Rosa Esteve i Florensa cayó de una silla durante la mañana del viernes 9 de julio de 1926. Preparaba con esmero el engalanado de su kiosco de Provença con Rogent, con herederos en la actualidad, prueba de cómo la prensa escrita ha sido un motor cotidiano para la Humanidad durante más de un siglo.

La pobre mujer, residente en el carrer de Coll i Vehí 68, se fracturó la tibia mientras la tinta volaba por los aires, solidificándose con intermitencias, feliz de descender e impactar como una caricia en la cabeza de algunos mortales.

Uno de los afortunados es servidor, en más de una ocasión sintiéndome como el Comisario Ricciardi, un personaje de novela con capacidades innatas para visualizar el último instante de vidas ajenas, si bien en mi caso todo tiene algo de trampa porque mis poderes surgen de paseos combinados con un intento de agotar las fuentes disponibles, donde por desgracia a veces no hay mucha agua, aunque aquí sí la suficiente como para crear un pequeño periódico mural con la Historia de Coll i Vehi, antes llamada de San Matías y San Miguel.

Su recorrido se esboza en el mapa de 1871, no del todo vacío porque un lustro atrás la documentación nos enseña como Antonio Espinet pidió al arquitecto Antoni Rovira i Trias, famoso por su derrota histórica contra Ildefons Cerdà, un portal para propiciar la entrada de carros en sus propiedades, con toda probabilidad adquiridas de modo paulatino, pues otro escrito de 1851 nos muestra cómo compró unos terrenos en la cercana Joan de Peguera a nuestra querida Micaela de Borrás.

Mapa de 1871. En granate Rogent, en rojo lo que seria Coll i Vehí, en violeta Freser. La flecha verde muestra Les Cases Boada

Estos pequeños propietarios debieron ser la simiente del crecimiento de Coll i Vehí, dedicada desde 1908 a este escritor decimonónico, miembro de la barcelonesa Academia de las Buenas Letras, más célebre en su tiempo por el seudónimo de Garibay. San Matías y San Miguel fue moldeándose con pujanza en la década de los setenta del Ochocientos, cuando maestros de obra como José Servet, Joan Serra, Andreu Martí o Joaquim Rivera i Cuadreny, asimismo hiperactivo en aquellas fechas en Ruiz de Padrón, hicieron su agosto, luciéndose como pioneros de una línea recta donde más tarde trabajarían arquitectos prestigiosos como Domènech Mansana, Josep Alemany y otros colegas como Josep Graner, o al menos eso intuyo desde una serie de trazos estilísticos similares a los suyos en algunos inmuebles, por no mencionar cómo trabajó con profusión en el entorno durante el inicio del siglo XX.

El periódico mural de Coll i Vehí dibuja su personalidad sociológica, arquetípica del mundo obrero. Si fuera un pregonero de esos pequeños acontecimientos los desgranaría con un megáfono e informaría de cómo el 4 de agosto de 1910 una niña de tres años cayó por un balcón del número 71, causándose contusiones leves.

Las caídas, proseguiría, estaban a la orden del día. En abril de 1913, Pascuala Arbalat resbaló por la escalera de su casa, fracturándose la muñeca, mal menor, como cuchichearon los vecinos del número 139, modificado en 1917, cuando se unificaron estas plaquitas identificativas del lugar, aun así, como entenderán eso poco podía cambiar de los imprevistos destinos de tantas modestias, muy proclive a ser alimento de la pequeña crónica.

Lo demostrarían con creces otros breves. El 30 de abril de 1921, el tintorero Antonio Boronat iba tan tranquilo por el carrer de la Industria, ruta de regreso al número 61 de Coll i Vehí. Iría sumido en sus pensamientos cuando unos desconocidos irrumpieron de la nada hasta darle con un palo de madera en la cabeza.

Coll i Vehí desde Lorenzale | Jordi Corominas

No era el único vecino afectado por percances de mayor o menor enjundia. El 14 de mayo de 1923, Joan Pagés fue atropellado en el carrer del Clot, deteniéndose al chofer responsable mientras el pobre ciudadano tenía en vilo a su familia en su casa del 83 de Coll i Vehí, donde ignoraban la tragedia, sin duda anecdótica en comparación con la del joven Lampista José Ferrer, de tremebundo pronóstico tras precipitarse por esos azares de la existencia al patio de la obra donde laboraba en el número 93, con la brutal consecuencia de tener el tórax aplastado, la columna vertebral maltrecha y el cerebro conmocionado por el impacto acaecido en julio de 1925.

