No está de más recapitular. Empezamos esta pequeña serie con un grano de arena y hemos conseguido levantar un edificio, cuya estructura desvelaremos a lo largo de los siguientes párrafos. Todo empezó por mi infinita curiosidad sobre lo criminal, en esta ocasión relacionada con un edificio industrial dels Indians, antaño perteneciente a la Acústica Electrónica Roselson.
Dos empleados de esta empresa sufrieron un tiroteo hacia las diez y media de la mañana del viernes 2 de junio de 1977, tras sacar más de dos millones y medios de pesetas de una oficina bancaria de plaça Maragall. El cajero Martínez Asensio falleció como consecuencia de los disparos, realizados con un arma de calibre 9mm, mientras el director administrativo Lavilla Callao fue herido de gravedad.
En principio, la noticia quedaba como un suelto sin resolución, otro más de esos años convulsos. Los asesinos eran un hombre de mediana edad con un blusón azul y una chica de unos treinta y pocos años disfrazada de enfermera.
A la mañana siguiente, un grupo de jóvenes asesinaron a los custodios del cuartel de la Guardia Civil en la avinguda de Madrid. Antonio López Cazorla y Rafael Carrasco Lamas, ambos padres con hijos, fueron las víctimas de ese dispositivo bastante torpón. Escaparon con un Simca 1200 robado la noche anterior, toparon con un vehículo aparcado en el carrer de Joan de Sada y se dieron a la fuga como alma que lleva al diablo.

En principio, estos dos acontecimientos no estaban conectados entre sí. Poco antes de las nueve una voz femenina realizó dos llamadas telefónicas a Mundo Diario y al Diario de Barcelona. En ella, conminaba a dos redactores a recoger sendas notas dejadas en felpudos de un domicilio del carrer Roger de Llúria y en otro en la Diagonal. La misiva era un comunicado donde los GRAPO, Grupos de Resistencia Antifascista Primero de Octubre, se atribuían la autoría del atentado contra la Benemérita como venganza por lo acaecido la tarde del 31 de mayo en la armería Izquierdo del número 19 del carrer Parlament, escenario de un intento de robo por varios individuos, quienes maniataron a ocho empleados para conseguir todo ese arsenal sin sospechar que un noveno se hallaba en un piso superior, sin alguna oposición para advertir a la policía, quien según sus propios informes no debió esforzarse en demasía para aplacar a los terroristas, tan nerviosos como para dispararse entre ellos, hasta herirse de suma gravedad y abrir una auténtica caja de los truenos.
Los GRAPO no se habían prodigado mucho en Catalunya hasta esas jornadas. Su anterior acción sucedió a las dos y cuarenta y tres minutos del 11 de febrero de 1977 al lado del metro de Pubilla Casas en L’Hospitalet de Llobregat. El inspector Antonio López Salcedo, de apenas veintiún años, volvía a su casa cuando vio a un joven vendiendo el periódico del Partido Comunista Español (Reconstituido). Quiso arrestarlo y como contrapartida recibió dos balazos a traición a manos de un compañero del repartidor, dándose a la fuga junto a otras tres personas, entre ellas una mujer, detenidas esa misma noche.
Veinticuatro horas antes se había anunciado la liberación de Antonio María de Oriol, a la sazón Presidente del Consejo de Estado, y Emilio Villaescusa, Presidente del Consejo Supremo de Justicia Militar, raptados por los GRAPO, desballestados tras el éxito de las pesquisas de las fuerzas del orden, quienes, sin esperarlo, se cobraron una medalla por el asunto de la armería del carrer de Parlament, pues uno de los implicados resultó ser Ángel Collazo, hermano de Abelardo, uno de los cabecillas supremos vinculados con el secuestro de los dirigentes de la Transición.
¿Mataron los GRAPO a los empleados de la Roselson? Un artículo del Diario 16 lo afirma por los telefonazos a las sedes periodísticas, olvidándose de la decisiva coincidencia del calibre nueve tanto en el carrer de la Garrotxa como en avinguda Madrid.
La pérdida de tan cuantioso contingente en el asalto a la Izquierdo debió activar los mecanismos de supervivencia sanguinaria del comando barcelonés, quien antes de ir a por sus blancos propulsó la secuencia con el botín de la Roselson, una cantidad nada desdeñable para el segundo lustro de los setenta, a poquísimos días de las elecciones constituyentes del 15 de junio de 1977, ganadas como bien es sabido por la UCD de Adolfo Suárez en el conjunto de España, mientras en el Principado el triunfo de las izquierdas impulsó el retorno de Josep Tarradellas y el restablecimiento de la Generalitat.

Los comicios supusieron un espaldarazo para el país. La habitual historiografía los cita, con mucha razón, como la encrucijada fundamental del período, omitiéndose como alguna concesión para la identidad catalana era, además de necesaria, una urgencia ante el endiablado contexto, con la muerte violenta destacadísima en primera plana, si bien la transmisión del recuerdo ha preferido centrarse en episodios aún más bestias que el nuestro, tales como el asesinato en su domicilio de passeig de Gràcia del antiguo alcalde Viola o el del empresario Bultó, fallecido cuando intentaba quitarse de encima el explosivo en el baño de su domicilio.
Lo de Bultó, en mayo de 1977, fue obra de EPOCA, el Exèrcit Popular Català. Sus objetivos eran nombres de alto copete, todos ellos muy conocidos en el entorno barcelonés y nacional, bien distintos a Martínez Asensio o los guardias civiles, al fin y al cabo nunca bien vistos, menos aún en aquel decenio de enconadas pasiones, más tarde transformadas en cabal sentido democrático, algo demostrado con la repulsa ciudadana a atentado de ETA contra el cuartel de Vic en mayo de 1991.
La Roselson cerró sus puertas por la crisis de finales de los años setenta, constituyéndose en empresa VECAL, trasladada a Badalona y desde 1984 empeñada en proseguir el camino de esa industria dels Indians, mimetizándose con el barrio desde su modestia pese a tener en su esencia muchas potencialidades para explicar infinitas Barcelonas borradas de la memoria.