“Si vais a colar algún porro, no os lo fuméis dentro porfa…”, dice por lo bajini el controlador de la puerta de acceso mientas revisa las riñoneras. Unos chavales pasan cual catwalk entre las vallas que conforman el pasillo de la cola, ataviados con abrigos de —falso— bisonte y brilli brilli en la cara. Se percibe en el ambiente cierto nerviosismo colectivo vestido de euforia entre las miles de personas que esperan ya en el Palau Sant Jordi. La pista se puede convertir en un pogo en cualquier momento, un pogo versión queer en el que “reina” es la palabra más repetida. El que vende la cerveza con un carrito en la pista lo sabe, y por eso aprovecha el aura caldeada para hacer sus chanchullos: “la cerveza son 9,50 cada una, si me pagáis en efectivo discretamente os las dejo por 15 las dos”, dice mientras mira de lado a lado.
Gafas de sol, outfits extremos, otros más tranquilos, plataformas imposibles, maquillajes fantasía, uñas… Uñas de…
Se apagan las tenues luces, se enciende la macropantalla del escenario, aparece la mirada de Alba Farelo y el Sant Jordi entra en estado de delirio. El carrito de cerveza se escabulle entre el tumulto, y aparece la reina proclamada con el pikete a lo Lil Kim dispuesta a que las 17000 personas que la estaban esperando canten Blin Blin con ella. De Bad Gyal no se espera que alumbre con su voz, que de un recital de canto. De Bad Gyal se espera la performance, la ropa, la selección musical, el sound system bajo el que concibe sus conciertos —si es que pueden considerarse así—. El show. El baile. La comunidad. La fiesta. El Flow 2000. La estética. Las uñas.
— Sí, con Alba estuve el jueves, estuvimos preparando su manicura para el show de Barcelona, mira…
Maritza desbloquea su teléfono que va protegido por una funda Gucci de color rosa, y muestra en su galería el vídeo del resultado de su trabajo. “Ella [Bad Gyal, o como le llama Maritza, Alba] siempre viene aquí al local a hacérselas, pero esta vez fui yo al domicilio porque estaba agotada de los ensayos”, explica la diseñadora de uñas.

El local en cuestión está ubicado en el pasaje del puente que une en sí misma la ciudad de Cerdanyola del Vallés. “Supongo que, porque empecé aquí, porque vivo aquí… No sé, yo no me quiero ir, ¿sabes? Es un poco como el origen, la raíz. Suelo estar aquí”. Maritza Paz es la fundadora de Dvine Nails, la meca estatal —e incluso internacional— del nail art. Con 30 años recién cumplidos, lo que empezó como hobbie autodidacta mirando vídeos de adolescente hasta las tantas mientras su novio jugaba a la Play, ha terminado llegando a los Grammy.
“Seguimos haciéndolo igual”
“Uñas de Dvine ya me las han copiado / Que te las clavo, niño, ten cuidado”, entona Rosalía en su tema Aute Cuture. La cantante de Sant Esteve Sesrovires llegó hasta Maritza por Instagram, cuando su tema más famoso era “Antes de morirme”, junto a C.Tangana, y tenía 19000 seguidores en la red social, una cifra bastante lejana a los 23,4 millones que tiene ahora. “Un día llegó y nos dijo, ‘tengo una sorpresa, voy a meter Dvine en una canción’, y nos puso aquí el tema Aute Cuture. Se lo agradecí muchísimo, es muy bonito”, explica la nail artist en un banco delante del río. Dentro del local, que está enfrente, hay dos chavalas haciéndose la manicura.
—Es decir, arrastras hasta el extrarradio de Barcelona a gente de tal calibre, y a la vez te sigue viniendo clientela del mismo pueblo
— ¿Para qué voy a subir los precios? En España nunca ha estado puesto en valor el trabajo de las uñas, aquí se puede cobrar a 100 algo que en Estados Unidos se te va a 400 tranquilamente.
— Igualmente, los precios, por el volumen de trabajo que conlleva según el qué…
— Siempre hemos intentado mantener precios, nos ha ido bien, ahora por atender a Nati, Alba o Rosalía no voy a cambiar eso —dice con gran seguridad— La gente va a decir si no… ¿Qué les pasa a estas? ¿De qué van? No tiene sentido…
— Vamos, que podría bajar alguien de este mismo edificio a hacerse las uñas y encontrarse a Bad Gyal dentro
— Sí, ha pasado de clientas que vienen tan tranquilas y lo flipan porque se encuentran a X al lado —explica entre risas— nos gusta lo que hacemos y ya está bien. O sea, ya ganamos bien, no tenemos que aprovecharnos de eso, ¿sabes? Simplemente está bien que la gente sepa que trabajamos con gente “importante”, pero que seguimos haciéndolo igual, en plan, los clientes que vienen de la calle son como ellos, son todos iguales.

