Llegué a la Unión Soviética como corresponsal de TVE en el verano de 1990. Hacía cinco años que Mijaíl Gorbatxov había sido nombrado secretario general del PCUS, el partido comunista de la Unión Soviética. Las consecuencias de la reforma del sistema soviético que había puesto en marcha ya eran muy evidentes para bien y para mal. Pero con ese dirigente en la URSS, parecía que el mundo había tenido un golpe de suerte.
Mucha gente recuerda a Mijaíl Gorbatxov como el político que fracasó en su intento de democratizar la Unión Soviética, pero también es justo no olvidar que durante su mandato el país gozó de la mayor libertad que nunca ha tenido. Además, aunque por pocos años, durante el liderazgo de Gorbatxov el mundo vivió más tranquilo y con la esperanza de que la tierra podía ser un sitio mejor. Gorbatxov introdujo una nueva forma de hacer en las relaciones internacionales que ahora ha quedado liquidada con la invasión rusa de Ucrania.
En ese intento de Gorbatxov de reformar el sistema social, político y económico de la Unión Soviética -conocido como Perestroika-, jugó un papel destacado la libertad de información y la transparencia que se conocería como Glasnost. Cada noche el informativo oficial de la televisión, Vremia, nos sorprendía con más informaciones de las cosas que no funcionaban en el país y de las quejas de la gente por las numerosas deficiencias.
Esa libertad de información incluía la denuncia en periódicos y revistas de la criminal represión estalinista. Pero también salían otras historias que habían permanecido escondidas durante muchos años. Recuerdo, por ejemplo, haber ido a Ekaterimburgo siguiendo una nota del diario oficial Pravda en la que se decía que se habían encontrado los restos de la familia de los Zares, asesinada por orden de Lenin. Según nos explicaron los protagonistas de la noticia, hacía más de veinte años que habían hecho el hallazgo, pero hasta que no llegó Gorbatxov no se atrevieron a divulgarlo.
El primer y último presidente de la URSS intentó llevar a la práctica su convicción de que el sistema soviético podía reformarse hacia una socialdemocracia, manteniendo la unión de todas las repúblicas. Fue fiel a sus convicciones democráticas abriendo la mano y repartiendo el poder con las diversas instituciones del país, pero los distintos dirigentes soviéticos no le correspondieron.
Con la Perestroika de Gorbatxov cada día éramos testigos de un hecho inédito en los setenta años de vida de la Unión Soviética: la primera manifestación autorizada de opositores en el gobierno, la primera misa en una catedral del Kremlin, la primera procesión religiosa en la Plaza Roja, la autorización masiva para la emigración de judíos a Israel, la apertura de la primera tienda privada en San Petersburgo, la mayor inauguración del Mc Donald’s del mundo en el centro de Moscú…
Y en todo esto veíamos a Gorbatxov muy solo, luchando contra todos los elementos, siempre con amenazas de golpe de estado, que finalmente se hicieron realidad. El secretario general del PCUS tenía la oposición dentro de su propio partido, de esos que no querían unos cambios que significarían el final de sus prebendas.
La reforma de Gorbatxov tampoco tuvo el apoyo de aquellos que entonces llamábamos demócratas radicales. Seguramente aconsejados por Occidente, atacaban al líder soviético porque ellos eran partidarios de introducir el capitalismo de golpe, sin tener en cuenta cómo hacerlo, ni las consecuencias en la vida de la gente.
Cuando preguntabas en la calle, sentías que la población no estaba contenta con los cambios. Como decía una secretaría de la corresponsalía, con la libertad no se come. Y es que con la liberalización se colapsó el funcionamiento del país en el que todo era estatal y muy deteriorado. La red de producción y distribución, que se basaba en las relaciones y el intercambio entre repúblicas, desapareció. La crisis económica era brutal y la carencia de productos y de comida, escandalosa. Todo el mundo echaba la culpa a Gorbatxov.
En el ámbito de las relaciones internacionales, vivimos unos años esperanzadores. Parecía que el mundo podía ir mejor. La convicción de Gorbatxov de que los conflictos entre países debían resolverse a base de cooperación internacional llevó al final de la guerra fría. Asistimos a la firma de acuerdos para la limitación y la reducción de armas nucleares entre la URSS y Estados Unidos, al acuerdo por la reunificación de Alemania, a los intentos de resolver los conflictos de Oriente Medio…
Ahora bien, el presidente de la URSS se ha ido sin que sepamos porque no pidió por escrito las promesas que le hicieron Alemania y Estados Unidos a cambio de las concesiones soviéticas. Gorbatxov tampoco forzó a que se acordara claramente un nuevo orden mundial para sustituir la guerra fría. Si se hubiera hecho, quizás hoy todo habría sido más fácil.
Entonces los líderes y los ciudadanos de los países occidentales estaban encantados con ese dirigente de la URSS. Pero todo cambió tras el intento de golpe de estado dirigido por parte de la cúpula del PCUS, que Gorbatxov no pudo o supo evitar. Finalmente, Occidente apostó por el presidente de Rusia, Boris Yeltsin, al que consideraba más capaz de realizar los cambios que Gorbachov había comenzado.
Desde el mes de agosto de 1991 hasta el 25 de diciembre de 1991, asistimos a una lucha descarnada entre el presidente de Rusia y el de la URSS. Gorbatxov intentaba desesperadamente mantener la unión de las repúblicas soviéticas, mientras Yeltsin quería separarlas, convirtiendo a Rusia en la heredera de todo lo que había tenido la URSS, desde la economía a las armas nucleares.
Cuando los dirigentes de Ucrania, Bielorrusia y Kazajistán, animados por la perspectiva de conseguir todo el poder en sus repúblicas, siguieron al presidente de Rusia, ya fue el fin de la URSS y de Gorbatxov. Así, Yeltsin se convirtió en el verdadero responsable de la desaparición de la URSS, con gran satisfacción del mundo capitalista, que logró más de lo esperado.
Tengo una imagen grabada en la memoria de esa época. Un montón de periodistas rodeábamos a Gorbatxov para entrevistarle y luchábamos entre nosotros para tratar de estar más cerca. En medio del caos, Gorbatxov dio un golpe involuntario a alguien. Enseguida le cogió la mano e hizo el gesto de darle un beso para disculparse. Éste era el talante respetuoso, empático y humano de quien fue el primer y último presidente de la URSS.