Durante esos años veinte la agitación en la calle se acompasaba con la de los aledaños, donde aún había muchos huecos libres, aprovechados por barraquistas, desalojados de nuestra protagonista en 1927 tras producir alarma el año anterior por un incendio en la vivienda de un trapero, indeseado para una comunidad esforzada, amante de comprar sus víveres en el colmado del número 8, más si cabe tras agosto de 1926 por aquello de solidarizarse con Ricardo Segura Mercadal, a quien le estalló un sifón en la mano, una tontería según su vecina Agustina Alcalde, veinte años mayor y estelar durante el invierno de 1929 al fracturarse la tibia y el peroné tras caerse en el carrer de la Independència, frente a los depósitos de la compañía de los ferrocarriles del Norte.

Coll i Vehí también disponía de fábricas, como la del número 59, atracada en 1935 y bien asegurada, como agradeció la empresa Lach Rovira en el periódico, algo que no pudieron hacer los caballos de un carro del servicio de limpieza municipal, fallecidos en setiembre de 1927 al romperse los hilos del alumbrado público.

La casa Grabulosa, al 96 de Coll i Vehí | Jordi Corominas

Paseo por la calle. Podría omitir otros datos del tintero, como mi fidelidad de recorrerla entre Rogent y Trinxant, com si su ampliación posterior a Navas o su tardía pavimentación fueran efemérides sin tanta chispa como la belleza de algunas viviendas, desheredadas de los titulares de este diario porque nadie hasta ahora, prometo enmendarlo dentro de unas semanas, ha dado con sus autores.

El número 56 podría concedernos pistas por el JS de su coronación, sin menospreciar sus características estéticas, de superior rotundidad, más recargada cuando contemplamos con admiración la fachada que abarca entre el 78 y el 82, minimalista por su decoración, extraordinaria en ese acierto de combinar pocas filigranas con la monocromía. Por su acabado me remite a Graner, quizá responsable del 96, la casa Grabulosa según Valentí Pons, donde su óculo abierto me traslada a la casa Ignasi Coll Portabella del mismo maestro de obra, notable, pero como todo el mundo con una serie de rasgos reconocibles, aquí notorios en la ornamentación, modernista popular parecida en sus ventanas a la de la casa Robert Juval del carrer Nació.

Detalle de la fachada del 78/82 de Coll i Vehi | Jordi Corominas

El 96 casi hace esquina con Lorenzale. A pocos metros se resume cómo Coll i Vehí jamás ha gozado siquiera de un mínimo aprecio por los gestores del patrimonio, partidarios de demoler para aumentar la densidad habitacional de la zona y gentrificarla. En el 103 hay una finca contemporánea, de 2017 según el catastro. Ese rincón protagonizó el mayor episodio histórico de la calle, cuando el 17 de octubre de 1939 la brigada políticosocial detuvo al murciano Juan José González Vázquez, alférez jubilado, a priori responsable de mandar el piquete de ejecución que fusiló en Alicante a José Antonio Primo de Rivera, algo desmentido en su principal biografía, obra de Joan María Thomàs, donde se atribuye la muerte a un pelotón mixto de la CNT y la FAI.

Lorenzale con Coll i Vehí. A la derecha, el número 103, donde detuvieron al que supuestamente debía dar la orden de ejecución de José Antonio Primo de Rivera | Jordi Corominas

Según este volumen, editado por Debate, el Guardia de Asalto no pudo ordenar a sus hombres disparar contra el fundador de Falange, algo irrisorio para sus captores y no digamos para la prensa manipuladora de esa inmediata posguerra.

Este hecho de verdad histórico debería ser recordado, así como todas las pequeñas teselas de represión de los primeros años tras la victoria franquista, entre otras cosas para no perder el recuerdo del sufrimiento de tantos vencidos, por lo demás publicado en los medios de comunicación afines y únicos, en absoluto avergonzados por ese tratamiento a iguales, en general humildes, como el Camp de l’Arpa y nuestra Coll i Vehí, al fin cuajada en la estela de un cielo común.

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