El sello Resevoir Book del Grupo Editorial Penguin Random House continua su titánica labor de recuperar y publicar la obra completa de Carlos Giménez, uno de los historietistas más importantes de nuestra cultura, convertido en un eminente relator de una generación, en particular, y de nuestra sociedad, en general, del período que abarca desde el inicio de la guerra civil española hasta finales del siglo XX. El mismo autor, nacido en 1941 y con más de seis décadas dedicadas a dibujar hasta la fecha, ha reconocido su intención en los últimos años de cerrar del todo sus diferentes series creadas (de ficción y no ficción), y Paracuellos no podía ser una excepción.

La reciente publicación de Paracuellos 9. Un “hogar” no es una casa (2022) completa una de las series más míticas a nivel nacional e internacional, publicada en diversos idiomas y numerosos países, y reconocida con premios a la obra y al autor, en el que destaca especialmente el Premio Patrimonio del Festival de la Bande Dessinée d’Angoulême otorgado en 2010 a la serie, uno de los galardones más prestigiosos del sector. Hasta ese instante, se habían editado seis tomos (recopilados actualmente en el integral Todo Paracuellos, 2013, publicados originalmente entre 1977 y 2003), a los que seguirían tres nuevos álbumes: Paracuellos 7. Hombres del mañana (2016), Paracuellos 8. Las madres no tienen la culpa (2017) y el citado y nuevo noveno volumen, que cierra la serie.

Reservoir Books

La serie Paracuellos narra las tribulaciones de los niños que le acompañaron en su estancia en diversos Hogares de Auxilio Social. El padre del autor falleció al poco de nacer él y, cuando apenas tenía seis años, su madre contrajo la tuberculosis y tuvo que ser ingresada durante un largo tiempo. Separado de su hermano mayor, acabaría acogido por el Auxilio Social, como tantos otros niños en situaciones similares, cuando no directamente huérfanos. Algunos de sus compañeros recibían visitas de familiares en ocasiones y todos albergaban la esperanza de que, algún día, podrían volver a sus casas.

Este noveno tomo transcurre en el Hogar Joaquín García Morato, sito en la población de Barajas, del que adoptaría el nombre popular para referirse a esta instalación. De ahí el nombre de la serie, puesto que el primer hogar que le acogió fue en Paracuellos del Jarama, una población cercana a la ciudad de Madrid. El nombre de la serie no lo escogió el autor, sino que era la forma en la que se referían los lectores y editores cuando le hablaban de «sus historias». Y la génesis del proyecto tiene su enjundia.

Las primeras páginas se publicaron en 1975 en la revista cómica para adultos Muchas gracias (1975-1976), donde el autor colaboraba dibujando historias notablemente diferentes, en las que no pegaban esas páginas de historias tristes de niños famélicos, como le decía su editor. La serie de relatos cortos continuó en la revista Yes (1976-1977), de corte similar a la anterior, en la que, de nuevo, no parecían encajar. La recopilación en álbum pasó casi desapercibida en nuestro país hasta que en 1979 se publicaron por entregas en Francia en la revista Fluide Glacial (en los números 32 al 40) y, posteriormente, en 1980, en tomo, que obtuvo el Premio al mejor álbum en el Festival de la Bande Dessinée d’Angoulême de 1981. El resto es historia, a partir de ese momento, las editoriales españolas mostraron interés y pudo continuar con las aventuras y desventuras de su infancia y la de sus amigos que le acompañaron.

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Los comentarios de su primer editor eran un reflejo de la realidad de las páginas dibujadas. Si hay una característica a lo largo de todas las páginas de Paracuellos es una constante preocupación por la comida o, mejor dicho, por la falta de ella. Las penurias de las familias a finales de los años cuarenta y principios de los cincuenta se expresaban en su máximo exponente en los hogares dotados de pocos recursos, donde alguna comida diferente de lo habitual se celebraba como todo un acontecimiento. Y un castigo más podría ser justamente ese, dejarte sin comida, merienda o cena.

Y es que el maltrato era otra característica habitual, tanto físico como psíquico tal y como se percibe en el relato de Giménez, aunque también hay lugar para recordar a aquellos profesores entrañables que tuvieron un comportamiento honesto con los niños. Los Hogares del Auxilio Social surgieron en la zona sublevada durante la guerra civil, a modo de organizaciones similares de la Alemania nazi, con el objetivo de dar ayuda humanitaria a los más necesitados, en especial a los niños desamparados, bien por muerte o enfermedad de los progenitores, bien por abandono o falta de recursos de estos.

