En su primera entrevista en TV3 tras la crisis de gobierno, Aragonès se desmarcó de cualquier obligación o necesidad de lograr un nuevo presupuesto. Más allá de reconocer que le iría mejor contar con unos presupuestos actualizados, no se ha mostrado interpelado por tener que afrontar en términos presupuestarios la situación inflacionaria que estamos atravesando.
Y es que el cambio de gobierno, sobrevenido por el órdago de la moción de confianza que planteaba Junts, ha puesto a Esquerra panza arriba. Desde la implosión del Procés, los republicanos confían en afianzar su hegemonía sobre el campo catalanista desde el principal soporte institucional del que pueden disponer: la Generalitat de Catalunya. Lejos de optar por alguna forma de actualización del Procés o incluso refundación del propio partido, ERC ha optado por interponer un gobierno entre su organización y todo lo demás.
Como es sabido, el Govern monocolor ampliado de ERC ha demarcado un territorio político sobre el que redefinir la centralidad en la política catalana. Va de suyo que en esa constelación el partido está llamado a ser el astro rey. La cuestión, claro, es si dicha apuesta es consistente con la situación actual de Catalunya o si por el contrario está abocada al fracaso. Para comenzar por la persistente división civil a la que Esquerra no quiere poner solución. Basta con pensar en la vacuidad de apelar al mitológico 80% como círculo concéntrico de la hegemonía independentista.
Parece bastante evidente, pues, que antes que gobernar, lo que preocupa Esquerra es consolidarse como primera fuerza independentista y, desde ahí, ocupar la centralidad de la política catalana. Para lograrlo se afirma en ser lo que Katz y Mair hace ya tiempo definieron como cartel-party. En contraste con el “partido de masas”, también conocido como “partido popular” (Volkspartei) o “partido atrápalo-todo” (catch-all party), el “partido-cártel” es aquel que afronta la caída de participación recurriendo al sustento estatal como medio de mantener (o incluso mejorar) su posición en el sistema de político.
Es importante hacer notar aquí el descenso histórico de participación que tuvo lugar en las últimas elecciones autonómicas. Un descenso que no solo señaló el dato de 2021 como el mínimo histórico de participación (51,29%), sino que lo hizo, precisamente, luego de una serie consecutiva de cuatro elecciones incrementando el índice desde el 56,04% en 2006 hasta el 79,09% en 2017. Nada menos que una caída de 23,05 puntos de golpe.
No es de sorprender, por tanto, que ante la implosión del Procés, Esquerra haya preferido escoger las instituciones como campo de batalla en el que hacerse fuerte y cosolidar el sorpasso a CiU y sus siglas herederas. Menos comprensible resulta que Junts confíe a la insistir en la movilización para librar su batalla; sobre todo si tenemos en cuenta la caída de participación en las acciones independentistas.
Así las cosas, todo apunta que Esquerra se ha decantado por salir de la crisis con un gobierno de partido antes que convertirse en un partido de gobierno. Tras esta opción se encuentra seguramente la convicción de que el año electoral que queda por delante, va a poder hacer valer los réditos del gobierno monocolor ampliado en las siguientes elecciones al Parlament. Una vez más, la agenda electoral vuelve a interponerse en la posibilidad de consolidar una acción de gobierno.
No de otro modo se comprende, en fin, la estructura de incentivos creada al incorporar independientes con cuestionadas simpatías en los aparatos de sus partidos de procedencia. No se trata de mero proselitismo. La cooptación de la portavoz de los Comuns, Elisenda Alamany para la candidatura de Ernest Maragall, pone de manifiesto todo un modus operandi propio del cartel-party: enviar la señal de por dónde se abre la ventana de oportunidad.
En los próximos meses tendremos ocasión de comprobar los resultados de esta operación. Pero a día de hoy, si atendemos a los resultados de Esquerra en los últimos lustros, no parece que haya dado malos rendimientos. Queda por ver, claro está, si la clausura del Procés viene acompañada de la restitución de los escenarios de antaño, en que el régimen del 78 aún gozaba de buena salud.


