La lógica de nuestros abuelos

Durante estos últimos años, y así os lo cuento cada semana, mi percepción al caminar la ciudad ha cambiado, mejorándose con el tiempo lento propiciado por la Pandemia, erradicado de la superficie para mayor gloria del Capitalismo, sin embargo, impotente para controlar uno por uno a cada ciudadano.

En mi caso ha vuelto a sumergirme en la vorágine del autónomo español, ese ser maltratado por su voluntad de ser independiente. Como ven todo encaja, pero vayamos al grano. Esta introducción sólo quería situar una visión en la cuadrícula, la mía en la Meridiana ante el parque del Camp de l’Arpa, los ojos enfocados hacia el carrer del Sospir, ahora con la capacidad de imaginar cómo era antes de la gestación de esta zona verde aún a terminar, aunque si por mi fuera dejaría todos esos vestigios de casas demolidas junto a la pequeña urbanización del passatge Oliva.

Los mapas, fundamentales a la hora de regular las gafas y mirar con otras garantías, sintetizan infinitas problemáticas a la hora de determinar las mutaciones acaecidas en la ciudad. El del pueblo de Sant Martí de 1882 es perfecto para entender cómo progresaron las parcelas a manos de los Trinxant con relación al resto del Camp de l’Arpa. A partir del mismo descubrimos la lógica de nuestros abuelos en el entusiasmo de construir un espacio unitario y bien enlazado, por eso mismo el carrer de Lorenzale, ahora insignificante y poco usado por los transeúntes, no se cortaba en Ruiz de Padrón y recibía un nuevo enlace mediante las muy crístícas vías de Sospir y Amargor, encaminadas desde Besalú, antaño Vista Alegre por su ausencia de pantallas visuales, hacia la carretera de Granollers, cuando ni siquiera se atisbaba el futuro de la Meridiana.

En 1899, Ricard Alsina Amills ofreció un nuevo planisferio con propuestas para la conexión de los pueblos del Llano con Barcelona. Las Agregaciones se habían producido dos años antes y era urgente encontrar soluciones para no dejar núcleos aislados. Entre sus propuestas figuraba una colonia obrera al lado del Camp de l’Arpa para adecuar el corte previsto de la travessera de Gràcia por la edificación del flamante Hospital de Sant Pau.

Esta idea se plasmó más tarde desde la anarquía. No obstante, para nuestros intereses su labor gana enteros desde la comparación con su homólogo de 1882. En este vemos cómo los Trinxant se centraron en el sector inicial de su homónima calle, quién sabe si por dificultades con los Riera, dominantes en el tramo superior, como demostraría el conflicto por una casa como tapón en la confluencia con Freser.

En cambio, en 1899, con esta edificación aún registrada en esos mágicos papeles, Sospir y Amargor habían cobrado aspiraciones de forma definitiva, el primero como limes entre Oliva y Trinxant, mientras el segundo era muy modesto y establecía una curiosa ele para engarzarse con su hermano mayor, desconocido, como era bien comprensible, por la prensa del momento, partidaria del plural Suspiros, en nuestros días algunas personas dicen Menéndez Pelayos, como en junio de 1911, cuando Jaume Ferran chocó cerca de la Rambla con el tranvía 153, produciéndose erosiones sin gravedad para su existencia.

Jaume vivía en el 36 de esta calle que en la contemporaneidad hace honor a su nombre y sufre lo desagradable de hallarse en un perímetro inestable por las obras, catapulta de incertidumbre estética y amenaza perpetua. Al fin y al cabo, Sospir es una amalgama de distintas épocas de Barcelona, con fincas del primer Franquismo y algunos trazos de sus pobladores iniciales.

Su longitud ahora abarca de Degà Bahí a Besalú, encogiéndose como todos nosotros cuando envejecemos, si bien aquí la causa es la inconsecuencia de masacrar desde el analfabetismo en torno a la Historia barcelonesa porque este presente no atiende a la racionalidad de los antepasados.

De este modo, el repertorio arquitectónico con valor siempre es más escaso. Los supervivientes nos hablan de orígenes y hasta contribuyen a mis obsesiones detectivescas. El número 26 es la casa Josep Trinxant, heredero de estas hectáreas, encargado de darles coherencia y bien clásico en la elección del maestro de obra para su finca familiar, rubricada por Josep Graner, un clásico del Camp de l’Arpa y Barcelona, bien reconocible en la fachada por la coronación, prueba de sus evoluciones a lo largo de los decenios.

El número 39 perteneció a Francisco Martín. Tanto la Trinxant como esta padecen la contaminación de este lugar por donde nunca pasa nadie, como un burro amarrado a la puerta de un baile según El último de la fila. Martín contrató a otro maestro de obra, Jaume Sanllehí Molist, anónimo entre anónimos pese a su legado en una de las esquinas capitales de la ciudad condal, la de Aragón con rambla Catalunya, donde su gusto por lo curvilíneo nos ofrece pistas no detectables en Sospir 39, repleta de decoración floral muy similar a la de Besalú 59, torre en venta desde 1914, por desgracia sin las coordenadas de su propietario.

Esta finca, marcada con las iniciales T.V., coincide con el 39 de Sospir en su ornamentación inspirada en la naturaleza, añadiéndose un doble detalle entre el balcón y el dintel de una de sus puertas.

Esta minucia significante podría ser la seña de identidad de Sanllehí Molist, amante de estos arabescos modernistas bien floridos, distinguibles en toda su producción, sobre todo en Gràcia, uno de sus focos a principios de la pasada centuria, como atestiguan la casa Pau Parera del 8-10 del carrer de Benet Mercadé y la Isidre Tomàs, en el 17 de Planeta.

A esta característica deberíamos sumar su tendencia a lo curvo en las cimas de sus bloques, como en la espectacular casa Josep Dotràs de República Argentina, una maravilla con la fachada esquinada y mucha sobriedad en los estertores del Modernismo. Lo floral de Sospir y Besalú debió acatar las sugerencias de quienes pagaban y preferían dimensiones reducidas para sus viviendas personales, no como el resto de piezas, con aspecto de destinarse al alquiler, entre ellas una sin referencias de ningún tipo y culpable de muchos quebraderos de cabeza para servidor, la joya del 78-82 de Coll i Vehí, con todos los inputs de Sanllehí Molist en su haber, desde la doble sinuosidad hasta la simplicidad al adornar el frontispicio, casi vacío, salvo por unas líneas de color para proporcionar al conjunto su singularidad, más brillante si se paragona con el 96 de la misma calle, ubicación de la casa Grabulosa, quizá jalonada por esos arquetípicos arabescos de este hombre sin biografía, pues por no saber ignoramos hasta la fecha de su fallecimiento, consolándonos con un único breve de 1909, año en que fue designado vocal de la junta directiva de maestros de obra de Barcelona.

Su biografía se escribe con sus contribuciones al panorama edilicio barcelonés, antes condicionado por la lógica de nuestros abuelos desde criterios de calidad y decisiones espejo, mímesis al comprobar cómo los vecinos se sentían satisfechos por el aspecto y comodidades de sus domicilios, explicación fácil y muy eficiente para comprender la redundancia de rúbricas en pocos metros de las mismas calles y barrios. El hecho de mirar mejor desde la lentitud es el vehículo para poder sacar estas conclusiones por pararme, respirar y no exigirme una respuesta instantánea, pues sólo con la investigación pausada podemos rescatar tantos huecos depositados en el inmenso baúl de la amnesia.