La entidad tuvo un destacado papel durante todo el franquismo, y determinante en los primeros lustros una vez finalizada la contienda. Era considerada como un instrumento fundamental de propaganda política del régimen. Hay que recordar que esta entidad contribuyó al secuestro de niños y dificultó en muchos casos que los padres pudieran recuperar a sus hijos una vez resueltos sus problemas de cualquier índole. En las páginas del cómic contemplamos atónitos las continuas acciones de adoctrinamiento por parte de los profesores, sacerdotes y responsables de los hogares, hasta el punto de normalizar por parte de los niños las acciones de cariz falangista a las que se les inculcaba día tras día a repetir una y otra vez. En este reciente número publicado podemos leer como uno de los niños se sorprende de que le digan que es falangista, a lo que le responde su compañero: «… ¿Cómo que no? ¡Claro que lo somos! No vestimos de uniforme, con boina roja y todo eso, porque esa ropa cuesta dinero, pero la vida que hacemos es de falangistas: hacemos instrucción, desfilamos, hacemos todo a toque de corneta, rezamos, cantamos himnos falangistas, hacemos guardias… y en clase, la mitad de los libros que estudiamos son de Falange…». Y la otra mitad de los libros, eran aprobados por la Falange, el resto estaban prohibidos. Y era peligroso que te pillasen leyendo uno de ellos.

El espinazo del diablo, Guillermo del Toro (2001)

Esa estética y ese comportamiento (y esas penurias), toda esa adversidad e infortunio, se pudo contemplar en la película El espinazo del diablo (2001), dirigida por Guillermo del Toro. La adaptación libre del cómic añadía un toque fantástico (la película sucedía en un orfanato encantado) al relato de Carlos Giménez, que participó en el diseño de producción del largometraje, y del que el director mexicano aprovechó muchas de las anécdotas publicadas en la serie Paracuellos.

En Paracuellos 9 los niños han crecido, tienen alrededor de trece años y sus inquietudes son más maduras, preocupados por el futuro incierto que les espera después del Hogar en el que se encuentran. Tampoco saben qué pasará con sus familias, si les recogerán o no, aunque los lectores de Giménez sí sepamos lo que le aconteció en su caso, gracias a otros títulos de su extensa producción. Pero desconocíamos cómo fue su salida de la experiencia vital que le tuvo ocho años separado de su madre. De ahí de la importancia del cierre de este ciclo.

En este último volumen, presenciamos la importancia que tienen las primeras lecturas en la formación del carácter, en especial de las historietas que leían y coleccionaban, muchas de ellas regalos de los familiares que les visitaban y que los niños compartían (o realquilaban) entre sus compañeros. A la vez, esas viñetas estimulaban la imaginación de los que tenían vocaciones artísticas, creando sus propias historias, con sus guiones y sus dibujos. Y Pablito era el que mejor dibujaba y, por ello, el que dibujaba también las portadas de las historietas creadas por sus amigos (la cubierta era y es fundamental para atraer a los lectores, según reconocían ellos mismos).

Y de todas las historietas, la que más caló en Pablito fue El cachorro (1951-1960), dibujada y escrita por Juan García Iranzo (1918-1998), y publicada por la Editorial Bruguera en 213 números ordinarios y un extra. Tenía el formato de las publicaciones típicas de la época: apaisada, en blanco y negro en su interior y portadas espectaculares a color. El joven protagonista era un corsario español que actuaba en el Caribe, primero, y en el Mediterráneo, después. El propio Iranzo reconocía en las entrevistas que la inspiración de la serie surgió cuando vio en una sala de cine la película El capitán Blood (Captain Blood, 1935), protagonizada por Errol Flynn y Olivia de Havilland.

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El homenaje a El cachorro es de tal magnitud que aparece en la misma portada de Paracuellos 9, dibujado en la carpeta de uno de los protagonistas, en la que guarda los ejemplares que tiene con las aventuras del comandante del galeón español «El Águila del Caribe». Todas las anécdotas narradas en las páginas de la serie Paracuellos sucedieron realmente, a Carlos Giménez o a algunos de sus compañeros, y el joven con la carpeta era Pablito, su alter ego en todos los tomos, bautizado en la ficción así en homenaje a su mejor amigo con el que compartió estancia por diferentes Hogares, al que, por cierto, perdió el contacto una vez salió del Auxilio Social y nunca más llegaron a encontrarse de nuevo.

Los nombres de todos los personajes son diferentes a la realidad para respetar la privacidad de los protagonistas reales. Lo que sí mantuvo el autor son los curiosos apodos con los que se conocían entre ellos: el Zampabollos, el Piraña, el Cagapoco o el Pollito, entre otros, pasarán a la historia de nuestro imaginario cultural. Nos emocionamos con la complicidad y solidaridad mostrada entre los niños, nos escandalizamos con el fanatismo y la ideología retrógrada que intentaban inculcar y nos alegramos al leer en el epílogo del mismo autor como esos niños siguieron diferentes trayectorias vitales y fueron ciudadanos que contribuyeron, en parte, a que no se implantara en la sociedad la ideología que les trataron de inculcar a la fuerza.

En cierta manera, Giménez fue y es un pionero en poner en valor la importancia de la memoria histórica, explicando su experiencia personal, sobrecogedora en la trama, pero fundamental desde punto de vista sociológico para comprender muchas de las cosas que acontecieron en el país desde los años cuarenta y, prácticamente, hasta la actualidad. Y lo ha hecho siempre con un estilo y un oficio que ha facilitado su difusión y su comprensión para cualquier tipo de lector, aquí o en cualquier lugar, quizás inspirándose a su manera en su gran ídolo que fue Iranzo. En cambio, para nosotros, para nuestra generación, nuestro ídolo como autor siempre será Giménez, escrito con «G»… un tal Carlos Giménez.

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