Cuando empecé a estudiar ingeniería en la universidad, de forma inocente, preguntaba a mis profesores: «¿Nosotros no tenemos un juramento hipocrático?». El juramento hipocrático es un código deontológico que tradicionalmente juran los estudiantes del ámbito de la salud, antes de empezar a practicar su profesión. Hace referencia al compromiso con su profesión y sus pacientes, el respeto hacia los enfermos y la honradez de su acción, enalteciendo la vocación de servir al sufriente… hace referencia, en definitiva, a la ética de su profesión. Y no, los ingenieros no teníamos un juramento similar, ni nosotros ni nadie más fuera del ámbito de la salud, así que tendremos que confiar, siempre, en la ética que tenga cada individuo en cuestión.

El cine ha retratado ese compromiso ético de los profesionales de la salud en multitud de ocasiones. No hay más que recordar la película Patch Adams (1998), donde un impecable Robin Williams recreaba la historia real de un médico que utilizaba la risoterapia con finalidad médica y terapéutica con sus pacientes. Algún médico habrá que no haga debidamente su trabajo, como en todas partes, siempre hay excepciones. En este sentido, destaca la película El doctor (The Doctor, 1991), en la que vemos la evolución de un prepotente e inhumano cirujano, interpretado por William Hurt, que enferma de cáncer y verá y vivirá en su piel el que se siente desde el otro lado, especialmente cuando te denigran y te humillan.

THE DOCTOR, William Hurt (left), 1991, © Buena Vista

Volvemos al tema de la ética. Seguro que entre tantos habrá algún médico corrupto. En el documental Sicko (2007), dirigido de forma despiadada por Michael Moore, salen varios. En este caso, la diana de Moore es el sistema privado de salud de Estados Unidos, y muestra el mercantilismo asociado a la salud y a la dificultad de poder acceder a un sistema de salud de calidad y universal, de cómo los políticos desde los años setenta promovieron un modelo que potenciaba los seguros privados. El relato es escalofriante durante las dos horas del metraje.

El documental comienza con un carpintero que pierde dos dedos en un accidente de trabajo y en el hospital le ponen un precio a cada dedo y, como sólo le llegan los ahorros para uno, él debe elegir qué dedo se le pone. Y ésta es la primera historia de muchos casos narrados. De hecho, aún es más dantesco ver las declaraciones de una médica que reconocía en un juicio que se arrepentía de denegar multitud de servicios hospitalarios a enfermos de todo tipo, lo que provocaba unos millonarios beneficios a las grandes compañías de servicios de salud norteamericanos. A cambio, a ella se le recompensaba con un sueldo de seis cifras en reconocimiento a su implicación. A sus pacientes, en muchos casos, la denegación suponía la muerte.

Sicko, Michael Moore

En la reciente y exitosa serie The good doctor (2017-), hemos normalizado ver hablar habitualmente de dinero a la hora de tomar decisiones médicas o, incluso, sencillamente, ver cómo no se atienden a personas que no tienen seguro o a aquellos que, a pesar de tenerlos, las pruebas o tratamientos que necesita no están en la letra pequeña del contrato. Especialmente en su quinta temporada, donde un grupo de inversión compra (o lo intenta) el hospital. Dicen que la Covid-19 no sabe de territorios (o al menos, eso es lo que piensan algunos políticos), pero seguro que sabe de clases sociales, y Estados Unidos es un ejemplo de ello como vemos a menudo en las noticias. En la película distópica Elysium (2013), vendida como ciencia ficción de acción, en realidad es una crítica sociológica a un modelo de sociedad en el que un porcentaje reducido de la población tiene a su alcance una tecnología que le permite vivir de forma saludable y cómoda. La trama ocurre en el año 2154, pero lo que vemos no parece tan lejano en el futuro.

En el documental Sicko, Moore se pregunta por qué la sanidad es privada y no lo son los bomberos, las bibliotecas, las fuerzas armadas o la policía en Estados Unidos. No parece que no lo sean por un carácter comunista del país, evidentemente. A pesar de su carácter público tampoco deben ser perfectos, pero la verdad es que dan un buen servicio. En la inverosímil Volcano (1997), en una ciudad de Los Ángeles en llamas, golpeada y colapsada por una erupción volcánica en su subsuelo, se plantea la disyuntiva de los bomberos de tener que priorizar entre dirigirse a los barrios más ricos de la ciudad y menos poblados y dispersos, o en los barrios más desfavorecidos pero densamente poblados. En la película sí que van al final a los barrios más modestos, pero no inmediatamente, tuvieron que pensarlo.

