En los títulos de crédito de la película Cuando el destino nos alcance (Soylent Green, 1973), dirigida por Richard Fleischer, vemos la evolución de Estados Unidos con imágenes, fotos y, por último, vídeos. La breve y rápida representación comienza con el asentamiento de los colonos recién llegados al continente descubierto, el trabajo a mano de la tierra y el cuidado del rebaño, animales indispensables para el trabajo en el campo y los desplazamientos. Contemplamos a un joven pescando lo que probablemente sea su cena, y familias arregladas para ir a la iglesia en su flamante coche de gasolina a principios del siglo XX. Distinguimos el papel y la atracción de los pequeños pueblos crecidos de la nada, la construcción del ferrocarril, de las carreteras y de los puentes. Asistimos a la irrupción de las fábricas y el crecimiento desmedido de las grandes ciudades industriales. También vemos las grandes urbes en expansión en la segunda mitad del siglo XX, la contaminación provocada por las empresas que deben abastecer las necesidades de una población que crece exponencialmente en una sociedad que, a su vez, necesita mucha energía para poder mantenerlo todo.

También vemos imágenes de los residuos que genera este tipo de crecimiento, la contaminación por tierra, mar y agua que provoca. Y vemos el efecto de la limitación de recursos, especialmente energéticos y alimenticios. Y todo esto lo vemos en los primeros dos minutos y medio al inicio del largometraje, hasta el instante en que aparece un cartel indicando que nos encontramos en el año 2022, en la ciudad de Nueva York, que tiene, en ese momento, cuarenta millones de habitantes. Todo un presagio de casi como nos encontramos hoy en día y en la misma fecha escogida en la ficción, un presagio vislumbrado visualmente cinco décadas antes en las salas de cine, en una película que adaptaba la novela ¡Hagan sitio!, ¡hagan sitio! (Make Room! Make Room!, 1966), escrita por Harry Harrison siete años antes. El libro tenía aún menos compasión a la hora de mostrar la escasez, el racionamiento y las carencias, o la consideración del agua o de la carne sintética como artículos de lujo, con familias hacinadas en pequeños espacios comiendo carne de perro comprada en carnicerías ilegales.

Soylent Green, 1973

La película se inicia con una conversación entre el protagonista, el policía interpretado por Charlton Heston, y su compañero de piso (amigo y, extraoficialmente, ayudante en algunas investigaciones), interpretado por un anciano Edward G. Robinson que pedalea con una bicicleta estática dentro del apartamento. Y no, no es porque estuviera haciendo gimnasia, pedaleaba para poder tener algo de energía eléctrica en el hogar para poder iluminarla por la noche. Y lo hacía justo antes de agarrar una garrafa y marcharse a recoger el agua potable que repartía el ayuntamiento en la calle, después de una larga cola con el resto de ciudadanos. Con un poco de suerte, era la única agua que tendría ese día.

Esta escena de la bicicleta es citada en el cómic El mundo sin fin (Le Monde sans fin, 2021), una obra creada a cuatro manos entre el climatólogo Jean-Marc Jancovici y el dibujante Christophe Blain, publicada en noviembre de 2022 en catalán por la Editorial Ventanas y en castellano por Norma Editorial. La obra ha sido un verdadero éxito de ventas en el mercado francés, editado por la editorial Dargaud, con más de 300.000 ejemplares vendidos hasta el momento en el último año. La referencia a la escena de la película es una característica esencial de la intención última del cómic: divulgar de forma amena, clara y rigurosa el por qué se produce el cambio climático y las consecuencias que pueden acontecer si no hacemos nada al respecto, analizando las posibles soluciones y el coste de cada una de ellas, exponiendo con toda su crudeza y realidad los datos en cada caso.

El mundo sin fin (Le Monde sans fin, 2021)

La cultura popular es una herramienta evidente para atraer la atención del lector, así que los autores no dudan en emplear al mítico personaje de Iron Man de Marvel, inconfundible por su armadura metálica de colores rojo y amarillo, llena de instrumentos de todo tipo, a fin de ponerlo continuamente como ejemplo de todo lo que podemos hacer hoy en día con la tecnología moderna, eso sí, con un precio muy caro: la energía que necesitamos para hacerla funcionar.

El estilo escogido en el guio es el más apropiado para este tipo de objetivos, plagado de información y bastante intención pedagógica. El dibujante actúa de cicerone hablando con el lector al principio del libro, acompañándonos en todo momento en el proceso creativo de todo el proceso de hacer este cómic, desde la génesis inicial surgida durante una ola de calor en agosto de 2018 cuando viajaba en coche con su pareja, hasta cómo acaba contactando con el reconocido científico y divulgador, Jean-Marc Jancovici, con la ilusión de poder contribuir a la reflexión del problema planteado a nivel global.

El resto del cómic consiste en un diálogo entre ambos, en una conversación que oscila entre dos amigos, entre profesor y alumno y entre activista y cómplice, pero siempre poniendo al dibujante en el papel del lector, haciéndole las preguntas al experto de la misma forma que lo haríamos nosotros y mostrando visualmente una explicación del concepto o tema en cuestión, que son muchísimos, a lo largo de las casi doscientas páginas de la publicación… y dando el particular toque de humor cuando la situación lo permite, con el dibujo, la onomatopeya o el chiste pertinente, sin ser irreverente y respetando la exposición de datos.

