La invasión rusa en Ucrania nos pone frente al espejo en muchos aspectos y seguimos corriendo el peligro de caer en muchas contradicciones. Esta invasión es una clara violación del derecho internacional instigada por el gobierno ruso y no podemos inhibirnos; es imprescindible pedir la retirada inmediata de las tropas rusas si queremos que se avance hacia una solución pacífica y justa del conflicto. Hasta ahora, la principal respuesta de la UE responde únicamente a directrices de cariz militarista y no se han explorado suficientemente otras alternativas. Enviar armas y material militar no tiene nada de preventivo y sólo añade más leña al fuego.
El relato hegemónico de la seguridad militarizada gana más cuerpo y parece no dejar espacio a otro relato. Pero no debemos dejarnos engañar: las doctrinas de la cumbre de la OTAN en Madrid (junio de 2022) utilizaron la invasión a Ucrania como catapulta para un relato previamente preparado, además de hacer resucitar la vieja amenaza de armamento nuclear. La doctrina de la no proliferación, que parece el discurso de consenso en Occidente, no puede esconder la necesidad de prohibición y eliminación de todo el arsenal nuclear. En este sentido, gracias a la sociedad civil organizada, 92 países han firmado y 68 ya han ratificado el Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares. El principal reto pasa por que todos los estados con arsenales y sus aliados lo firmen y ratifiquen. Ya no es tanto la amenaza en sí de este tipo de armamento, sino lo que significa: seguimos concibiendo la seguridad en función de la capacidad de amenaza al otro.
Haber empezado por este punto, aparentemente obvio, hace que haya dejado en segundo plano lo que realmente debe contar: las víctimas. Tanto en el caso de Ucrania como en los cerca de 30 conflictos armados actualmente activos, es la población civil la que sigue sufriendo sus principales consecuencias. Esto no es ninguna novedad y sigue siendo preocupante la cantidad de derechos que se conculcan: desde el derecho a una vida sin violencia, hasta la libertad de expresión en la población de la región, especialmente en la rusa y la bielorrusa que se muestra contraria a esa invasión. Esta vulnerabilidad a la que se somete la población hace que este intento de invasión, acabe como acabe, sea una derrota. Como lo son todas las guerras.
Los que queremos buscar alternativas debemos seguir reflexionando en varios planes. Por un lado, es necesario ser conscientes de que no sabemos canalizar las aspiraciones pacifistas de nuestra sociedad. La solidaridad de la ciudadanía (para acoger, para dar ayuda humanitaria) nunca se ha puesto en duda. Pero debemos admitir la poca capacidad del movimiento por la paz tanto para ser escuchados por la ciudadanía, como para aportar soluciones más concretas para trabajar en alternativas de defensa civil no violenta o en el refuerzo de los ya creados servicios civiles de paz , entre otros aspectos. Es hora de que sepamos asumir la responsabilidad de aportar respuestas concretas, no sólo preventivas, y que no pasen por aproximaciones liberales con instituciones a la cabeza. La sociedad civil organizada tenemos mucho que decir y hacer.
Tanto el sistema de Naciones Unidas, con su Agenda for Peace (publicada el pasado año), como algunos países y regiones europeos ya han empezado a desarrollar propuestas en este ámbito. Hay que aprender y ver cómo podemos aplicarlas en nuestro país, conjugadas con otras muchas agendas de la justicia global (feminismos, antirracismo e interculturalidad, defensa de los derechos civiles y políticos más fundamentales o la lucha contra la emergencia climática, entre tantas otros). Se deben reforzar las políticas públicas de paz. Y aquí es donde, debemos admitirlo, no es sólo que preocupe una posible desmovilización en las convicciones pacifistas de gran parte de la población, sino que consideramos la necesidad de crear un relato que rompa la legitimidad del derecho a defenderse violentamente en caso de invasión (¿tenemos claro qué haríamos nosotros?), pero sobre todo explorar otros modelos de seguridad compartida. Y no es sólo la voluntad de las buenas palabras, puesto que mientras tanto seguimos construyendo la guerra: toda defensa armada sólo nos lleva a más destrucción.
Por último, este 24 de febrero, triste efeméride del inicio del conflicto en Ucrania, toca ponerse delante del espejo de nuevo. ¿Nos limitamos a recordar el primer aniversario del intento de invasión? ¿Dónde estábamos en 2014 a raíz de la anexión rusa de Crimea? ¿Se hizo lo suficiente para intentar evitarlo?
Ojalá no tengamos que mirarnos más al espejo, sino que podamos ser un altavoz cada vez más potente de un relato lleno de convicciones para una paz positiva, justa y transformadora.