La confluencia de passeig Maragall con Sant Antoni María Claret es un núcleo del tráfico en la frontera del Guinardó con otros barrios. Esta junción eclipsa a su tercera rama, la rambla de Volart, una calle producto de la urbanización aprobada a favor de Salvador Riera pocos meses antes de las Agregaciones de abril de 1897, cuando Barcelona duplicó su población anexionándose varios pueblos del Llano. 

La rambla Volart desde la confluencia de paseo Maragall y Sant Antoni Maria Claret | Jordi Corominas

A Riera el negocio le salió redondo porque los terrenos del Guinardó ganaron valor. La jugada no fue un golpe de suerte y tiene todo el aspecto de haberse planificado a la perfección, de ahí el conceder la rambla de ese nuevo barrio, antaño perteneciente a Sant Martí de Provençals, al notario Volart, mientras el paralelo carrer de Villar recibe el nombre del primer encargado para la realización de la Sagrada Familia.

Riera, quien más tarde también urbanizó una parte del sector superior dels Indians, residía en el Mas Viladomat, en la esquina con pare Claret, desde los años cincuenta reemplazado por los bloques de la Caja de Ahorros, una barriada dentro de una mayor dimensión, un poco como esos enjambres humanos de la Giornata Particolare, de Ettore Scola. 

La ubicación de la finca ocupada por Riera y su familia era envidiable. A finales del siglo XIX, ese cruce de caminos conectaba la carretera de Horta con la travessera, pero es que además la rambla Volart ejercía de senda hacia la montaña, más tarde reconvertida en el parque del Guinardó, el segundo del municipio en la cronología gracias a la habilidad del gran mandamás de la zona, defensor con inteligencia de sus propiedades. 

El bautizo de la calle de Volart como rambla muestra cómo desde el principio tuvo aspiraciones en su conjunto. Estas pudieron concentrarse más allá cuando en 1915 se estableció un enlace óptimo con la ya desaparecida carretera de Horta, engullida por la amplitud de passeig Maragall.

La importancia de este engarce aceleró otras mejoras para complementar la primicia de 1908, cuando recibió alumbrado público, una rareza en esos márgenes, fantásticos para muchos vecinos de esa primera hora, barceloneses con posibles encantados de respirar esos aires tan salubres, idóneos para construir una villita, a poder ser con jardín, o emprender la aventura de lucrarse mediante alquileres en inmuebles para la clase trabajadora. 

Esos burgueses medio arribistas, muy bien retratados en El senyor Joanet del Guinardó, eran humanos como nosotros, envejecían y se fatigaban en las cuestas. La cuesta de la rambla es una sensacional metáfora de ese tramo primigenio del barrio. Los porcentajes orográficos ascienden de modo paulatino desde la base en Sant Antoni María Claret hasta la súbita conclusión, justo después de la ronda del Guinardó, en el carrer de Juliol, desviándose Volart hacia la plaça de Salvador Riera y el carrer de la Bisbal. 

Esta rampa, afortunadamente ancha, proporcionaba muchos parabienes, pero cansar, cansaba y para aliviar tanto quedarse sin aliento se solicitó al Ayuntamiento la colocación de diez bancos de piedra, disponibles desde 1917.

La progresiva liquidación de este mobiliario es otro poema de cómo la rambla Volart ha menguado al desvanecerse sus señas de identidad. Ahora mismo es gracioso navegar por Google Maps y verificar que el buscador menciona la casa novecentista en su esquina con Xiprer con su apelativo popular, referente a su magnífico jardín. Este palacete resiste entre moles de los años setenta, carceleras de las pocas villitas en pie, cada vez menos, así como el pequeño comercio, a resguardo por un chino, una óptica y una mercería, pues todo lo demás de su segmento entre Sant Antoni María Claret y la ronda del Guinardó huele más bien a hegemonía de súper mercados y el regusto de un pasado más plural con pescaderías, tocinerías, carnicerías y la misma familiaridad, si bien más de toda la vida, hasta con un bar, sus persianas bajadas desde hace más de un decenio. 

Hasta hace poco más de una semana sobrevivían dos bancos, uno en el lado mar de la esquina de Xiprer con rambla Volart y otro en su lado montaña, justo enfrente de una sucursal bancaria clausurada, como todas las de la calle,  fuente de problemas por ocupaciones, quizá la gran constante negativa de los últimos años porque muchos establecimientos de gran tamaño no han reabierto sus puertas. 

