Lara Moreno (Sevilla, 1978) me observa desde la pantalla: se ríe, gesticula en confianza, porque ya éramos conocidas de redes, pero jamás habíamos hablado antes en directo. “¡Por fin!” Y lo dice tras haber estado varios días acatarrada, lo cual retrasó nuestra conversación: “pero ya me encuentro mucho mejor”, replica, con una energía que me va a transmitir en la hora y media que pasaremos charlando tranquilamente. Su entusiasmo se debe en parte a la buena acogida que está teniendo La Ciudad, su nueva novela, basada en la historia de tres mujeres: Oliva, española atrapada en una relación de maltrato; Horía, marroquí que llega a nuestro país como temporera; y Damaris, colombiana y empleada del hogar para unos ricachones. Una obra monumental, escrita con garbo y retazos líricos que conserva de su amplia trayectoria: cuatro poemarios, varios volúmenes de relatos, dos novelas anteriores, también en Lumen, su sello de confianza. Aquí nos adentramos de lleno en su última fechoría literaria para desmigarla a gusto, en toda su riqueza.
La novela se llama La Ciudad, y transcurre mayoritariamente en Madrid, pero esa ciudad en realidad parece ser un eje de confluencias de personas de distintos lugares: Horía, de Marruecos, Damaris, colombiana. Algunas partes incluso se desarrollan en estos territorios. ¿Por qué ese título?
Al principio no tenía pensado que hubiera localizaciones fuera de Madrid. Empecé a sacar el foco cuando me di cuenta de que tenía que contextualizar a los personajes en el pasado y, sobre todo, cuando construí definitivamente el personaje de Horía, que es el último que aparece en mi cabeza. Cuando decidí que fuera una mujer temporera, tuve claro que me tenía que ir a Marruecos (figuradamente), y luego a Armenia, Colombia. El título original era “La ciudad y el miedo”; luego pasó a “La ciudad” porque, en realidad, mi intención era describirla como símbolo de nuestras formas de organizarnos socialmente, y Madrid como el epicentro al que tantísima gente llega para salvarse la vida. También me permitía hablar de todo lo que quería hablar: precariedad laboral, vivienda, trabajo, violencia… Hay más: éste es el libro más social que tengo, aunque el punto de vista se sitúe tan cerca de la intimidad de los personajes, y es también un homenaje a esta ciudad. Me he tomado mucho tiempo intentando describir no sólo la Latina, sino Carabanchel, Madrid Río, incluso el barrio de Hortaleza. El reto era enfrentarme a la urbe como territorio literario, y en ese sentido, por desgracia, esta ciudad, puestos a contener, lo contiene todo.
Dices en los agradecimientos que tu editora, María Fasce, confió en ti antes de que el libro existiera. ¿Se trató de un encargo? ¿Cómo surge la idea?
Este libro se firmó con la editorial antes de ser escrito, pero yo llevo con Lumen muchos años. Yo tenía otra editora, Silvia Querini, que fue la primera que confió en mí. Silvia se jubiló hace unos años y María me heredó en el lote. Publicamos mi poesía completa y luego me dijo: “¿qué tienes entre manos?”, y respondí: “pues voy a escribir esta novela”, y ella dijo: “pues todo bien”. Ya la tenía en mente, pero la firmé antes de empezarla. Era la primera vez que hacía esto, las otras veces primero la he escrito y luego la he contratado, pero cuando llevas mucho tiempo con una editorial en realidad da igual. Empecé a escribirla en el verano de 2018, la terminé el 10 de enero de 2022, y sobre todo estuve escribiéndola en el 2021.
¿Y por qué querías escribir justo esta historia?
El germen fue la ciudad. Siempre empiezo por algo pequeño y luego voy concretando, y lo único que tenía claro era que tenía que escribir sobre la ciudad, porque mis dos libros anteriores estaban contextualizados en ambientes rurales. Y claro, en la ciudad podían salir mil millones de cosas, pero la primera sinopsis eran tres mujeres en un edificio de La Latina, en el que yo vivía; luego metí el tema de la migración y con eso ya el camino estaba trazado. En el origen las historias de estas tres mujeres iban a estar más equilibradas, pero al final una se ha llevado muchas más páginas: Oliva. Y originalmente este personaje tenía una relación conflictiva, pero tenía otros problemas, y cuando empecé a escribirla en 2018, ese verano, en una casa de Barcelona que me dejaron, sola, me acuerdo que salió ese primer capítulo, el de la policía, y fue como ¡boom!, y dije, bueno, creo que tengo que escribir esta historia. Una historia muy compleja, muy psicológica, donde yo iba a tener que recorrer unas habitaciones bastante asfixiantes con la relación entre Oliva y Max, y ya el libro… es muy fácil que se lo asocie a la violencia de género, al maltrato, pero en un principio estaba todo mucho más equilibrado.
