Hay instantes de tu vida que recuerdas para siempre, que sabes dónde estabas y con quién estabas, vivencias que te emocionaron e influenciaron para siempre. Para mí, uno de esos momentos fue en mi adolescencia cuando vi El crimen de Cuenca (1979) a finales de agosto de 1981. Quedé impresionado por su crudeza y, sobre todo, por la historia real que narraba, pero si la recuerdo especialmente es porque llevábamos un año y medio esperando el estreno y hablando de él, después de convertirse en la primera y única película censurada en democracia en España.
El director Víctor Matellano dirigía el documental Regresa el Cepa (2019), en un esfuerzo de recuperar la memoria de lo que supuso la producción de la mítica El crimen de Cuenca (1979), y las penalidades vividas hasta el estreno en las salas de cine. Un documental que se convierte, de forma involuntaria, en un tema de máxima actualidad cuando en realidad relata los eventos de la génesis, producción y censura de la película dirigida por Pilar Miró (1940-1997).
El afamado productor Alfredo Matas (1920-1996) quiso hacer una especie de El expreso de medianoche (Midnight Express, 1978) a la española. Dirigida por Alan Parker, con guion de Oliver Stone (que ganaría el Oscar al mejor guion adaptado) estaba basada en el libro homónimo autobiográfico escrito por Billy Hayes, un joven estadounidense que en 1970 es detenido en el aeropuerto de Estambul con hachís escondido en su cuerpo. A partir de ese instante, se convierte en un cabeza de turco (y nunca mejor dicho) por el gobierno del país, que quiere condenarlo de forma ejemplar, pasando un verdadero calvario encarcelado hasta que puede escapar en 1975, después de que lo hubieran condenado a treinta años de prisión. La película se recuerda por sus contundentes imágenes de torturas y malos tratos inhumanos a las que fue sometido, impactantes por ser tan explícitas y por el hecho de que esto había sucedido pocos años antes en un país fronterizo con Europa.
Dos guionistas trabajaron en paralelo en el guion de El crimen de Cuenca: Lola Salvador y Juan Antonio Porto, ambos protagonistas en el documental. Matas acabó aceptando la versión del guion que firmó Salvador Maldonado, seudónimo de Lola Salvador, quien firmaba así para que no se reconociera su identidad como mujer. Su versión, la definitiva, era mucho más explícita tal y como pedía el productor. Bastaba con encontrar al director de la película y el consejo que le dieron a Matas quedará para siempre: «El mejor hombre para dirigir la película se llama Pilar Miró».
Miró acababa de llevarle el guion de la película Gary Cooper que estás en los cielos (1980), que le aceptó con una condición: antes hay que dirigir El crimen de Cuenca. Un trabajo de encargo que se convirtió en toda una obra maestra y, involuntariamente, en un icono de la transición en España, en un símbolo de la libertad y del cambio real en las instituciones, en una época extremadamente convulsa entre los postfranquistas, los atentados terroristas, la guerra sucia de las fuerzas militares y, finalmente (o casi), el golpe de estado el 23 de febrero de 1981.

El crimen de Cuenca estaba basado en la historia real que sucedió en el pueblo de Ossa de la Vega. El 21 de agosto de 1910 desaparecía el pastor José María Grimaldos, conocido con el apodo de «El Cepa». Su madre denunció su desaparición, preocupados por la sangre que apareció en su habitación y acusó directamente a dos pastores compañeros, Gregorio Valero y León Sánchez, de matarlo para robarle el dinero que acababa de ganar vendiendo unas ovejas y que también habían desaparecido.
Tras el sobreseimiento del caso por falta de pruebas, tres años después llega un nuevo juez a Belmonte que, influenciado por el cacique local y por los diputados de derechas, decide reabrir el caso, recuperando la acusación a ambos pastores. Las torturas de la Guardia Civil hicieron que ambos confesaran el crimen y fueron encarcelados durante años en pésimas condiciones hasta que el 20 de febrero de 1924, once años después, fueron puestos en libertad sin motivo aparente, ya que habían sido condenados a dieciocho años de prisión.
Y en 1926 volvió El Cepa al pueblo a pedir el certificado de bautizo porque estaba a punto de casarse… en la iglesia donde vivía, a pocos kilómetros de allí, en un hogar que justo estaba frente a un cuartel de la Guardia Civil. Es evidente que las torturas fueron terribles hasta el punto de que dos inocentes reconocieran haber matado a otra persona, aunque no lo hubieran hecho, y era evidente que los torturadores eran guardias civiles, tal y como se retrató perfectamente en la película de Pilar Miró, muy fiel con lo que ocurrió en la realidad, hasta el punto de rodarla en los mismos lugares donde sucedió la historia original.

