El Producto Interior Bruto (PIB) es un índice fetichista: cuando crece, la economía va bien; cuando se estanca o disminuye, tenemos problemas. Incluso, cuando durante dos trimestres seguidos es negativo, entramos en recesión y esto significa paro. En realidad, el PIB es el valor monetario de la producción de bienes y servicios de demanda final de un territorio durante un período determinado de tiempo. Y parece que el nivel de bienestar va estrechamente ligado al crecimiento del PIB: cuanto mayor sea, mayor es la actividad económica. Y es muy sensible a las catástrofes: disminuye en los años de grandes guerras y también durante la pandemia de la COVID.
Unas cifras a reflexionar. Todo el PIB mundial en 2021 fue cercano a 90 billones de dólares cuando en 1970 era sólo de 2 billones, lo que significa que se ha multiplicado por más de treinta en cincuenta años. Y para 2050, los expertos calculan que el PIB se duplique y llegue a 180 billones de dólares. En España, es de unos 1,3 billones de dólares y se ha triplicado en treinta años.
Las políticas económicas de los gobiernos y grandes organismos (Banco Mundial, OCDE, etc.) van enfocadas al crecimiento del PIB. ¿Pero puede el PIB crecer infinitamente?. Evidentemente que no: estamos en un mundo finito en el que nada puede ser infinito. Y una segunda reflexión: para producir bienes y servicios es necesaria necesariamente el consumo de recursos y energía. Por tanto, el crecimiento del PIB no es inocuo para nuestro planeta, ya que tiene una fuerte huella ecológica. Y el desarrollo del primer mundo ha estado estrechamente ligado al consumo de recursos y de energía, primero expoliados de las colonias y después adquiridos. De hecho, el PIB per cápita se mantuvo idéntico desde el año en que se ubica el nacimiento de Cristo hasta mediados del siglo XIX, más de mil ochocientos años, y su crecimiento exponencial coincide con el uso masivo de los combustibles fósiles. Por tanto, el PIB está dopado por el uso de la energía, imprescindible para cualquier tipo de producción.
Ahora estamos a una crisis energética, que algunos tachan de transitoria por culpa de la guerra de Ucrania y que otros pensamos que ha venido para quedarse. La explicación es sencilla: los principales combustibles que hasta ahora ha utilizado la humanidad (carbón, petróleo, gas y uranio) han superado su pico de producción o están cercanos a hacerlo. Como no son infinitos, llegará un momento en que se acabarán, pero para desatar la frisis no hace falta llegar el agotamiento, basta con que su producción empiece a disminuir. Y esa crisis energética amenaza al PIB; es decir, pone en peligro el crecimiento a nivel mundial. He aquí que la transición energética a la que tanto nos hemos resistido la haremos no convencidos de que es necesario luchar contra el cambio climático sino impuesta por agotamiento de los recursos energéticos que hasta ahora hemos utilizado.
Cabe pensar que la esperanza reside en las energías renovables: es decir, el sol y el viento son inagotables y se puede llegar a imaginar un crecimiento sostenido a base de sustituir las energías fósiles por las verdes. Pero no es cierto: aunque los recursos eólicos y solares superen en mucho la demanda, por su aprovechamiento se necesitan aerogeneradores o placas fotovoltaicas que, por ahora, necesitan unos materiales también escasos y agotables, aparte de que su fabricación requiere grandes cantidades de combustibles fósiles. Parece evidente que es imposible hacer una transición energética total ya corto plazo que permita no sólo mantener el actual consumo energético sino incluso aumentarlo.
Estamos ante un verdadero callejón sin salida, un cruce peligroso de nuestra civilización. Probablemente, no tenemos otra salida que disminuir el uso de la energía, aunque sea renovable. Y menos energía significa menor PIB y, en consecuencia, decrecimiento. Un nuevo modelo de desarrollo en el que podamos mantener un cierto nivel de confort con menor consumo energético y esto supone necesariamente renunciar a ciertas cosas a las que estamos habituados como la movilidad individual frente a la colectiva, una temperatura distinta de la vivienda , prolongar el uso de aparatos electrónicos y eléctricos, cambios en la alimentación, etc.
El actual modelo de desarrollo basado en un crecimiento continuado del PIB no tiene futuro a medio plazo. Es absolutamente necesario un nuevo escenario basado en una reducción del consumo energético, que implica necesariamente un decrecimiento. Podemos llegar a esta nueva situación por dos caminos: por imposición o por adaptación. Es decir, porque llegará un momento en que será inevitable o porque nos preparamos adecuadamente para este gran cambio.
La dinámica de la política, a todos los niveles, no ayuda a realizar esta transformación: el horizonte temporal de los políticos es corto (cuatro u ocho años, a lo sumo) y necesitan también resultados inmediatos. No creo que muchos estén dispuestos a exponer sinceramente a sus ciudadanos la gravedad de la situación a la que estamos y van a salir adelante, confiando en que el estallido de la gran crisis sea posterior a su mandato.