Oliva es una mujer maltratada. Eres capaz de mantener al lector en tensión en torno a esta relación tortuosa pero, al contrario que algunas tendencias actuales –como el llamado “gótico latinoamericano”– evitas los detalles más escabrosos. ¿Eso es un posicionamiento ético? ¿Por qué elegir contarlo así?
Supongo que tiene que ver con mi lugar a la hora de escribir; me interesa más la sordidez que lo macabro. Es posible contar el horror y el estruendo y los gritos, es posible hacerlo… Lo que sí tengo claro es que intento crear una atmósfera muy vívida, y normalmente trato a los personajes muy de cerca, ¿no? Y creo que, si has asomado a la gente al borde del precipicio, el precipicio no hace falta contarlo. Te llevo a este vértigo, ya está. Lo que me interesa es llevar a los personajes a un lugar (…) El otro día agradecí muchísimo el comentario de una chica rumana que vino a una presentación y me agradeció el tratamiento de la mujer migrante, y también el de Oliva, por la elegancia con la que se abordan algunos temas. Yo no creo que evite ciertos horrores, me parece que los transito todos, pero la literatura también es esto: igual que puedes decir “está lloviendo” y llueve, no hace falta decir que está lloviendo si está todo empapado.
Planteas una visión de la violencia contra las mujeres como completamente normalizada: Max, el maltratador, aparentemente es un hombre normal; Horía es agredida sexualmente, pero sin escándalos… ¿Hay denuncia en esta cotidianeidad de la agresión?
Creo que hay dos intenciones diferentes para las tres protagonistas, porque mi punto de vista a la hora de hablar de Oliva (y de Max), es uno, y mi punto de vista para hablar de Horía y Damaris es otro. Digamos que la violencia de Oliva es una violencia que puedo tratar de tú a tú, y la violencia de las otras dos, no. Yo escribo desde el privilegio, y gracias a ese privilegio, por el código postal en el que me ha tocado nacer, no he sufrido violencia racista, o esclavitud, etc. Entonces cuando me pongo a contar las historias de Damaris, o de Horía, tengo muchísimo cuidado de no caer en ningún tipo de sensacionalismo o morbo, de no exagerar nada, porque yo misma estoy recorriendo ese camino como espectadora también, ¿no? Por ejemplo, la violencia de Damaris intento contarla desde su punto de vista porque, aunque sea un narrador en tercera persona, es una tercera persona subjetiva; estoy muy cerca de ella, para que esa naturalidad vaya funcionando desde la conciencia. Como la naturalidad con que ella (…) a las 8 de la tarde, pues… ¿cómo se vuelve a casa? Pues se vuelve andando, y me voy dando cuenta del dolor de huesos, de ese billete escondido en la mano, y cuando la meto en la cama pienso: “hostia, puta, esta tipa cómo vive”. Es curioso. No es que yo de primeras diga ¡ah! voy a contar la explotación brutal que existe. No, es que existe una explotación de base y yo me voy adentrando de esa manera.
El esfuerzo que he hecho para ir transitando estos pasos desde la conciencia, desde el respeto, al final creo que resulta en una fluidez en la que todas estas cosas quedan contadas. Con Horía igual, por mucho que me haya documentado muchísimo más. ¿Cuánta naturalidad hay? Pues, por ejemplo, yo estuve leyendo un par de libros, y muchas historias en prensa, porque necesitaba que fuera todo verosímil, y entonces la pregunta era: cómo una temporera acaba llegando a Madrid. No es muy habitual. Pero encontré testimonios que decían que lo más normal para que una temporera se mueva por España, para llegar a Francia, etc. es que lo haga con un hombre. De ahí el taxista, y el hombre con el que ella llega a Madrid, con el que tiene una relación “mercantil” digamos… Ella no elige eso, pero sabe que es la única forma. Así que, ¡claro!, están naturalizadas, no sólo eso, es que son invisibles todas estas violencias.
