La escasez de fuentes sólidas sobre la Historia de barrio dels Indians me hace ir mucho más a ciegas que en otras investigaciones, aferrándome a una serie de rastros, por suerte poco a poco deshilachados, un milagro al estar capadas algunas hemerotecas de enjundia. 

Ante su ineficacia, cualquier mano es buena para permitir que afloren a la superficie los pequeños relatos configuradores de la memoria. En su blog el tranvía 48, Ricard Fernández Valentí atesora datos ideales para reconstruir lo mínimo. Uno de ellos mencionaba la empresa Acústica Electrónica Roselson, notable al integrar sus equipos de sonido en mobiliario de diseño, además de proponer a los usuarios la fabricación de sus altavoces en función de medidas e intereses. 

La marca nació en los años cincuenta y se estableció según alguna tarjeta de presentación en el número 8 de Francesc Tàrrega, si bien las naves de fabricación ocupaban un espacio notable de la esquina de Campo Florido con el carrer de Puerto Príncipe, gran parte de ellas aprovechadas por Manau S.A., dedicada a materiales de construcción y el hogar. 

La Roselson desde el cruce de Puerto Príncipe con Campo Florido| Jordi Corominas

Ricard Fernández mencionaba como gran anécdota el asesinato del contable en junio de 1977, en la época más convulsa de la Transición. Ante los problemas de consulta de La Vanguardia reconozco haberme sentido huérfano, pero este archivero dels Indians tuvo a bien responder mi pregunta sobre el nombre del empleado fallecido, y así, con Francisco Martínez Asensio, Asencio en otros documentos hallado a posteriori, pude dar rienda suelta a mis pesquisas, muy exitosas pese a las habituales lagunas del después.

El viernes 2 de junio amaneció templado en Barcelona, con una temperatura media de dieciocho grados. Esa jornada soleada invitaba a cualquier cosa menos a cumplir obligaciones laborales. Hacia las diez y cuarto, Francisco Martínez Asensio y José Luis Lavilla Callao, respectivamente cajero y director administrativo de la Roselson, se personaron a la oficina del Banco Bilbao Vizcaya de plaça Maragall con el carrer del Doctor Valls. 

Retiraron dos millones setecientas diez mil cuatrocientas trece pesetas, depositándolas en el interior de un maletín y una bolsa verde. A las diez y media, tras salir de la sucursal, se encaminaron hacia el número 47 del carrer de la Garrotxa, donde habían aparcado su coche, con toda probabilidad para regresar al carrer de Puerto Príncipe y poner la cuantiosa cantidad a buen recaudo. 

La fábrica Roselson vista desde la calle de Puerto Príncipe| Jordi Corominas

Martínez Asensio tenía cincuenta y dos años y Lavilla Callao era mucho más joven. Ninguno de los dos debió pensar mucho en una serie de factores sólo remarcados con la perspectiva del tiempo. El 47 del carrer de la Garrotxa, antigua carretera de Horta, forma parte de los bloques de Antonio Pineda, al cabo de los años uno de los arquitectos de las viviendas del Congreso. A su lado estaba la masía de Can Girapells,  puerta a esa vía sinuosa y angosta en contraste con la amplitud de passeig Maragall.

Vista de la calle Garrotxa | Jordi Corominas

Fueron en vehículo privado por normalidad de la época y para proteger todo el montante a su cargo. Cuando estaban por abrirlo, irrumpieron de la nada un hombre y una mujer. Él, de mediana edad, llevaba un blusón corto, mientras ella, de treinta a treinta y cinco años, iba vestida de enfermera. Llevaban sendas pistolas, disparándolas contra los empleados para hacerse con el botín, fugándose en una SEAT 127. 

Martínez Asensio ingresó cadáver en el Hospital de Sant Pau, apreciándosele tres heridas de arma de fuego. La primera le produjo la perforación de la aorta abdominal, la segunda salió por la fosa ilíaca izquierda y la tercera se ubicaba en el antebrazo izquierdo. Lavilla Callao salvó la vida pese a fracturarle una bala el peroné. 

Sus compañeros lamentaron con una manifestación colectiva el funesto episodio, acaecido menos de diez días después de la celebración de la junta ordinaria de esta sociedad anónima, transcurrida sin sobresaltos.

Durante unos días acoté el radio de mis elucubraciones en los atracos bancarios de 1977 en la Ciudad Condal, frecuentes y tejidos de cierta leyenda a lo largo de esos meses con una olvidada huelga de gasolineras, otra de taxis, el hito de las jornadas Libertarias y el retorno de Frederica Montseny para un mitin en la avinguda de María Cristina, por supuesto colmado por centenas de miles de acólitos.

La muerte de Martínez Asensio y el mal trance de Lavilla Callao, desaparecido de cualquier papel escrito, podían ser una simple efeméride sin repercusión al suceder en la periferia. El Diario de Barcelona, La Vanguardia, El País y Diario 16 recogieron la noticia, este último con más profusión de detalles, entre ellos los siete casquillos de calibre 9mm en el escenario del crimen, pendientes de examinar en la comisaría del Distrito. 

Muchos asesinatos no se resuelven y nadie debe rasgarse las vestiduras por ellos. Mi esperanza para dar luz al asunto de la Roselson era la enfermera treintañera, no por el travestismo elegido, sino por su condición femenina, magnífica como presunto cebo y sobre todo extraña a más no poder en un dispositivo organizado, pues los pistoleros del carrer de la Garrotxa no pasaban por ahí de casualidad. No hay que ser muy ducho para deducir un seguimiento anterior para registrar unas rutinas con el fin de hacerse con los millones, relamiéndose por lo silencioso y tranquilo del paraje.

La calle Garrotxa a la altura de donde asesinaron a los trabajadores de Roselson| Jordi Corominas

Aun así, fueron vistos para brindarnos las descripciones de los implicados. A la mañana siguiente, dos individuos descendieron de un Simca 1200 blanco, aparcándolo en doble fila junto a la finalización del cuartel de la Guardia Civil, custodiado por Antonio López y Rafael Carrasco, este ataviado con el mono mecánico para reparar su auto privado. 

Todas las mañanas de esta trama son apacibles hasta un estallido. Uno de los del Simca, joven con una cazadora oscura, mató a López de un tiro en la cabeza, aunque desperdigó seis o siete más, apoderándose de su metralleta para acto seguido sacrificar a Carrasco, perdido e indefenso. 

Los malhechores se fugaron sólo trescientos metros, topándose con un SEAT 850 azul estacionado en la esquina de avinguda Madrid con Joan Sada. Otro testigo los vio correr. Uno sobresalía por ser alto, más de metro setenta y cinco, y su llamativo jersey, mientras uno de sus cómplices acarreaba un paquete muy largo y otro aceleraba muy nervioso, con el gatillo a punto. 

La asociación entre estos acontecimientos, veinticuatro horas en la vida de una ciudad, sólo se reveló la tarde del 3 de junio, cuando una mujer llamó a dos periódicos para que recogieran unas notas bajo un felpudo. Su contenido fue la llave, enterrada en el fondo de un mar de tinta bastante desapercibido, para engarzar Roselson con la Benemérita.

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