El guion no se pudo censurar porque ya no existía ese tipo de censura desde hacía pocos años. Pero sí que debía darse la licencia de exhibición, y es aquí donde el ministerio de cultura del momento no quiso mojarse y decidió enviar una copia al ministerio del interior que, pese a su malestar con la película, no quiso mojarse tampoco y lo envió a la justicia militar. El 31 de enero de 1980, a pocos días del estreno en las salas de cine, la justicia militar, teniendo en cuenta la ley de enjuiciamiento criminal, decretó el secuestro de la película El crimen de Cuenca por sus injurias a la Guardia Civil, y así abrió la posibilidad de que su equipo, especialmente su directora, pudiera ser juzgada por un tribunal militar con penas de prisión muy importantes.
Pese a la presión judicial y policial para secuestrar todas las copias de la película, saltó la sorpresa cuando fue seleccionada por la Berlinale de finales de febrero de 1980 y, milagrosamente, pudo proyectarse (parece que a la policía y a la guardia civil se les escapó alguna copia, vaya). En la proyección en el Festival de Cine de Berlín, algunos espectadores abandonaron la sala afectados por las terribles y explícitas escenas de tortura. No ganó ningún premio (quién sabe si por las presiones políticas desde España), pero la cuestión es que se había internacionalizado y la noticia de la censura se había convertido en un titular habitual en los periódicos y en la radio del país, durante un año y medio prácticamente a diario. No así en la televisión española, que apenas habló del caso. Una televisión politizada en los años ochenta, ¡qué curioso!

La «vergüenza nacional» duraría muchos meses, demasiados. El largometraje se convirtió en una película de culto y se hacían visionados privados en la clandestinidad. Diego Galán (1946-2019), en una de sus últimas entrevistas, afirmaba en el documental de Matellano que él hacía visionados en su casa, con fuertes discusiones porque había gente a favor y gente en contra de la prohibición, mostrando con esta afirmación la complejidad de la sociedad del momento.
Y llegó el golpe de estado del 23F, el 23 de febrero de 1981. Si hubiera tenido éxito probablemente Pilar Miró estaría la primera de la lista a fusilar. Ella hacía una semana que acababa de tener su hijo, Gonzalo Miró, y no quiso moverse de su casa, resignada a que pasara lo que tuviera que pasar. Y, aparentemente, no ocurrió nada, al menos el golpe de estado no tuvo éxito.
Aun así, era una época muy complicada y todavía tenía que pasar lo que se conoce como el «Caso Almería», del que también recomendamos la película El caso Almería (1984). El 7 de mayo de 1981 hubo un atentado terrorista de ETA en Madrid con varios fallecidos. Dos días después, tres jóvenes amigos viajan desde el norte del país a Roquetas de Mar para asistir a la primera comunión del hermano pequeño de uno de ellos. Durante el camino tendrían una avería en el coche y deberían alquilar otro para poder llegar a tiempo. Las prisas y el aspecto hicieron que en la oficina llamaran a la Guardia Civil sospechando que podían ser los terroristas de los que se habían difundido sus retratos robots en los medios.
Al día siguiente, aparecieron los cadáveres de los tres calcinados dentro del coche alquilado, los tres llenos de balas. La Guardia Civil alegó que los habían acribillado cuando huían de ellos y que, al caer por un terraplén, se había incendiado el coche. La realidad: los tres jóvenes murieron torturados esa noche en las dependencias de la Guardia Civil, esta vez se les había ido la mano demasiado, setenta y un años después. Y se descubrió la verdad, siete décadas después eran igual de listos los guardias.

El país estaba cambiando a paso de gigantes. Se cambió la ley para que la justicia militar nunca pudiera actuar sobre la sociedad civil. Ya podía estrenarse la película, eso sí, en verano, durante las vacaciones. Finalmente, se estrenó el 13 de agosto de 1982 con el objetivo de que pasara desapercibida. Y se produjo lo que hoy se conoce como «efecto Streisand», es decir, que todos fuimos a verla al cine, batiendo récords de recaudación y espectadores, durante meses.
El documental está rodado en los mismos lugares donde se filmó la película y recupera al actor Guillermo Montesinos como hilo conductor, por su simbología: fue el actor que interpretaba el personaje de El Cepa en la película dirigida por Pilar Miró. Además de Montesinos, aparecen hasta cuarenta personas entrevistadas, desde actores al equipo artístico de la película, además de autoridades y destacados políticos y expertos. Memorable el reencuentro de los actores José Manuel Cervino y Francisco Casares, en una cara a cara que rememoraba la escena de la tortura, el primero como pastor y el segundo como guardia civil. Víctor Matellano nos recuerda con su documental Regresa el Cepa (2019), cómo con el cine se puede contar la historia de un país, y cómo el cine también puede cambiarla. Esperamos que el documental sirva también para no olvidar y no repetir los mismos errores, hoy más que nunca.


