Me llega inesperadamente la noticia de la muerte de Nicolás Redondo, el líder histórico de la UGT. Nadie me lo ha pedido, pero os hago llegar algunas de las impresiones que percibí cuando, a raíz de su dimisión en el cargo, concedió una entrevista en el diario Avui, donde yo trabajaba.

De entrada os diré que el lugar donde hicimos la entrevista impresionaba. Era la sede estatal del sindicato de matriz socialista, un antiguo monasterio en el centro de Madrid. Allí me hicieron pasar hasta el despacho de Nicolás. Antes se tenía que atravesar por una especie de claustro laico, conducido por una secretaria que daba la impresión de conocer el sindicalista de toda la vida, entramos al aposento muy austero, recuerdo que tenía muy pocos papeles y muy ordenados.

Redondo era vasco, y hablaba castellano con aquel acento que tienen los vascos que no hablan euskera, pero que es reconocible por todo el mundo. Nos recibió con su ademán serio y no evitó ninguna pregunta. Fue para mí, una experiencia positiva por inesperada.

Nicolás Redondo había roto con una norma no escrita según la cual la UGT era un tipo de apéndice respecto del PSOE. Recuerdo que en las primeras elecciones generales españolas, el PSOE reservaba al sindicato una serie de lugares de salida segura a las listas electorales en el parlamento.

En la entrevista, Redondo insistió muchas veces en defender las posiciones del sindicato como «moderadas» o «socialdemócratas». Aun así, las planteaba con solidez y sin renuncias. Una posición que hizo que él y los miembros de la ejecutiva de la UGT dimitieran de sus cargos de diputados porque no estaban de acuerdo con la política económica del PSOE y votaran en contra de unos presupuestos generales como colofón a la discrepancia. Unos años antes, un infumable Plan de Empleo Juvenil (PEJ) que dejaba los jóvenes prácticamente sin derechos laborales, provocó que UGT junto con CCOO convocaran la primera huelga general en el gobierno del PSOE, con un éxito incuestionable. Esto pasó el 14 de diciembre de 1988 cuando la única televisión que había en España se fundió en negro a las 12 de la noche coincidiendo con el inicio de la parada.

Pero volvemos a la entrevista. Cuando acabamos, tuve un intercambio de frases off the record con Redondo. Durante el encuentro había criticado con dureza la política que él decía neoliberal del PSOE. Yo le pedí su opinión personal sobre Felipe González. Me miró y dijo lacónico: «tiene menos sensibilidad social que una almeja».

Después, en el congreso que servía para despedirlo y dar a Cándido Méndez, como sucesor, uno de los ponientes, después del discurso del líder histórico, desde el atril le dijo: «Nicolás, té hemos querido mucho y también te hemos temido mucho», en referencia a las enrabiadas que sus colaboradores afirmaban que alguna vez había protagonizado.

Su posición respecto a UGT de Cataluña tenía lecturas contrastadas. Hubo un momento que desde Madrid se le quiso aplicar una tutela casi asfixiante. Según algunas fuentes esto tenía que ver con una visión centralista. Otros matizaban que no se quería aceptar que la deriva hacia la independencia de hecho del sindicato respecto del PSOE quedara mediatizada en territorios considerados claves. El hecho es que después de algunas pequeñas tormentas, la relación de Cataluña con Madrid se estabilizó con la consolidación de Josep Maria Álvarez como secretario general de Cataluña. El asturiano hizo entender todo el mundo que UGT tenía que tener en Cataluña tanta autonomía como el país consiguiera en los ámbitos políticos. Pero esta es otra historia.

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