Este sábado fui de paseo junto a los alumnos de la Librería Nollegiu con el objetivo de caminar por el Camp de l’Arpa. Como es comprensible, la visita fue muy útil para captar sus pensamientos sobre el barrio, encontrándonos con un espontáneo, muy significativo por sus opiniones en torno al patrimonio, sobre todo cuando clamó por derribar todo aquello no alineado según las aceras actuales.
Nos abandonó justo en la confluencia de Freser con Maragall, cuando un inmueble de Domènec Boada debió causarle un sarpullido o algo por el estilo. Nosotros seguimos el orden canónico de estos últimos artículos, y al alcanzar Muntanya comprobé cómo la síntesis había cuajado, desde Eterna Memòria como juntura separada hasta la inminencia de la súper illa, a simple vista innecesaria por la escasa frecuentación de coches hacia las dos de la tarde.
Muchos de mis acompañantes abogaban por tejer con más verde la calle, ahora desolada, si bien su ausencia ponderaba el predominio estético del skyline del lado izquierdo, con la secuencia de las casas Aragall Tuset, Uriach y Fullerachs como magnífica trilogía.
Íbamos solos, parándonos en la esquina de la última con Degà Bahí. La Fullerachs es célebre en el barrio por sus fachadas, una especie de alegoría, según me han contado muchos vecinos, a las montañas de su Montserrat y a su virgen.

En mi caso, siempre he mostrado mucha predilección por las peripecias de su autor, Josep Masdéu Puigdemasa, clásico de las Barcelonas y sin fin previsible, pues su repertorio es algo así como una mancha de aceite expandiéndose con orden, pero anárquico, a lo largo y ancho de Barcelona, desde Vallvidrera hasta la Font d’en Fargues.
En el Camp de l’Arpa, como hemos visto estas últimas semanas, su presencia también circula con este mismo proceder. En Ruiz de Padron o Rogent se manifiesta a las claras. Destaca y pasa desapercibido, sin contradicción por la tranquilidad de sus ubicaciones y las prisas de los seres humanos, poco educados en este sentido y demasiado acelerados para pararse a contemplar su legado.
Si lo hicieran, como mis alumnos, remarcarían cómo la Fullerachs se halla en una panorámica de excepción. La herencia de Uriach lo flanquea, mientras a la derecha una forma anaranjada conserva su misterio al carecer de información en los archivos y acrecentar los enigmas de Degà Bahí, una calle quizá a salvo de la obsesión por liquidarla, y así perpetrar el alargue de Provença hasta la Meridiana, al establecerse una normativa donde se limita el espacio en la cuadrícula para los vehículos privados.

A Fullerachs corresponde el 66. El 64 y el 62 son para la casa José March, donde se emplazó la sucursal en la barriada de la Cooperativa la Flor de Maig, aquí denominada Cooperativa la obrera Martinense, sin nada para su recuerdo una vez cesó actividad, no como acaece con La antigua del Camp de l’Arpa del carrer Fontova, preparada para resucitar en breve, o la Hormiga Martinense, en el carrer de Mallorca, frente al parking GRATSA.
Su maestro de obra fue Ramón Ribera Rodríguez, uno de los puntales constructivos de los aledaños, emperador de Muntanya de modo funcional y protagonista en algunos rincones del carrer del Clot, sólo por citar algunas de sus contribuciones, numerosas en comparación con las de Ramón Freixe Mallofre, arquitecto municipal de Llinars del Vallés, quien sin embargo en 1907 cumplió con el encargo de Josep Güell en el número 60.
Estas secundarias de lujo para Fullerachs rubrican la segunda trilogía de Muntanya. Su situación junto a Degà Bahí es una de esas bendiciones casuales y resulta muy tentador tomar esta calle para ir hacia Nació y desmentir en este tramo al espontáneo por una irregularidad discrepante en su alineación, con unas aceras bastante paupérrimas, perfectas para cavilar lo positivo de modificarlas hasta igualarlas con el nivel de suelo, tanto por estética como desde lo práctico.
Confieso tener otra motivación para enfocar estos últimos compases por el Camp de l’Arpa. Desde hace meses amo descender un poco más por Muntanya para enlazar con Nació mediante el carrer Vidiella, dedicada al homónimo pianista, fallecido en 1915, dos años antes de la adopción de su memoria en el nomenclátor para evitar el duplicado con Clavé, de músico a músico.

Según el catastro, la mayoría de viviendas se edificaron entre 1880 y 1900, con fracturas por algún derribo durante el tardofranquismo y un destello de Noucentisme en medio de esta uniformidad fragmentada, más bella por los mandarineros y su línea del Horizonte hacia Nació.
Es una tristeza disponer de tan pocos datos sobre Vidiella. Nunca me ha extrañado que una de sus placas esté escrita en castellano. Su existencia es como la de un trozo independiente sin apenas vinculación con los alrededores, algo no sólo de hoy en día, pues la hemeroteca y la Gaceta Municipal son muy parcas, como si por aquí nunca hubiera puesto los pies casi nadie, salvo sus residentes.

Uno de ellos es la nota de color para, al menos, simbolizar el porqué de esta relación con la Historia. El domingo tres de julio de 1927 por la mañana hubo un accidente en la Diagonal. El coche matricula 13831 se dio a la fuga tras embestir a la motocicleta pilotada por Luis Anglí, habitante de los bajos del 19 de Vidiella y poseedor de una Ariel de 500 centímetros cúbicos.
El hombre, socio del Real Moto Club de Catalunya y participante en carreras colectivas durante el segundo lustro de los años veinte, se vio rodeado de transeúntes dispuestos a prestarle ayuda, rechazándola para equipararse al silencio de Vidiella, vecino y calle hermanados en el mutismo de estar sin casi ser, amparados en esa condición para sobrevivir a la jungla y crecer sin tanto ruido indecente.


