La muerte de Josep Maria Espinàs no nos ha cogido por sorpresa. No estaba muy bien, era muy grande y de vez en cuando, pensabas, Espinàs aguanta. Bien, ya se ha ido. Los recuerdos flotarán, se llenarán páginas y páginas donde se nos informará, con sentimiento, de todo lo que hizo, tantísimas cosas además de escribir. Espinàs, como tantos otros, dejará su huella en productos, digamos, concretos, tangibles: literatura, música, periodismo, tarea editorial, etc. Son realidades incuestionables, hechos. Su muerte, en este sentido, y de forma patente, no ha sido estéril. Pero para mí, nada me llena más de agradecimiento, ahora en el momento del traspaso, que su “duración”. Ha sido un último servicio en nuestra cultura. La “duración” es un intangible, y su valor es incluso opinable. No lo veo así.

La cultura catalana, vete a saber por qué, ha ido siempre corta de referentes traspasados ​​después de una larga vida. Las grandes figuras nos han dejado a edades relativamente poco tardías teniendo en cuenta los estándares actuales. Los referentes “viejos” son imprescindibles para hacer de puente y mantener un vínculo “real” con el pasado. Espriu, Maria Aurèlia Capmany, Montserrat Roig, incluso Pere IV, por ejemplo, cada uno con la propia circunstancia, entre otros muchos, se fueron demasiado pronto.

Los referentes nonagenarios “en vida”, como Foix, sin ir más lejos, nos atan indefectiblemente con el pasado y mientras “duran” difícilmente puedes manipularlos. Ahora mismo, tenemos el caso de Josep Vallverdú, muy vivo, hará cien en julio, es un acontecimiento extraordinario porque nos pone frente al espejo: son testigos de épocas y momentos que muchos quisieran situar en el cómodo cajón de la cómoda para tal poder utilizarlos a conveniencia. Pero no, están vivos, y tienen ojos, orejas y memoria.

Josep Maria Espinàs, que religa nuestra cultura por tantas bandas, y tan bien ligadas, ha aguantado. Ya sé que para alguien, en ese momento de sentimiento, esta afirmación resultará demasiado prosaica. Pero el ejemplo de los viejos, por el simple hecho de saber que están ahí, además de todo el valor de su producción “tangible”, es imprescindible. Tenemos tendencia a esconderlos. Francia haría bandera. Organizaría homenajes públicos con la más mínima excusa. Porque homenajearlos sería autohomenajearse. Nosotros, no. No sabemos mucho. Basta con ver la tristeza y dejadez de varios “centenarios” celebrados en los últimos años. Para saber todo lo que ha hecho Josep Maria Espinàs, tantísimo, sólo hace falta acudir a la Wikipedia. Y a partir de ahí, sacar todo el zumo que se quiera. Lo intangible no se lo encontrará. Gracias, maestro Espinàs, por haber durado tanto y con la dignidad intacta. Se dirán muchas cosas, pero ésta, también debía decirse.

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