Este gesto, que se reclamaba desde hacía tiempo por parte de la asociación “Barcelona con el apartheid NO” — así como de más de un centenar de asociaciones y entidades vinculadas a la defensa de los derechos humanos como Lafede.cat o el Consell de Joventut de Catalunya—, llevaba semanas sobrevolando el debate político de la ciudad, cuando “Barcelona con el apartheid NO” consiguió reunir las firmas suficientes para incluir en un punto del orden del día del plenario el debate sobre el hermanamiento y su ruptura.

Colau, ahora, decide tirar por la vía rápida y suspende con el acuerdo de hermanamiento con Tel-Aviv, y lo hace antes de que la propuesta llegue al Pleno en una acción que seguro levantará polvareda: cualquier acto que implique una crítica al régimen de Israel, aunque se digan las mismas cosas que las que afirma Amnistía Internacional, despierta el recelo —y el enfado— de una parte de la ciudadanía catalana vinculada a las élites económicas y políticas, especialmente aquellas ligadas a la antigua CiU. Ya desde la época de gobierno de Jordi Pujol las alabanzas al estado de Israel han ido tejiendo un relato en el que se establecían paralelismos entre Cataluña e Israel como paradigmas de naciones oprimidas. “Israel es claramente un compañero de viaje de Catalunya”, afirmaba Artur Mas en el 2013 mientras estaba de viaje oficial a Oriente Medio. Es evidente que Israel ha sido una nación históricamente oprimida, tan evidente como lo es que hoy en día es un estado que oprime, mata, y ocupa territorios palestinos de manera sistemática vulnerando una y otra vez las convenciones internacionales.

Cabe recordar que los acuerdos de hermanamiento no tienen efectos concretos una vez firmados. Representan una voluntad general de potenciar los vínculos con otro municipio para facilitar su intercambio cultural, social y económico. Esta figura se popularizó después de la Segunda Guerra Mundial entre aquellos pueblos — en su mayoría de Francia y Alemania —, que habían sido enfrentados durante el conflicto bélico. A mediados de los años sesenta se incluyen países del este y de fuera del continente europeo, con acuerdos entre entidades locales del norte y el sur basados en la cooperación y la solidaridad.

Es posible que cuando Joan Clos firmara dicho acuerdo tuviera algo más (mucho más) de sentido que el que tiene mantenerlo hoy en día. Entonces Israel y Palestina se encontraban en un largo proceso de negociaciones de paz que, por primera vez desde que empezó el conflicto, desprendían una pequeña esperanza de cambio del status quo. La firma del acuerdo tenía entonces un sentido moral y estratégico. Ahora ya no. Todo lo contrario: Israel no es un referente para Catalunya, y Tel-Aviv no debería serlo para Barcelona.

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