa
Para empezar, Putin no se representa solo a sí mismo. Los servicios de inteligencia occidentales han hecho correr la imagen de una invasión armada de Ucrania, fruto de una decisión personal: la guerra de Putin. Y los medios de comunicación han caído en la trampa, con una ingenuidad que llama la atención. Putin construye una visión del mundo a partir de su vocación de espía. Cómo sucedió a buena parte de sus compañeros de profesión, hizo suya la aspiración de una Rusia hegemónica, digamos imperial, desde que, en 1985, era un joven agente anónimo de la KGB en Dresde (Alemania oriental), en un papel oficial de traductor. El sueño se convirtió en ideario después del colapso del Gobierno Comunista en Alemania oriental (1989), y la disolución de la Unión Soviética (1990-1991).
El marco ideológico de Putin acabaría derivando en una mezcla imprecisa de economía de mercado (sometida a los intereses del Estado), democracia controlada y anhelo imperial, muy típica de los núcleos postcomunistas de la KGB de la época. ¿Era un demócrata? Un poco, pero no mucho, a pesar de que estuvo ligado a políticos de este pensamiento. Prefería la autocracia. ¿Era un liberal? Un poco, pero no mucho. A pesar de que, en un principio, favoreció las privatizaciones de los sectores más poderosos de la economía soviética. Ahora es partidario del control desde el Estado. ¿Era un hombre religioso? Un poco, pero no mucho. Utilizaba y utiliza la religión.
En este último sentido hay una anécdota muy significativa. Durante la celebración de un Domingo del Perdón, el último antes de la Cuaresma ortodoxa, Putin preguntó si tenía que pedir perdón siendo, como era, el presidente de la Federación rusa. Putin y los sectores que le apoyan quieren que la religión se convierta en el vínculo entre el Kremlin y el pueblo ruso para llegar al sueño de la gran Rusia imperial.
Y en este contexto, es donde hay que ubicar las figuras del ideólogo neonacionalista Alexander Duguin (su hija fue asesinada en un reciente atentado), y del empresario Konstantin Maloféiev, el financiador de un movimiento ultra de carácter global, que defiende el fundamentalismo cristiano frente a la perversión de la sociedad occidental.
Catapultado por la KGB
Y ahora nos podemos plantear una de las preguntas clave: con este equipaje ideológico (autocracia, capitalismo de Estado y religión), ¿pretendía convertirse Putin en un líder popular? ¿Quería conquistar el poder? Un poco, pero no mucho. Antes de desembarcar en Moscú, Putin prefería permanecer en segunda línea, controlando todos los movimientos desde el lado incógnito del poder. Nada permitía augurar un papel histórico para aquel personaje aparentemente tímido, anodino e ideológicamente indefinido e indefinible. Había sido entrenado por no dejar rastro.
Un libro fundamental, escrito por la periodista de investigación Catherine Belton, formula esta hipótesis osada, pero muy bien documentada: la trayectoria de Putin apuntaba a una larga y tal vez provechosa carrera dentro de los límites de la KGB y del FSB, el organismo de inteligencia que toma el relevo a partir del año 1995. Putin no llega a la cumbre del poder por voluntad propia, como si fuera fruto de una pasión personal, un capricho, rodeado de fieles a su servicio. No. El libro, titulado Putin’s people (traducido cómo Los hombres de Putin), explica cómo un individuo de bajo perfil, con mentalidad y vocación de espía, instigado e impulsado por sectores muy poderosos, conecta con una parte significativa de la sociedad rusa y llega a condicionar la política global.
A Putin lo catapultan hacia el Kremlin. Y cuando finalmente llega a la cumbre, en Moscú, como “presidente de todas de las rusias”, lo alientan a comportarse como un auténtico Zar.
Los errores de Washington
¿Washington conocía o intuía estos movimientos? Imposible saberlo. Es probable, sin embargo, que no los supiera interpretar adecuadamente. Porque, desde un principio, incurrió en un error detrás otro. Ya con la caída del comunismo, un Washington eufórico, con el apoyo de sus aliados, cometió la imprudencia de pretender ampliar la OTAN hasta prácticamente las puertas de Moscú. Y esto fue percibido por el Kremlin como una amenaza intolerable.
El poder empresarial norteamericano pensó que la vieja Rusia estaba en venta. Conectó con las diversas oligarquías precapitalistas, muchas ligadas a sectores mafiosos y/o conectadas con algunas de las varias ramas de la KGB. Banqueros de pasado turbio, empresarios recientemente enriquecidos en unos procesos de privatización más que sospechosos, exdirigentes de los servicios de inteligencia acostumbrados a gestionar las cloacas del Estado…, un cóctel explosivo que favoreció e, incluso apadrinó, la llegada de Putin, cuando Boris Yelsin ya estaba más que amortizado.
El libro de Belton cuenta una anécdota, con rango de categoría, que muestra la ofuscación en la que operaban los centros de poder norteamericanos. En una de las visitas de Putin a los Estados Unidos, y después de defender la economía de mercado y las privatizaciones ante destacados empresarios, recibió personalmente Lee Raymond. Era el director ejecutivo de ExxonMobil, entonces la compañía petrolera más grande del mundo. Raymond puso la directa y anunció a Putin que tenía la intención de comprar YukovSibnev, el gigante ruso. Primero, adquiriría alrededor de 50% de las acciones, y después iría tomando el control total. Putin, que entonces era partidario de un intercambio discreto de acciones, quedó conmocionado. Lo consideró un intento de intromisión intolerable.
Khodorkovski, el principal accionista Yukos y adversario político de Putin, el hombre más rico de Rusia, cayó en desgracia. Fue encarcelado durante 10 años, después indultado y ahora vive en Londres. Yukos se descompuso y quebró. El negocio del petróleo ruso, mediante prestidigitación financiera, cayó en manos de los antiguos dirigentes de la KGB, ahora bajo la dirección del FSB.
Cuando Catherine Belton habla de la gente de Putin, no se refiere al círculo que aplaude de forma servil sus ocurrencias, sino a aquellos que guían el presidente ruso por las veredas de sus intereses personales e ideológicos. Putin se convierte así en la contrafigura de Gorbachov. El subtítulo del libro es bastante significativo: “Como la KGB recuperó Rusia y después se enfrentó en el Occidente”.



1 comentari
No sé cómo se pueda hablar de los recientes acontecimiento de Putin e de Rusia y de Ucrania ignorando o queriendo
ignorar lo que Putin hizo antes en Chechenia y después sobre todo en Siria. Para ganar, un montón de muertos y de expatriados y en muchas zonas tierra quemada, ciudades preciosas bombardeadas etc.. Todo esto con el pretexto del terrorismo. Había también en Siria, una parte de combatientes que, o por elección, o por exasperación, se volvieron al terrorismo, pero Asad, amigo de Putin, en parte favoreció en gran parte la contaminación de los opositores al régimen liberando de la cárcel 60.000 jihadistas y delincuentes , y después – dice el arabista francés Gilles Kepel – ayudó Isis a entrar en Siria, lo que permitió a Putin che pidiese la ayuda de la Rusia. En conclusión, Putin, desde cuando fue nombrado Presidente, hizo solo guerras y llevó al desastre lo que había todavía de bueno en Rusia.