El artículo ¿Quién patrulla las calles de Nueva Orleans?  (Who Runs the Streets of New Orleans?, 2015), publicado en New York Times Magazine, inspiró la serie APB (2016-2017), en la que un multimillonario se hace cargo de la seguridad de uno de los distritos de la ciudad de Chicago (recordemos que el periodista hablaba de un caso real que acontecía en un barrio de Nueva Orleans, y no era una broma). Después de una única temporada (se ve que el tema no interesó al público de la cadena), el que sorprendió en cada episodio no fue la tecnología policial de vanguardia que empleaban, absolutamente espectaculares, sino las continuas discusiones entre el propietario de la empresa, obsesionado por resolver los delitos y atrapar a los delincuentes, y el consejo de administración de su propia empresa obsesionada con la obtención de beneficios. Pero ¿de qué beneficios hablamos?, ¿dónde está realmente el dinero?

Si lo que hacemos es privatizar un servicio público, los ingresos salen del ámbito público. Si logramos aumentar los ingresos o bajar los gastos o ambas cosas a la vez, los beneficios de las empresas privadas que gestionan servicios públicos aumenta. Si los ingresos son los que son, los beneficios aumentan disminuyendo el gasto claramente. Los aficionados a la ciencia ficción lo sabemos desde que vimos a Robocop (1987). La película planteaba un supuesto de extrema modernidad y de gran polémica: la posibilidad de privatizar la seguridad de los ciudadanos con el riesgo que implica, como decisiones sesgadas producto de objetivos económicos o políticos, y la vital importancia del uso de las inteligencias artificiales, que pueden monitorizar todo lo que hacemos, pero afectando a la privacidad de las personas de rebote.

Los políticos no salen demasiado airosos en la película Robocop: son abanderados de la máxima «el fin justifica los medios», cómplices del auge de las grandes corporaciones, ansiosas de hacer negocio vendiendo sus servicios tecnológicos en el Ayuntamiento, con todo lo que esto implica (dinero e influencia). El poder político se comportaba en la ficción de una forma cercana a una organización criminal moderna (¿os suena de algo?). Un mercantilismo y una corrupción institucionalizada que no dejaban en muy buena imagen el paradigma del sueño americano justamente en Detroit, la ciudad cuna de la industria automovilística, transfigurada en la realidad, hoy en día, en una verdadera ciudad fantasma, sin fábricas, sin ciudadanos, sin sueños y que el propio Michael Moore describió en el documental Capitalismo: Una historia de amor (Capitalism: A Love Story, 2009).

Sicko, Michael Moore

En el documental Sicko (2007) también mencionan a políticos corruptos comprados, reconocidos fácilmente por ser beneficiarios al cabo de los años de lo que llamamos «puertas giratorias». Desconfíe de las opiniones de los políticos que han disfrutado y de los partidos que lo permiten y les dan voz. Nosotros conocemos unos pocos, los tenemos muy cerca y a menudo en los medios de comunicación, entrevistados y opinando. Desconfíe también de los medios de comunicación que tienen gran parte de los ingresos de publicidad de la administración y de grandes corporaciones, de lo contrario puede pasar lo que veíamos en la película La cortina de humo (Wag the Dog, 1997) en la que la crisis se desata en la Casa Blanca cuando el presidente de Estados Unidos es acusado de abusar sexualmente de una becaria en el mismo despacho oval pocos días antes de su reelección. La estrategia que diseña su principal asesor de comunicación consiste en levantar una cortina de humo inventando una guerra contra Albania para distraer la atención de la opinión pública estadounidense. Y sí, esta película se produjo y estrenó antes de que estallara el caso Lewinsky en la cara del presidente Clinton. Si desea más coincidencias con el mundo real, el 20 de agosto de 1998, coincidiendo con la declaración de Monica Lewinsky ante el Gran Jurado, Clinton ordenó el bombardeo de bases terroristas en Sudán y Afganistán en represalia por los atentados perpetrados dos semanas antes contra las embajadas estadounidenses en Kenia y Tanzania.

