Sí, es el señor Espinàs. A estas grandes personalidades las trato de señores. Lo aprendí de otro gran señor: el señor Jordi Cots, abogado, maestro, poeta y exsíndic de greuges por temas de infancia y, sobre todo, estimado amigo. Él, cuando habla de Martorell o de en Galí, dice el señor Martorell o el señor Galí. Pues yo digo el señor Espinàs.

Nos ha dejado a los 95 años. Muchos artículos y comentarios se han publicado hablando de su dimensión de escritor, de periodista, de entrevistador y entrevistado… pero está el señor Espinàs que yo quiero reivindicar y recordar: el señor Espinàs, educador, hombre de un civismo ejemplar. Con pipa o sin ella.

Lo conocí en 1987. Tengo la dedicatoria de su libro “Tu nombre es Olga” ante mí. Había leído “Combate en la noche” y algunos libros de viajes. Él, que escribía con las manos y a máquina lo que antes había escrito con los pies, pisando terreno y haciéndonos dar cuenta y descubrir la riqueza de lo más evidente, más cotidiano, las maravillas que esconden las cosas o las situaciones sencillas, con ”Tu nombre es Olga” escribía con la mano y el corazón. Reseñé este libro que siempre me hace compañía y le pedí una entrevista. Nos encontramos en un bar de la calle Tuset. Yo estaba como un flan. Iba a conocer a todo un señor. Estuvimos hablando del libro y de educación en un momento en que empezaba a salir al escenario la importancia de las diferencias y de qué teníamos que hacer para que estas diferencias no se convirtieran en desigualdades.

Le pedí que nos hiciera un curso sobre escritura en la escuela de verano y me respondió que no, que un curso no se veía con corazón de hacerlo, una manera elegante de decir que no lo quería hacer, porque seguro que corazón y conocimientos tenía un montón. Pero me dijo que aceptaba hacer una conferencia a los maestros y las maestras que coordinaban cursos en la escuela de verano. Cuando ya acababa su intervención sobre la singularidad humana -¡Olga, cuanto te debe tu padre y cuanto te debemos nosotros!- nos hizo una pregunta que quedó al aire: ¿Qué se tiene que hacer con aquellas criaturas que no quieren significarse en nada, aquella criatura que seguiría el consejo que me dio mi padre cuando fui a hacer la mili: tú no levantes la mano para nada, procura ser muy gris. Qué hacer, pues, con el niño que quería ser gris? Una buena pregunta para debatir.

He trabajado muchos años de maestro de lengua o de educación cívica y he usado los artículos del señor Espinàs -o los chistes de Cesc- día sí, día también. Artículos modélicos porque eran entendedores sin renunciar al rigor que exigía el tema del que hablaba.

Yo sé que amaba el mundo de los maestros y de la escuela. Era lector, por ejemplo, de la revista Perspectiva Escolar. A mí me alegraba cuando en una de sus columnas citaba algún artículo publicado en la revista. ¡Mira, pensaba, interesa al señor Espinàs!

Cuando se le rindió un homenaje y nos pidieron que escribiéramos algo, yo expliqué que siempre empezaba el diario Avui -y después El Periódico- por el artículo del señor Espinàs. Era una manera de contribuir al largo proceso de humanización. De una gran persona solo sacas lecciones buenas. De un hombre bueno, seguro que era, también.

Maestros, estos días en cada una de las aulas de nuestro país se tendría que comentar la importancia del legado del señor Espinàs. Leer un fragmento suyo, conversar alrededor de alguno de sus libros o volver a ver alguna de las entrevistas.

Y ver qué pensamos de afirmaciones como esta extraída del libro que habla de su hija Olga: “Lo que sí sé es que el progreso no es una vía única, un camino de dirección obligada para todo el mundo, aunque nuestra sociedad lo crea así.

Tu especial condición te da la libertad de no someterte a la dictadura del progreso que se identifica con la eficacia y la competitividad.

Tú has avanzado. A tu manera. A la manera de un verso de Víctor Hugo:

Avanzamos.

El progreso es una necesidad de moratón”.

Necesidad de moratón. Necesidad del señor Espinàs. Gracias por todo, estimado maestro.

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