Alguien habló de nosotros de Irene Vallejo es uno de los libros más interesantes que he leído últimamente. Es en su mayor parte una recopilación de los artículos que esta erudita aragonesa publicó hace unos años en ‘El Heraldo de Aragón’. Se basa principalmente en las historias y leyendas de la Grecia y la Roma antiguas. Está escrito con una sensibilidad y riqueza de lenguaje y conocimientos admirables. Una reivindicación de la sabiduría clásica y, al mismo tiempo, la constatación de que nada –o casi nada– nuevo bajo el sol de la compleja naturaleza humana. Es la enésima demostración de que la ciencia y la tecnología han avanzado de forma espectacular y difícil de digerir en una sola generación, pero que, al mismo tiempo, los impulsos que animan el espíritu y los afanes de las personas sigue siendo lo mismo que tenían los homo sapiens hace milenios.

Las lecciones de estas breves piezas -una página por artículo- de Vallejo son pequeñas joyas desenterradas de la Antigüedad, pero que pueden brillar ahora con algunas noticias actuales. Hay una que, al leerla, ligué de forma inevitable con lo que acababa de ver en un informativo televisivo.

Vallejo recuerda que, en un “inolvidable discurso” recogido por el historiador Tucídides, Pericles, artífice de la época dorada de la democracia ateniense, definió las cuatro cualidades que debía poseer el buen gobernante (democrático, claro está). Primero, tener ideas sobre lo que conviene hacer. Segundo, saber explicarlas con claridad para convencer. Tercero, amar la ciudad. Y cuarto, no aceptar sobornos.

“El que sabe pensar, pero no sabe expresar lo que piensa, está al mismo nivel del que no sabe pensar”, sostenía Pericles. “El que domina ambas cosas, pero no ama a la ciudad, no mira por el bien de la comunidad. Y si se dobla ante el dinero, todo se pierde por esa única razón”. Con la corrupción todo se va al garete.

No sé si, al leer estas afirmaciones, al lector le ha venido a la cabeza algún político concreto. A mí me vino el nombre de Jordi Pujol. Quizás porque últimamente ha vuelto a salir a la escena pública, entre otros motivos, por la reedición de una versión adaptada de un libro que escribió en los años sesenta. Digo adaptada porque el expresidente ha sacado y añadido algunos párrafos que en su día aparecían o desaparecían por razones de pura oportunidad.

En el acto de presentación del libro, rodeado de más gente que en ocasiones inmediatamente anteriores, Pujol, pendiente desde casi diez años de un juicio por presunta corrupción, aseguró a sus fieles que no le importaba lo que diría de él la historia sino sobre todo que se reconociera su legado. Está obsesionado con esta cuestión. Hace pocos años me invitó a su despacho y estuvo una hora larga recordando todo lo que había trabajado por ese país. Sé que ha hecho lo mismo con muchísima otra gente que le ha conocido a lo largo de su dilatadísima carrera política a la que convocaba para reivindicarse, pese al ostracismo que sufría por el escándalo financiero. El despacho particular de Pujol, cedido por un rico y generoso empresario farmacéutico, está muy cerca de la avenida Tarradellas. Cada vez que me acercaba para ir a verlo, al pasar por aquella amplia vía dedicada a su predecesor y gran adversario, me preguntaba si en unos años algún municipio catalán le dedicará alguna rambla, plaza, calle o pasaje a quien presidió la Generalitat durante 23 años.

Volvemos a Pericles y sus cuatro cualidades. Pujol tenía ideas sobre lo que convenía hacer en Catalunya desde muy joven. Él mismo recuerda con emoción la revelación que experimentó viendo desde la cima del Tagamanent “el país deshecho por la guerra y la posguerra” y la necesidad que tuvo de ayudar a “rehacerlo”. Después, durante la dictadura y durante la democracia, supo convencer a mucha gente al contar sus objetivos con claridad. Las holgadas mayorías parlamentarias que obtuvo durante dos décadas así lo demuestran. No se ha insistido lo suficiente, sin embargo, en que contó con un poderoso aliado que él mismo creó y sin el que no se entiende lo que ha pasado desde el final del franquismo con el catalanismo y la normalización lingüística ni, algunos años después de Pujol, con el proceso independentista: TV3.

Hasta ahí, Pujol ha cumplido con las cualidades de Pericles. Con las tres primeras condiciones, lo logró con más que notables resultados. Pero ha fallado en el último requisito. “Si se dobla ante el dinero, todo se pierde por esa única razón”, avisó el sabio jefe de Atenas. La famosa herencia del padre, las cuentas en Andorra, la familia, la “madre superiora”, Vicky Álvarez, la escudería de coches de lujo de Júnior, etcétera.

¿El legado, la obra política de Pujol, quedará eclipsado por la trama corrupta organizada, según los fiscales, por él y su familia? ¿Cómo pasará a la historia el protagonista del mandato presidencial más largo de la Generalidad contemporánea? ¿Quién puede saberlo ahora? Seguramente dependerá de quien lo escriba dentro de unos decenios. Y como se sabe desde Pericles –e incluso antes–, como la historia la escriben los vencedores, dependerá de quien tenga entonces el relato por el mango.

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