Desconozco el motivo pero los negacionistas suelen ser gente peligrosa. Quienes negaban que la Tierra da vueltas en torno al Sol acabaron con Giordano Bruno en la hoguera y a punto estuvieron de hacer lo mismo con Galileo Galilei. Años después, quienes negaban la evolución de las especies según demostró Darwin, produjeron verdaderos estragos en el sistema educativo de EEUU dado que en muchos Estados estuvo prohibido enseñar el evolucionismo durante años. También quienes niegan el holocausto judío suelen ser nazis, nada de fiar. Hay también quien niega que la Tierra sea esférica a pesar de que sólo hay que ver lo que tardan los aviones por ir de un punto a otro para comprender que no puede ser plana.
También existe un tipo peligroso de negacionistas que son aquellos que pese a participar en los procesos democráticos, que se fundamentan en algo tan sencillo como contar votos, niegan los resultados si no les son favorables. Lo hemos visto con Trump y, desgraciadamente también aquí con el PP que todavía, años después, va negando que la presidencia de Pedro Sánchez sea válida. Y como suele ocurrir, los métodos empleados son diferentes: en EE.UU. incluso intentan con violencia ocupar el Capitolio; aquí los negacionistas de los resultados de las últimas elecciones son más miedosos y se limitan a bramar y hacer el ridículo desde su cómodo sillón del confort. Curiosamente, al menos en nuestro país, son elementos de la derecha los que lo hacen, desde el fallecido “primo de Rajoy” a Díaz Ayuso, la presidenta de la Comunidad de Madrid. Como en el caso de Darwin, quienes desmienten el cambio climático a menudo se confiesan a la vez como personas religiosas. Nada que decir, pero francamente no veo por qué se puede creer en un Dios que no han visto y, en cambio, no quieren creer en una alteración del clima que ya estamos sufriendo.
Negar el cambio climático cuando existe un elevadísimo consenso científico sobre su existencia, cuando se sabe que las compañías petroleras escondieron informes de los años sesenta y setenta del siglo pasado que ya alertaban de las consecuencias del uso masivo del combustible fósil y cuándo estamos sufriendo los primeros efectos (oleadas intensas y prolongadas de calor, desaparición de glaciares, sequías, fenómenos extremos incluso en las lluvias, etc.), demuestra que la tontería humana no tiene límite.
Que cada persona, dentro de su libertad, piense lo que quiera, lo respeto totalmente. Todo el mundo tiene derecho a equivocarse libremente. El problema radica cuando los negacionistas del cambio climático son a la vez los responsables del gobierno de un país o comunidad autónoma. Y es que si ante una administración hay quien no cree con el cambio climático, es evidente que sus políticas no estarán enfocadas a combatir lo que no cree. En consecuencia, actuaciones como el fomento del transporte colectivo, la limitación de las emisiones, la adecuada gestión de los residuos, la descarbonización de la economía o el fomento de las energías renovables quedarán gravemente comprometidas.
Si me permiten el ejemplo, poco se puede esperar que un machista desarrolle con convencimiento políticas de igualdad de género. Tampoco hay que confiar en que quien no cree en el cambio climático, contradiciendo todas las evidencias, se comprometa en la adaptación o mitigación del cambio climático. Es decir, si los negacionistas se quedan en casa, pueden hacer poco daño; si gestionan un presupuesto, tienen peligro, mucho peligro.
La política es de las pocas profesiones en las que no se pide un título para ejercerla. La formación universitaria no es garantía de nada pero quizás ayuda. No es de extrañar, por tanto, que el nivel intelectual y de conocimientos de algunos políticos sea ridículo. Y la presidencia de la Comunidad de Madrid parece especialmente acogedora de este tipo de personajes, con una Aguirre hablando de la escritora Sara Mago y una Ayuso negando que la Tierra se caliente.
¡No me negaréis que si no fuera penoso sería divertido!