Christophe Blain es uno de los artistas más destacados en el panorama internacional. Sus cómics se encuentran entre las listas de los más vendidos en diferentes países desde hace prácticamente dos décadas, especialmente una vez gana el premio al mejor álbum en 2002 en el Festival de la Bande Dessinée de Angulema con el primer volumen de la saga Isaac el pirata. Escuchar por la radio del coche, en plena ola de calor, que los científicos pronosticaban temperaturas en Francia en torno a los 50º en 2050 le hizo pensar si podía hacer algo para evitarlo. Y uno de los referentes mediáticos al respecto era Jean-Marc Jancovici, ingeniero, profesor y experto en energía y clima, miembro del Consejo Superior del Clima de Francia, defensor de la energía nuclear, la tasa de carbono y el decrecimiento.

El resultado de este equipo creativo son más de dos años de trabajo y un cómic que da respuesta a muchas de las preguntas que nos hacemos sobre el cambio climático, indicando con datos sus argumentos, a fin de que sea difícil la negación y provocación de los escépticos. Si el libro de Harrison de 1966 ya nos avisaba de los peligros de la superpoblación, Jancovici y Blain lo ponen en contexto, explican el por qué y sus consecuencias, especialmente en la necesidad de aumentar a su vez la generación de energía.

El mundo sin fin (Le Monde sans fin, 2021)

Hasta hace un siglo y medio, toda la energía utilizada era renovable: animales de tracción que comen la hierba del campo, una caña de pescar para la cena de la familia, la madera suficiente para calentar el hogar, molinos de viento para moler el grano… pero la productividad era la que era. La productividad es un concepto que relaciona el resultado producido con el coste de obtener ese resultado. Hace casi dos siglos, dos tercios de la población mundial trabajaba en el campo y podían mantenerse ellos y el tercio restante. ¿Pero qué ocurre cuando este tercio que no trabaja en el campo empieza a crecer? Pues que no hay comida para todos.

La revolución industrial y la tecnología multiplica la potencia empleada disminuyendo el coste con un resultado mucho mayor, aumentando de forma considerable la productividad generando mucha más producción o, dicho de otro modo, con el mismo personal en el campo, pero con mucha más energía consumida, podemos producir alimentos para todos… y así hasta ahora. Pero, probablemente, la energía renovable no sea suficiente para mantener ese ritmo de consumo. Un ejemplo muy interesante es el siguiente: en el cómic nos avisa que la actividad que es la máxima consumidora de energía eléctrica en Francia es el sistema ferroviario (un 1,5% del total), y este caso sirve de palanca para la reflexión: si proponemos el transporte no contaminante como es el tren frente al vehículo y, sobre todo, del avión, ¿de dónde sale la energía para poder mover los vagones?

El mundo sin fin (Le Monde sans fin, 2021)

De este tipo de contradicciones hay un buen puñado en el cómic. También de mensajes sarcásticos, como la viñeta de una gran fábrica aparentemente muy contaminante mientras un directivo afirma lo siguiente, a los pies de una gran máquina que echa mucho humo: «Tenemos colmenas de abejas en los tejados, y en la cantina damos vasos reciclables. Y cada año celebramos el día de ir al trabajo en bicicleta»… La realidad es que parece que la crisis provocada por el cambio climático nos agarra a todos desprevenidos, especialmente a las empresas, y tomamos medidas anecdóticas que no son más que gotas de agua en el océano, al tiempo que no queremos renunciar a nuestro estilo de vida a nivel individual y colectivo, haciendo proclamas contra la energía fósil al tiempo que empleamos muchos productos que provienen del petróleo (plástico) o que dependemos del petróleo para conseguirlos (en el cómic acaba saliendo una lista bien larga, la verdad).

La contribución del cómic El mundo sin fin, de Jean-Marc Jancovici y Christophe Blain, es una aportación muy valiosa y pedagógica sobre el cambio climático y el debate sobre la energía. El resultado está a la altura de los reconocidos documentales Una verdad incómoda (An Inconvenient Truth, 2006), y su continuación, Una verdad muy incómoda: Ahora o nunca (An Inconvenient Sequel: Truth to Power, 2017), ambos impulsados, guionizados y protagonizados por Al Gore, que lleva ya más de mil conferencias sobre el tema, conferencia en la que se inspiró la premiada producción hace tres lustros, además hay que añadir el contenido del fundamental libro Una verdad incómoda para futuras generaciones (An Inconvenient Truth, 2006), disponible en catalán y castellano en la Editorial Gedisa.

Este cómic de Jancovici y Blain tiene una pequeña gran diferencia: que lo leemos después de sufrir varias olas de calor durante los últimos años, además de contemplar atónitos unos devastadores superincendios. Y escribimos este artículo esperando qué oleadas de frío habrá este invierno. Si tenéis alguna duda de lo que está pasando, porque está pasando y qué alternativas hay y sus consecuencias, leed El mundo sin fin y tendréis las respuestas.

Share.
Leave A Reply