El último banco superviviente en Volart con Xifrer, banda montaña | Jordi Corominas

El primero de los bancos fue arrancado una mañana sin piedad alguna por técnicos municipales, extirpándolo para, a continuación, meterlo en un saco de escombros. La operación era de urgencia superlativa, pues debían plantar un banco sí, más moderno, más alto, más sostenible, pero ops, mal alineado con los porcentajes, vaya, que si te sientas puedes deslizarte hacia abajo, como si estuvieras en un gag de los Monty Python, aquí sin carcajadas de fondo por el cabreo de los vecinos. 

Hará cosa de un año, creo en medio de la Pandemia, escribí un informe en torno a los puntos patrimoniales a preservar en el Guinardó. Incluí cincuenta desde mi tesis de un patrimonio plural que sobre todo atienda a la identidad de los barrios de la ciudad desde un concepto federal de la misma. Las barriadas de la capital catalana tienen una personalidad propia por su Historia independiente hasta 1897, mostrándolo a las claras tanto sus edificios como la morfología de sus calles, asimismo repletas de elementos cotidianos capaces de tejer un hilo intransferible, como el banco, incorporado a mi texto no sólo por su singularidad, sino por ser una pieza muy querida por el vecindario, quien la sentía suya al ser consciente de su significado. 

A lo largo de estas dos legislaturas, el Ayuntamiento encabezado por Barcelona en Comú se ha conformado con una incontestable victoria al cortar la cinta de los jardines del Doctor Pla i Armengol, un segundo e inmenso pulmón para el Guinardó en el confín con el Baix Guinardó, uno de los supremos desastres de la Administración de Colau, dejándolo pudrir por ser una especie de hoyo entre la Sagrada Familia y el Park Güell. 

El nuevo banco de Volart con Chiprer, banda mar | Jordi Corominas

Mi informe no debió ser leído con atención por sus lectores. A nivel patrimonial, el Guinardó ha visto cómo la piqueta se cargaba la villa María en el carrer de Rubió i Ors, rubricada por el maestro de obra Josep Graner en 1929. Hubiese sido un estupendo equipamiento, privilegiándose un bloque de pisos, como acaecerá en Xifré con Freser, donde hará menos de un mes se derribó otra casita, excluida del plan de protección patrimonial del Camp del Arpa al firmarse su sentencia de muerte tres días antes de ejecutarlo, casualidades.

La remoción del banco de rambla Volart tiene muchas lecturas. Una es el total desprecio de los gobernantes por el patrimonio, sin siquiera intuir una sensibilidad vecinal con relación a esta materia por la evidente homologación urdida en nuestro siglo, favoreciéndose la centralidad desde el ninguneo a los barrios fuera de foco, quedándose Barcelona como si fuera el casco antiguo, el Eixample y Gràcia, con lo demás a moldear siempre en menoscabo a la pluralidad del territorio. 

Esto se hila con desagradable naturalidad con una profunda ignorancia y un pensamiento caduco para con lo patrimonial desde el desconocimiento de los barrios. La acción de cambiar un banco centenario por otro nuevo es de una torpeza hiperbólica. Podían haber puesto otro más arriba o más abajo de la rambla y nadie se hubiera quejado. La agresión exhibe un analfabetismo indecente, pudiéndose subsanar con la única brizna de esperanza en todo este desaguisado, dadaísta hasta el paroxismo de no ser por toda su repugnancia. 

El banco centenario desaparecido en rambla Volart con Chiprer, banda mar| Jordi Corominas

Como hemos dicho hace unos párrafos aún subsiste un banco de los de 1917. Es una joya y un manifiesto. Brilla por ser el último mohicano y se proclama estandarte de una nueva era para el patrimonio si el Ayuntamiento despierta y lo incorpora a su catálogo, y lo mismo debería hacer con otros restos pasados para sortear las cuestas, como escaleras de piedra y demás prodigios para agilizar el siempre empinado trámite. 

En un pueblo del Vallés hay algunos bancos en honor a sus más ilustres ocupantes, poetas o ciudadanos. El banc del Pepet, que aquí va passar hores tot xerrant amb la Cinta. El de rambla Volart debe dedicarse a todo un barrio, porque en su amabilidad ha contentado a muchos vecinos, sentándose en la misma Historia porque les pertenece y quien se la quita no merece perdón.

Share.

3 comentaris

  1. Carme Martín i Falcón on

    Molt bé Jordi, molt ben explicat, és una vergonya el que estan fent els ajuntaments amb el patrimoni dels barris. He de de fensar el banc com sigui.

Leave A Reply