Estas últimas semanas los medios de comunicación nos facilitaban tres datos que como mínimo, deberían hacernos pensar. En primer lugar, la propia Generalitat de Catalunya reconocía que más de 400.000 catalanes menores de dieciseis años están en riesgo de pobreza, al nivel de los datos de Rumanía, Bulgaria y Grecia. En paralelo, un informe de Save the Children señalaba que más de 240.000 niños en Catalunya pasan frío en casa. Y finalmente, sabíamos que la última edición Barómetro de Opinión de la Infancia y la Adolescencia de UNICEF indica que el 8,5% de los niños del estado con un nivel adquisitivo bajo se sienten siempre tristes.

Pobreza, frío y tristeza. Propongo que volváis a revisar los datos pensando en los niños que tenéis cerca; pensando en vuestros hijos e hijas, nietos y nietas, sobrinos y sobrinas, diciéndoos que siempre se sienten tristes, que tienen hambre o que pasan frío en su habitación. Llamadme demagogo si queréis, pero antes pensad en ello con las caras de vuestros niños como imagen de fondo.

La fotografía que nos dejan estos datos es demoledora. Qué esto ocurra en Catalunya, en la zona más privilegiada del mundo, en un país rico, con recursos, es sencillamente intolerable. Pensar en las profundas desigualdades que imperan en otros rincones del mundo, donde la situación es aún más grave, hace más triste hablar de pobreza crónica en la acomodada Europa.

Todo ello la misma semana en que finalmente se pactaron los presupuestos, después de meses de una pesada escenificación, más ligada a intereses partidistas que a las necesidades de la ciudadanía. A falta de ver cómo quedan definitivamente los números tras los ajustes finales y sin negar algunos esfuerzos para dotar a sectores como la sanidad y la educación, lo cierto es que un año más y van unos cuantos, el sector social queda en segundo término, ignorado y sin los recursos necesarios. Cambian gobiernos, cambian colores y los partidos siguen sin apostar por un sector esencial. Sólo buenas palabras y gestos para quedar bien. Es necesario que las organizaciones representativas y las entidades sociales hagan una reflexión a fondo sobre los motivos de esta situación y articulen respuestas contundentes para revertirla.

Hay que recordar a la clase política catalana de forma continuada e insistente que el estado del bienestar, ese concepto que tanto les gusta utilizar, tiene su origen en el welfare state inglés, nacido en contraposición al warfare state o estado de guerra después de la Segunda Guerra Mundial y define al conjunto de políticas que garantizan el acceso de toda la población a la educación, la sanidad y los servicios sociales, así como a las prestaciones por desempleo o jubilación. Y en una sociedad verdaderamente democrática y cohesionada, no nos equivoquemos, acceso significa también atención y respuestas de calidad, presididas por la equidad y la justicia social.

Frente a la opción de impulsar políticas transformadoras, que ataquen las desigualdades de forma estructural y fomenten los modelos de la economía social como alternativa al capitalismo más crudo, encontramos una respuesta a la emergencia social tibia y poco valiente. Siguen imponiéndose los criterios y directrices de las políticas neoliberales, que apuestan por el asistencialismo y la caridad, fomentando así el enquistamiento de las causas de la pobreza y la vulnerabilidad.

En una sociedad en la que una parte importante de sus niños son pobres, pasan frío y se sienten tristes y preocupados es más necesario que nunca reivindicar conceptos como justicia social o redistribución de la riqueza. Es más necesario que nunca aclarar dónde están los recursos y a qué se están destinando. Y es más necesario que nunca priorizar políticas sociales que hagan frente al riesgo de ruptura de la cohesión social.

Decía Albert Einstein: “la palabra progreso no tiene ningún sentido mientras haya niños infelices”.

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