Menos de dos semanas después de conseguir unos presupuestos tripartitos, la precampaña del PSC sigue acaparando portadas de medios y debates en redes sociales. Las noticias desde la retirada de Jaume Collboni del gobierno municipal de Barcelona forman un aluvión de globo sonda, ensayos de comunicación renovada y de publicaciones indiscretas de grabaciones de reuniones. La última novedad es el fichaje de Lluís Rabell como candidato y como potencial teniente de alcalde en caso de victoria socialista, con responsabilidades sobre el Pla de Barris y la participación ciudadana.
Rabell se suma, como candidato, a una creciente lista de figuras anteriormente vinculadas con los Comunes, movimiento del que salieron años antes de convertirse en caras visibles del PSC y con un perfil concreto en cuanto a debates actuales sobre derechos y realidades LGBTI. A finales de 2020 era el caso de Gemma Lienas, escritora feminista y miembro del Parlament con Catalunya Sí que se puede de 2015 a 2017, quien se sumaba a las filas socialistas con un perfil público cada vez más vinculado con el feminismo transexcluyente o TERF. Ya antes de empezar la actual legislatura del Parlament Lienas se había convertido en una de las caras visibles de las acusaciones al activismo trans de ser igual a la prostitución, sin aportar ninguna prueba más allá de un hilo de Twitter. Nos encontramos en el presente con un déjà-vu: un nuevo candidato socialista, renegado de los posicionamientos actuales de la órbita de los Comunes, y con argumentos públicos biologicistas y putofóbicos que vinculan los derechos trans con el trabajo sexual. Ambos casos con vínculos claros con el resto de la plana mayor de la transfobia en Cataluña, como la antropóloga Sílvia Carrasco, antiguamente vinculada con ICV.
No debe sorprender la invitación del PSC a listas a los desechos o figuras renegadas de un movimiento político cada vez más vinculado con el derecho a la autodeterminación de las personas trans, con medidas no punitivas o con los derechos vinculados con el trabajo sexual. Al fin y al cabo, nos encontramos en un contexto en el que, por suerte, varios partidos compiten por el espectro político desde el centro hacia la izquierda. En un contexto postproceso, en el que el espacio político postconvergente no participa en los últimos presupuestos y en el que la sombra del tripartito es cada día más alargada, no puede sorprender la voluntad del PSC de ser el partido del orden, del estabilidad y sensatez, incluso en el ámbito del género. Sin embargo, el inconveniente actual puede ser la pérdida de la imagen de ser una fuerza progresista. La discrepancia entre una imagen progresista, en este caso vinculada al colectivo LGBTI, y la realidad de las listas y propuestas del PSC, es probablemente parte de un problema más amplio: una grieta entre las expectativas y la realidad.
Es en este contexto que el PSC, y Jaume Collboni en concreto, se ve obligado a utilizar referencias tibias al pasado del PSOE y del PSC ya su pertenencia al colectivo LGBTI. No puede sorprender, por tanto, la cobardía del candidato socialista cuando, ante la pregunta sobre si comparte el posicionamiento transexcluyente de Rabell, no puede responder sin echar balones fuera y acusar a personas atacadas, insultadas y patologizadas de ser responsables de alimentar un debate que no nos conviene como colectivo. En lugar de entenderlo como debate entre derechos y acusaciones sin fundamento más allá de los prejuicios y la rabia, Collboni reproduce una imagen idílica del colectivo LGBTI según la cual ante los ataques debemos bajar la cabeza y responder con una sonrisa. “Como miembro del colectivo” reclama orden, sensatez y no discutir, como si su experiencia le permitiera explicar condescendientemente las experiencias de personas atacadas por sus compañeros de partido. Los datos reales, como las respuestas desde el Estado español a la encuesta LGBTI de la Agencia de Derechos Fundamentales de la Unión Europea, lo dejan claro: las experiencias de las personas LGBTI son demasiado diversas para asumir una experiencia homogénea desde de la que hablar como lo hace Collboni.
Todo ello, debemos entender el debate en torno al compromiso del PSC con derechos y realidades LGBTI, más allá del tibio recuerdo de las leyes de 2005 y 2007, como parte de una grieta más amplia entre expectativas y realidad. Los restos renegados reaprovechados o reciclados de movimientos transfeministas, menos putófobos y menos punitivos forman parte de un dilema: el PSC se encuentra, indeciso, entre un recuerdo del enamoramiento del electorado progresista y las reacciones conservadoras actuales de toda tipo de movimientos, como los feministas y los LGBTI. Nos toca al electorado de izquierdas opinar, con nuestras voces y nuestros votos, lo que pensamos.