La película M3gan (2022), dirigida por Gerard Johnstone, está ligada a creativos emblemáticos del género de terror, ya que cuenta con la producción de los míticos Jason Blum y James Wan, y el guion de Akela Cooper, nombres destacados y prolíficos del cine en los últimos lustros. La idea del argumento surge precisamente de Cooper y Wan y el dato es fundamental, porque ambos deciden que el detonante del miedo no sea algo fantástico, sino algo verosímil en un futuro cercano: un robot dotado de inteligencia artificial caracterizado de muñeca realista que hace la función de juguete avanzado.
La premisa es consecuencia de una desgracia: una ingeniera involucrada en su trabajo en la etapa final de un proyecto de innovación relacionado con la robótica y la inteligencia artificial, debe hacerse cargo como tutora de su sobrina de ocho años, que acaba de perder trágicamente a sus padres en un accidente de tráfico. Su poca experiencia con infantes, el hecho de que la sobrina se estaba educando en su casa, el trauma vivido por ambas (pérdida de la hermana por un lado y de los padres por el otro) y la exigencia de sus clientes por la proximidad de una fecha límite de entrega provocan conflictos continuos en la recién creada unidad familiar que, además, debe tener la supervisión de una psicóloga que debe validar esta nueva responsabilidad. Y la solución estaba justamente en la investigación que estaba realizando: tener un robot con forma de muñeca que hace los papeles de compañera de juego y de profesora a la vez y, sobre todo, de canguro, de día y de noche… todos los días.

La inexperta tutora y su sobrina, interpretadas por las actrices Allison Williams y Violet McGraw, respectivamente, incorporan a la muñeca M3gan, encarnada (nunca mejor dicho, dotando de forma magistral una cierta sensación de artificialidad en el movimiento mecánico de todo el cuerpo) por la debutante Amie Donald, como una más de la familia con un beneficio manifiesto para ambas: la sobrina estaría acompañada y supervisada en todo momento, y la experta en robótica tendría una inteligencia artificial aprendiendo de forma automática a partir de la interacción continua con la pequeña de ocho años.
Una orden tan básica como «tienes que cuidar de mi sobrina» puede inducir a la inteligencia artificial a decidir que lo más adecuado es deshacerse de todo aquel que la moleste, y ya se pueden imaginar lo que ocurre sin tener que destripar la película. Cuando la diseñadora del robot detecta el «problema» y decide desconectar el robot, aparece un nuevo conflicto: la de la muñeca automática que no desea ser destruida. Que un ser artificial se rebele contra su creador ya lo escribió, hace más de doscientos años, Mary Shelley en su reconocido libro Frankenstein o el moderno Prometeo (Frankenstein; or, The Modern Prometheus, 1818), pero el que vemos en esta producción es el miedo moderno a lo desconocido: la inteligencia artificial.

Emplear la tecnología como instrumento para hacer más verosímil lo fantástico se está convirtiendo en una tendencia, especialmente en el género de terror, como pudimos ver recientemente en la nueva versión de Muñeco diabólico (Child’s play, 2019). Si en la película original de 1988, que inició una extensa saga, el muñeco Chucky era literalmente poseído por el espíritu de un asesino mediante una magia vudú, en esta última versión la génesis del comportamiento violento del muñeco es provocada por tener un sistema de inteligencia artificial modificado para aprender a partir de diferentes estímulos y la observación.
El nuevo muñeco Buddi (que sustituye en la nueva versión al mítico Chucky), con la inquietante voz del legendario actor Mark Hamill, observará su entorno, el comportamiento de las personas y, en especial, qué gusta y qué no a su nuevo propietario, un adolescente que comienza a sufrir y disfrutar de sus primeras películas de terror. Y, justamente, ver una película de terror tan sanguinaria como La matanza de Texas 2 (The Texas Chainsaw Massacre 2, 1986), puede ser divertido vista en el sofá de casa comentada con los amigos y sin los padres… y puede dar muchas ideas a una inteligencia artificial que está aprendiendo de lo que ve, aunque sea en la pantalla del televisor. Y si lo que ve es que cada vez que el asesino de la película mata a alguien, automáticamente su nuevo dueño se ríe a carcajadas, pues ya sabe qué debe hacer para entretenerle. Todo ello, teniendo en cuenta que suponemos que a una inteligencia artificial no le resulta fácil distinguir entre lo que está bien y lo que está mal, y que le es más fácil actuar por mimetismo. Es evidente que no sabe distinguir, en este caso, entre ficción y realidad o, mejor dicho, entre entretenimiento en la ficción y consecuencias en el mundo real.