De hecho, no es necesario recordar una historia inventada, se puede hacer mención de una película basada en hecho reales: Desvelando la verdad (Shock and Awe, 2017), la historia real de cómo, después de los ataques del 11 de septiembre de 2001, la administración de George Bush desvió la opinión pública del culpable Osama bin Laden hacia Sadam Husein, con el objetivo de tener una excusa para empezar una guerra con Irak en 2003. Mientras cargos de gobierno como Donald Rumsfeld, Colin Powell y Condoleezza Rice se inventaban la existencia de las legendarias armas de destrucción masiva de Sadam (de políticos mentirosos al respecto también tenemos cerca), sólo los periodistas del Knight Ridder Newspapers fueron honestos y valientes y dudaron del mensaje institucional, tal y como lo podemos contemplar en el largometraje. Nosotros, aquí, todavía tenemos medios buscando a los culpables de los atentados de nuestro fatídico 11 de marzo de 2004, aunque ya ha habido un juicio con sentencia en firme.

¿Dónde ha quedado el cuarto poder que representa la prensa y que hemos visto tantas veces en películas, algunas tan emblemáticas como Ciudadano Kane (Citizen Kane, 1941) de Orson Welles? Pues dependiendo del modelo de negocio que hayas escogido: The New York Times cree que el futuro de la prensa pasa por las suscripciones digitales. Hace pocos meses superaba las 10 millones y aspiran en el 2027 a alcanzar las 15 millones. ¿Y cómo esperan conseguirlo? Pues aumentando el número de periodistas y sobre todo mejorando su calidad, independencia y credibilidad. Repetimos: “calidad, independencia y credibilidad”. ¿Reconocemos esta estrategia en nuestros diarios, radios y televisiones autóctonos?

Además, para engañarnos y manipularnos se puede influir en el voto mediante las redes sociales utilizando noticias falsas. Lo podemos ver perfectamente explicado en la película Brexit (Brexit: The Uncivil War, 2019), basada en hechos reales. Gracias a la venta de información privada y confidencial por parte de la empresa Cambridge Analytica al partido que estaba a favor de marcharse de la Unión Europea, convirtiéndose así en una fábrica generadora de noticias falsas. Y ganaron porque la gente se lo creyó, especialmente la gente de mayor edad… ¡Se lo creyeron todo!

Brexit, Toby Haynes

Moore, en su documental Sicko, afirma que «una sociedad puede juzgarse por la forma en que trata a sus miembros más desfavorecidos», y añade: «y también cómo trata a sus héroes», refiriéndose, en su caso, a los trabajadores y voluntarios que ayudaron a desescombrar las Torres Gemelas y que sufrieron graves enfermedades respiratorias al paso de los años, y quedaron abandonados a su suerte sin ningún tipo de cobertura sanitaria. Esta afirmación podría aplicarse en nuestro caso, en el equipamiento del personal sanitario y sus dotaciones. O a los recortes en el sector sanitario. Esperamos que todo vuelva a la normalidad pronto después de la pandemia… y ¿cómo sabremos que ya estamos en la normalidad? Pues cuando los policías que aplaudían al personal sanitario cada día a las 20h les vuelvan a golpear como no hace muchos años, cuando éstos vuelvan a protestar por los recortes de los políticos que habremos escogido en el futuro con nuestros votos.

Porque, ¿a quién votaríamos si hubiera unas nuevas elecciones? En la película La hora del cambio (L’ora legale, 2017) podemos tener una respuesta a esta pregunta. Un pueblo cansado de la corrupción del partido del alcalde, del caos normativo y de las decisiones políticas interesadas, decide votar a un honesto candidato que propone luchar contra la corrupción. Una vez escogido, su voluntad y compromiso con la legalidad sin excepciones enseguida se topa con la gran mayoría de ciudadanos que preferían la anterior forma de política porque, en el fondo, ellos eran partícipes y cómplices de lo que hacía, o esperaban ser cómplices si no lo eran. Y sí, el pueblo acabó consiguiendo que volviera el corrupto político ya conocido y que prometía poder aparcar donde quisieras, entre otras proclamas. ¿Eso es lo que quiere la gente? ¿Aparcar dónde queramos y poder ir al bar de delante? En esa película sí.

Es posible que todo fuera distinto si las diversas profesiones que hemos citado en los párrafos anteriores tuviéramos, como el personal sanitario, su propio juramento. Y, tal vez, la ética cambiaría algunas de las decisiones hechas en el mundo real… ¿Cuál es el precio de tu ética?

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