Nocturno berlinés (2022) es el título del cuarto trabajo conjunto sobre el personaje de Corto Maltés del dúo artístico formado por Juan Díaz Canales (guion) y Rubén Pellejero (dibujo y color), publicado en castellano y en catalán por Norma Editorial en sendas ediciones en color y blanco y negro, esta última con portada ad hoc y tamaño ligeramente superior. La sinergia del equipo creativo es evidente y se consolida aún más en cada uno de los trabajos realizados, reconociendo ellos mismos como un trabajo de autoría conjunta y realizado con total libertad.

El personaje de Corto Maltés creado por Hugo Pratt (1927-1995) es uno de los más populares de la cultura popular, convertido en un verdadero icono global. Entre otras características destacadas, es un personaje que evoluciona en el tiempo, tiene memoria de sus vivencias y le afectan en su devenir. Su vida en la ficción trascurre entre su nacimiento en 1887 en Malta hasta su supuesta desaparición durante la guerra civil española, después de alistarse en las brigadas internacionales, en una historia inédita hasta la fecha, pero recordada en varias ocasiones por el autor en sus entrevistas. Además, su periplo vital acontece en momentos históricos reales y relevantes a lo largo y ancho del planeta.

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Teniendo en cuenta esas premisas, es importante respetar la cronología del personaje respecto de las historias publicadas y plasmar la evolución del carácter del personaje y la relación con su entorno, así como respetar algunas de las esencias fundamentales del estilo de Pratt que hicieron singulares las historias de Corto. Y Díaz Canales y Pellejero lo consiguen una vez más, manteniendo la fidelidad a las condiciones especiales asociadas al proyecto. En esta ocasión, la historia trascurre a finales del verano de 1924 en una bulliciosa y efervescente ciudad de Berlín.

Este nuevo cómic se ubica cronológicamente justo después de Las helvéticas (1987), donde Pratt situaba a Corto en la primera mitad de 1924 viajando hasta Suiza a la búsqueda del santo grial, acompañado entre otros, por el mismísimo Herman Hesse (1877-1962). Nocturno berlinés, en cambio, innova en dos aspectos clave en el resultado final: por un lado, la condición de historia urbana alejada del exotismo de muchas de las aventuras de Corto, y, por otro lado, que una gran parte de la trama suceda en la oscuridad de la noche, lo que dota al dibujante de un reto interesante a salvar, en las dos ediciones resultantes, tanto la de color como la de blanco y negro. Y sabemos que su banda sonora será un nocturno, aunque no serán precisamente noches apacibles ni tranquilas para las que se usan habitualmente este tipo de composiciones musicales.

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Un nexo de unión con Las helvéticas es la aparición de nuevo de uno de los amigos de Corto, el profesor Jeremiah Steiner, y de nuevo el recurso de estar acompañado en el devenir de la historia por un personaje real, el escritor y periodista Joseph Roth (1894-1939), uno de los intelectuales más destacados de la literatura del siglo XX. Justo en 1924 era corresponsal y algunos de sus artículos se escribieron desde Berlín, y de las descripciones en sus textos sobre su experiencia han servido al guionista para inspirarse en los detalles del relato, tan importantes en la colección y en la pátina de verosimilitud que transmiten las historias de Corto.

Los historiadores y economistas bautizaron al periodo comprendido entre 1918 y 1933 con el sobrenombre de «República de Weimar», y lo hicieron a posteriori, puesto que Alemania no cambió su nombre después de proclamar la nueva constitución en 1919, y no lo hizo hasta finalizada la segunda guerra mundial. El nombre del periodo quedo asociado para la posterioridad con el nombre de la ciudad de Weimar, lugar donde se reunió la Asamblea Nacional constituyente, que aprobaría una nueva constitución que impulsó numerosos avances sociales.

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El propio Corto asiste impertérrito a un mitin del partido SPC, abanderado de la socialdemocracia, donde escucha proclamas como las siguientes: «… A pesar de que el futuro se nos presenta incierto y lleno de ansiedad, confiamos en el poder creativo de nuestra nación. Los viejos cimientos del imperio basados en la fuerza militar y la aristocracia ya no nos representan. Hemos cambiado el militarismo por el idealismo y la aspiración al poder mundial por la grandeza espiritual y la esperanza. Juntos creamos esta nueva “República de Weimar”. Nuestra guía ya no es la política de armadura reluciente, sino el espíritu de nuestros grandes filósofos y poetas…». Este tipo de discursos y los avances sociales asociados recuerdan enormemente a la Segunda República española, además las dos con un trágico desenlace muy parecido.