Con Oliva y Max es distinto, porque la intención era contar cómo de naturalizada estaba una relación de maltrato que no acaba en paliza o en muerte. El otro día leí que entre los jóvenes no ha aumentado el porcentaje de los que niegan la violencia machista, pero que algunos creen que “por un poco de violencia no pasa nada”, o sea, por un poquito de celos no pasa nada, por un poco de machismo no pasa nada. En realidad, esto era más difícil, por eso las historias de Damaris y de Horía puedo ponerlas en pie con menos elementos; la historia de Oliva y de Max, aparte de que está escrita desde otro lugar, más psicológico, es más difícil de poner en pie por la niebla que la recubre. La intención precisamente era contar cómo en cada página hay violencia, como decir todo el rato: necesito iluminar todas estas zonas de sombra que existen, que son el problema. Se habla tanto de la punta del iceberg del maltrato, etc., y da igual, porque seguimos sin entender qué hay debajo.
¿Terminas afectada por las historias que cuentas?
Como siempre digo: lo que duele es la realidad, no la ficción. Por mucho que nos vayamos agriando conforme conocemos más el mundo, este libro lo que me ha hecho es tener más conciencia. O sea, el dolor que yo había vivido lo había vivido en mi vida; escribiendo por suerte no sufro, y las violencias que he retratado, que sufren millones de mujeres todos los días, pues … ser consciente tampoco duele, en todo caso te mantiene alerta.
Háblanos de por qué aparecen tantos cuerpos enfermos en la novela. El derrame ocular de Damaris, los desmayos, los vértigos. ¿Qué querías construir a partir de la enfermedad?
Mmm… Nunca nadie me había hecho esta pregunta. Nunca lo había pensado así. Realmente es que el conflicto que tiene Damaris (tiene muchos derivados de su situación, de su explotación laboral, de vivir lejos de sus hijos)… para mí se iba a ver reflejado en que ella empezaba a perder el control, la seguridad y la salud de su cuerpo. El otro día vi un documental que decía algo así como: “en el cuerpo de una mujer obrera mayor, y en sus enfermedades, se encuentra toda la desigualdad social”. Para mí la enfermedad con Damaris es esto. De hecho, nunca llega a estar lo suficientemente enferma como para dejar de trabajar, pero siempre está un poco enferma. A Oliva, el médico de cabecera le receta antidepresivos. Es curioso, porque es la consecuencia de los años de maltrato, pero en realidad son los últimos estertores, cuando ella ya está intentando salir de ahí. Hay otra cosa, la niña se pone enferma y ella también se pone enferma, y Max les niega los cuidados. Un maltratador nunca cuida.
Llama la atención la frialdad de las relaciones entre quienes son vecinas. Casi no se ven, no se hablan. ¿Vivimos en ciudades deshumanizadas? ¿Crees que un libro así habría podido escribirse sobre una ciudad de provincias, o un pueblo?
En un pueblo, no sé. En una ciudad pequeña… Yo recuerdo, en Huelva, que teníamos relación con nuestras vecinas. Puedes tener suerte y tener vecinos amigos, pero al final son relaciones con unos límites bastante fuertes. En los pueblos se te puede echar un cable en algún sentido, pero luego hay unos recelos y una vigilancia que tampoco son cuidados. Esta red, la tribu utópica, se puede dar tanto en la ciudad como en el pueblo porque es una utopía, aunque obviamente en una ciudad como Madrid es muchísimo más difícil de encontrar… puedes llegar a un vecindario y no conocer a nadie en un montón de años. Y aparte hay que tener en cuenta que ellas no son vecinas: tanto Damaris como Horía tienen relaciones laborales con el edificio, no viven allí… Bueno, Horía sí, pero Horía es la portera, ni siquiera, la dejan vivir ahí para que limpie, pero no tiene papeles, así que lo mejor que le puede pasar es que casi nadie la vea. Además, la jerarquía está muy marcada entre las tres. Existen barreras entre ellas, es que no habría sido verosímil… En el origen sí que pensé que tenían que mezclarse sus historias, tenían que ayudarse, etc. pero conforme fui escribiendo me di cuenta de que eso era una fantasía.
¿Se puede decir que es una novela sobre la rotura de lazos, que no es posible ningún tipo de vínculo entre gente que comparte edificio?
Ésa era la foto que al final estaba haciendo cuando decidí contar esta historia a partir de un edificio, La colmena [risas]. Pero luego me di cuenta de que no. Porque Oliva sí tiene una red, fuera del edificio… Cuando no existe es debido al aislamiento por la relación de maltrato, pero en su búsqueda de una salida lo que hace es reconectar con personas, y empieza a recuperar los vínculos que tenía antes. Y luego las migrantes sí tienen algún tipo de lazo, por su lado: Horía se vio en una mini-comunidad en el campo de fresas, o su amiga Kenza, que ha vuelto a Marruecos, y Damaris vive con sus compañeras de piso, Romina… Todas tienen su red, pero dentro de su nivel socioeconómico.