Volvemos a M3gan, por cierto, acrónimo en la ficción de Modelo 3 Generación Android. En este caso, además, la película explora dos terrores cotidianos y cercanos para todos: en primer lugar, el miedo a tener que cuidar de un infante a tiempo completo y sin experiencia previa y por obligación y, en segundo lugar, la dependencia de la tecnología y sus efectos sobre las personas. La actriz que interpreta a la inesperada tutora resulta muy creíble en su nueva responsabilidad (también como experta en robótica), alterando la presión por el trabajo con la angustia de la crianza y la culpa por solucionarlo con un canguro tecnológico que, en cierto modo, le libera de sus nuevas obligaciones.
La externalización de la supervisión de los padres empleando la tecnología provoca unos efectos que lo podemos ver en la misma película, en la reacción de la sobrina cuando quieren quitarle su nueva muñeca, con una explosión de ira y violencia desconcertante e inédita hasta ese instante respecto del carácter manifestado durante todo el largometraje. Este comportamiento es producto de la adicción de la niña de ocho años a la tecnología y de la que ya nos advirtió el documental Enfants accros aux écrans («Niños adictos a las pantallas», 2018). El reportaje de Paul Moreira y Adèles Flaux era un grito de alerta convencidos de que hay que actuar urgentemente: algunos expertos llevaban tiempo intentando hacer oír sus voces para advertirnos de una epidemia silenciosa y peligrosa que amenaza a los niños en sus primeros años de sus vidas. Cada vez existen más estudios concluyentes que afirman que el uso abusivo de las pantallas de móviles y tabletas puede provocar trastornos del lenguaje y del sueño en los más pequeños, además del aislamiento y la baja tolerancia a la frustración que provoca.

En el documental podemos observar cómo, en Francia, un colectivo de pediatras, logopedas y psicólogos piden a las autoridades que hagan campañas institucionales para informar de los efectos de la sobreexposición de los niños a las pantallas como se hace con las adicciones al alcohol, al tabaco o a las drogas. Los padres no son conscientes de ello, de hecho, es al contrario, creen que le están dando todo lo que pueden dar o lo que ellos (nosotros) no pudimos tener en nuestra infancia. En el programa aseguran que, si el culpable del extraño comportamiento de los niños son las pantallas, la solución es muy fácil: sólo retirándolas hace que los niños se recuperen completamente.
El dr. Nicholas Kardaras, autor del libro Glow Kids: How Screen Addiction Is Hijacking (2016), habla de «la heroína digital». En su investigación ha observado en niños pequeños los mismos síntomas clínicos que en los casos de adicción a las drogas: el síndrome de abstinencia, la impulsividad y la agresividad. Descubrió que las pantallas nos hacen generar dopamina, que es la sustancia que nos hace mirar constantemente el móvil y la que alimenta el llamado circuito de recompensa cerebral. La dopamina es conocida como la hormona de la felicidad.
El documental Niños adictos a las pantallas nos muestra un estudio utilizando un escáner cerebral realizado a adolescentes adictos a internet, y que dio resultados inesperados y sorprendentes: la circulación de los fluidos estaba alterada. Una zona del cerebro se encoge (el córtex frontal), con un impacto sobre la comunicación que pueden provocar síntomas similares al autismo o a los trastornos bipolares, provocando un comportamiento más impulsivo y adictivo, e impidiendo poder tomar decisiones acertadas ya que la capacidad de hacer encadenamientos lógicos está alterada.
Y eso sí que debería darnos miedo. Resulta sorprendente que lo que es más siniestro en la película M3gan no es un robot con una cara de plástico y haciendo unos movimientos pseudoartificiales, lo que es verdaderamente siniestro y escalofriante es lo que no vemos en los humanos.
1 comentari
Genial comentario, Jordi, felicidades.