Pero no solo por eso, en los dos casos se polarizó a la sociedad, con grandes disturbios y numerosos atentados y peticiones continuas de golpes de estado, con una escalada progresiva del fanatismo y la banalización de discursos como mínimo preocupantes… todo ello de tremenda actualidad si lo pensamos fríamente, lo que hace que sea importante reivindicar este tipo de lecturas para divulgar las formas de una y otra parte y sus consecuencias. Los que salen malparados en el cómic son los miembros de la conocida como Organización Cónsul, una organización terrorista ultranacionalista, antisemita y anticomunista, a la que se consideró responsable de cientos de asesinatos con connotaciones políticas. La organización fue ilegalizada en 1922 después de que varios miembros participaran en el asesinato del Ministro de Asuntos Exteriores del país, Walther Rathenau (1867-1922), tras aprobar el gobierno la Ley para la Protección de la República el 21 de julio de 1922, menos de un mes después del atentado. La Organización Cónsul se disolvió, pero sus miembros volverían a crear una nueva, esta vez con el nombre de La Liga Vikinga. Cuando Hitler llegó al poder en 1933, hizo erigir un monumento conmemorativo a los asesinos de Rathenau. Y ya se pueden imaginar lo que hizo con la Constitución de Weimar.

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Corto Maltés tiene 37 años en 1924, ya no es el joven marino de sus primeras aventuras en el Pacífico. En esta obra lo vemos castigado por los efectos del alcohol, bebiendo y lamentando la muerte de uno de sus amigos. Lo vemos cojeando ayudándose de un bastón después de una de sus habituales peleas cuerpo a cuerpo (nocturnas, en este caso). Y lo vemos reconociendo que le falta su característica chispa creativa, cuando el mismo personaje dice: «Corto, Corto… estás perdiendo tu proverbial talento para las frases ingeniosas». Y lo veremos descolocado al pretender flirtear con una joven en el cabaret. Los años no pasan en balde, ni para Corto.

La visita al cabaret es utilizada por los autores del cómic como exponente de la revolución cultural que se vivía en la ciudad, con la eclosión de una nueva libertad y una juventud que aspiraba a todo. Una muestra de ello son dos referencias en una de las viñetas a personajes reales, que le sirve a Corto para comprender la importancia del local donde se encuentra, y que nos insinúa indirectamente esa aspiración de nuevos tiempos. Por un lado, la actriz Marlene Dietrich (1901-1992), que empezaba su carrera en el cine después de participar ya en varias producciones cinematográficas, y el boxeador Max Schmeling (1905-2005), que justo debutó el 2 de agosto de 1924 en su primer y victorioso combate como peso ligero. Schmeling llegó a convertirse en campeón mundial de boxeo en 1930, en este caso ya como peso pesado.

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Y si tenemos en cuenta los detalles, son importantes también dos referencias a dos obras de gran éxito en aquella época. La novela (superventas, diríamos hoy en día) El golem (1915), de Gustav Meyrink (1868-1932), una historia libremente inspirada en la leyenda judía del Golem relacionada con el rabino Loew de Praga (1512-1609), un ser creado a partir de materia inorgánica, y que Meyrink utilizó en su libro como metáfora para avisar del mal que acechaba de forma oculta entre los judíos, el resto es historia. En contraste, vemos a Corto caminando por delante de una sala de cine que estrenaba la película expresionista El último (Der letzte Mann, 1924), dirigida por F.W.Murnau (en realidad, se traduciría como El último hombre, y, para ser exactos, se estrenaría a finales de aquel año, con gran éxito internacional en el siguiente lustro).

La película estaba protagonizada por un conserje de un lujoso hotel berlinés, de familia humilde, que era respetado y admirado por sus conciudadanos y su familia, con su elegante uniforme y su responsabilidad profesional. Un incidente provocado con unas maletas causado por su edad (el actor tenía apenas cuarenta años, pero aparentaba unos cuantos más con el pelo y la barba blanca), hace que lo degraden a limpiar los baños del hotel, con el consecuente impacto emocional. El antiguo conserje decide ocultar el cambio laboral y se las apaña para cambiarse cada día y regresar a su barrio y a su casa con el antiguo uniforme… hasta que se descubre el engaño.

Murnau construye un relato simbólico, crítico con el despiadado sistema capitalista, siendo premonitorio de la importancia de lo que llamamos habitualmente como «postureo» en la sociedad contemporánea. Murnau empleó muy pocos rótulos informativos, haciendo que la película muda se explique perfectamente con imágenes por la gran expresividad de los actores y la composición de la fotografía. Y nos parece una elección formidable, una invitación a no mirar los rótulos explicativos y, simplemente, observar a nuestro alrededor. Corto lo hizo.

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