
Estimado crack,
¿Cómo debo llamarte? ¿Máquina, fiera, criptohermano, emprendedor…? Hace un año -y hace dos años, y hace tres-, me cogías del brazo y me decías que yo era un loser, que tenía que comprar bitcoins, que pronto llegarían a los 100.000 dólares de valor unitario. Incluso me habías invitado, ¿recuerdas?-, a invertir conjuntamente en un nuevo rig de minería -una especie de ordenador frankenstein- en Kazajistán, que minaría ethereum las veinticuatro horas para nosotros. Dinero fácil y un plan infalible, con un precio de energía barato y una inversión inicial relativamente moderada. Beneficios perpetuos, la herencia de mis nietos. Yo no acababa de verlo, pero te veía bien animado. Y un punto agresivo.
Aún recuerdo que me dijiste que yo era pobre porque quería, que ahora todo el mundo con algo de inteligencia y acceso a Youtube podía hacerse rico. Una frase contundente, pero claro, quién sabe. Quizás no había aprendido lo suficiente sobre las monedas del futuro o no acababa de comprender el funcionamiento de tus inversiones. Ahora que pienso en ello, en algún momento mencionaste algo relacionado con el metaverso. Lo olvidé rápidamente.
La violencia verbal y el aleccionamiento arrollador que practicaba en todo tipo de encuentro social –incluso en grupos de Whatsapp- me hicieron informarme sobre el mandano que tanto publicitaba. Leí sobre el aumento de precios de las tarjetas gráficas de los ordenadores, que utilizabas para obtener criptomonedas; una práctica insostenible e incluso antieconómica; cuando el precio de la electricidad ha subido, incluso los más creyentes han detenido sus rigios en Kazajistán. También quise entender qué diferencia había entre el bitcoin, ethereum y otras divisas virtuales, y el nivel de protección que ofrecían las instituciones hacia éstas. Incluso aprendí el concepto shitcoin, popularizado después de que Elon Musk insinuara que había invertido en dogecoin, una moneda que actualmente ya no vale nada. Su único rasgo diferencial era que la imagen de esta divisa virtual era un perro, como el del memo del perro mayor y el perro pequeño. ¡Eh! Y como el ser humano siempre tropieza dos veces con la misma piedra, la rumorología de una nueva criptomoneda ligada a twitter ya puede leerse en la prensa anglosajona. Burbujas hinchadas a beneficio de los mismos de siempre.
Más allá del discurso desacomplejado de los criptobros, cuanto más leía sobre estos productos más confirmaba mi primera intuición: se trataba de una burbuja que sólo generaba beneficios por la expectativa de un alza de su valor. Más allá de la innovación tecnológica y de la valiosa tecnología blockchain, el resto era todo humo –tal y como dicen Los Chikos del Maíz en su canción ‘Criptobros’-. Porque, como apuntaba Andreu Pujol en El Punt Avui, nadie da duros a cuatro pesetas. En ese artículo se describía precisamente una valla publicitaria de una shitcoin que presentaba un muñeco con la bandera de España; una imagen que podía verse muy cerca de la Estación de Francia de Barcelona. No le sorprenderá saber que la moneda Floki tuvo su máximo valor en mayo de 2021, con un precio de 0,00003118 el dólar; en la actualidad su precio se sitúa en torno al 0,000008404 el dólar. Sí, hay un cero menos de por medio.
Alerta, figura. Desde que me informé he ido difundiendo a redes de mi aversión a las criptomonedas. No porque me parezca algo negativo por sí, sino porque no tienen ningún tipo de control a ojos públicos. Donde tú ves libertad, yo veo evasión de impuestos o actividades ilícitas, pero también carece de protección al consumidor bajo una falsa sensación de seguridad y progreso. Si las criptomonedas son el futuro, me cuesta entender que, según informa la Comisión Nacional del Mercado de Valores, no sean consideradas un medio de pago legal ni estén cubiertas por los mecanismos de protección del Fondo de Garantía de Depósitos o por el Fondo de Garantía de Inversores. La persona trabajadora que, de buena fe, pone su dinero a criptomonedas, se lo está jugando con unas garantías equiparables a las de un casino o una máquina tragaperras. Ninguna.
Ahora tú me dirás que invertiste en bitcoin en 2016 y que te has hecho rico. Felicidades, máquina. Como los que compraron acciones de Amazon en 2013 o los que compraron oro en 2003. Un bien especulativo donde los early adopters, los primeros en comprar, hacen fortuna. La diferencia es que, en ese caso, las criptos no tienen ningún valor intrínseco. Humo.
Quiero terminar esta carta, este artículo, mencionando una interacción en twitter. Antes de la derrota definitiva, en enero de 2022, hice un tuit diciendo que lo de las criptomonedas era una burbuja, recordando a aquellos que promovían el optimismo en relación al aumento de valor del bitcoin. En el texto adjuntaba una imagen, una captura del precio del bitcoin de ese día: 1 BTC = 35.440 dólares. Un tuitero configuró, en su respuesta, un bote para que le recordara, un año más tarde, mi tuit. Pronto se cumplirá un año y actualmente 1 BTC vale 18.245 dólares, después de una pérdida de valor de un 58% en 2022.
Querido titán, no quiero hacer leña del árbol caído. No te deseo ningún daño. Sólo quiero regulación y protección al consumidor para evitar que quebren gigantes como FTX dejando atrás una deuda de más de 3.000 millones de dólares. No pido demasiado, tampoco. ¿No aprendimos nada de la crisis financiera de 2008?