La nueva sangre azul
Remontándose unos años atrás, en épocas de cortes y realezas españolas —pero no las del 2023—, los campesinos se pasaban el día bajo el sol. Consecuencia: se ponían morenos. Sin embargo, la aristocracia, la realeza, hacía gala de su piel pálida por el nulo contacto con el sol. La piel era un símbolo de estatus: tú te pasas el día a pico y pala y yo no. La epidermis casi cristalina les dejaba ver las venas. Ahí el origen del término “sangre azul”.
Hoy en día, cuando vas a una entrevista de trabajo —sobre todo cara al público, o trabajos más físicos— se siguen manteniendo una serie de normas arcaicas: nada de piercings, tatuajes depende cómo, nada de llevar la manicura. No puedes vender el pan a una señora si llevas unas uñas tal que Bad Gyal en Flow 2000.
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Precisamente Alba Farelo trabajó en una fleca, y ahora, que ya no tiene que exponerse a esos trabajos —pese a que puede ser considerada una nepo baby catalana—, puede llevar las uñas como quiera. Las uñas se convierten en un símbolo de estatus, pero de otro modo. El “tú te pasas el día a pico y pala y yo no”, adquiere otro significado: “yo me pasaba el día a pico y pala y ya no”. El chonismo atribuible a ciertas expresiones estéticas se convierte en una reivindicación de clase en sí misma, todo aquello utilizado para vejar —menuda choni, dónde va con esas uñas—, se convierte en parte de una identidad. “Para la gente que viene, las chicas, lo que escuchas que dicen es como… no sé, como que te sientes empoderada. Las uñas empoderan. Para mí el nail art es como… No sé cómo explicarlo, ¿no? Es como mucho más que unas uñas”, dice Maritza con una sonrisa que deja entrever la pequeña joya que lleva incrustada en el diente.
El Palau Sant Jordi enloquece con la performance de Bad Gyal al mismo tiempo que las pantallas apuntan detalles de la artista sobre el escenario, como sus manos con unas imponentes uñas negras y con brillos dorados diseñadas por Maritza, sujetando el micrófono que se acerca a la boca mientras mira expectante al público: “ya sabéis que no se me da muy bien hablar”, se arranca a decir, “he venido a montar una fiesta, estoy en Barcelona, en casa, y por eso quiero anunciar que mi nuevo álbum se va a llamar La joia”, deja ir antes de empezar con avances de canciones de lo que sacará.
Entre dos mundos
El recorrido hacia la élite de Dvine Nails empezó con Paula, la ganadora de Gran Hermano 15, una de las ediciones más vistas. Maritza le enseñó lo que hacía, a la celebrity le gustó y lo subió a sus redes sociales. “Un día, hará como unos seis años dije… Venga va, le escribiré a las bailarinas de Karol G. Pues resulta que contestaron, y que querían que les hiciera las uñas. Fui al hotel vela, yo estaba súper contenta, me puse a lo mío y me dijeron ‘oye, ¿te iría muy mal hacerle las uñas también a Carolina?’. ¡No! Por supuesto que no me va mal. Recuerdo ponerme algo nerviosa”.
Maritza ha llegado al local en taxi y en chándal, algo parecido a como llegan sus clientas estrella. Viene de Málaga, dónde tenía una franquicia Dvine que ha dejado en manos de una trabajadora de confianza. Sigue aturdida porque le dan pánico los aviones. Se repasa las pestañas, preocupada por si las tiene despeinadas: “luego me hacen fotos y salgo fatal”, dice sonriendo. Una de las veces que tuvo que viajar fue cuando J.Balvin la convocó en París. Contactaron a través de la reputada estilista Sita Abellán, quién cree recordar que también le puso en contacto con Bad Gyal.

— Rosalía, Nati, Alba… no eran tan conocidas como ahora cuando empezamos a colaborar
— Llevas como diez años en este mundillo, se podría decir que habéis crecido de la mano
— Han ido para arriba, ya se veía que lo iban a petar, era cuestión de tiempo. Creo también que esa sensación de empezar en los inicios lleva a que tengamos tan buena relación, nos felicitamos, nos sentimos orgullosas ellas de mí y yo de ellas.
— ¿No se arrepiente tu novio de no haber mirado vídeos contigo en lugar de haber jugado a la play?
— Él está en todo el proceso, trabaja conmigo —explica riendo— yo hago lo que sé hacer, sentarme a hacer uñas. Él es más coco para las cosas de logística interna y eso, ¿sabes? De hecho, el logo es cosa de él, y lo de ‘Dvine nails’ también.
— ¿El nombre lo puso tu novio?
— Sí, yo quería ponerle como ‘Maritza’ algo, y él me dijo no… a mí me daba vergüenza lo de Dvine, pero sí sonaba mejor. Tenía razón —deja caer mientras piensa algo— a veces lo flipa él más que yo. Igual llego a casa rollo ‘hoy he estado en casa de los Messi que tenía cita con Antonella, qué atento es Leo con ella’, y él me dice, ‘¿así de normal lo cuentas?’.
— Vives entre dos mundos
— Sí, pero sé cuál es el mío. No voy a ir de que ahora me rodeo de esto o lo otro, yo sé dónde estoy. Me mantengo con mis amigos, con mi gente.

La Zowi, Nicki Nicole, Mala Rodríguez, Jessica Goicoechea, Sita Abellán, Aitana… La gama de adeptas a las uñas de Maritza comparte lista en la libreta de citas con las chicas del barrio. “Qué pena que no pude ir al show de Barcelona de Alba. Días antes me vinieron unas chicas a ponerse las pestañas, las uñas… la puesta a punto completa, iban súper contentas”. Pueden decir que fueron a hacerse la ITV estética al mismo lugar que la artista. Maritza es experta en esculpir la difusión de la línea entre el escenario y la pista.