Este artículo estaba pautado de hacía días, y debía contener los beneficios de la aplicación de la Renta Básica Universal (RBU) en la Cultura desde la perspectiva de derechos culturales, sin embargo, después de las últimas noticias que informan que la implementación del plan piloto en Catalunya se ha convertido en moneda de cambio en la negociación de la aprobación de los presupuestos, le doy vueltas al porqué, a los representantes del PSC, Junts, Ciutadans, PP y VOX, no les gusta la Renta Básica Universal.
La dinámica parlamentaria les da la capacidad y el poder de decisión, sobre todo a PSC y Junts. La excusa que leemos es el dinero que cuesta, que no estamos por pilotos, que más adelante, que se debe ir poco a poco, que tendremos los recursos cuando consigamos la independencia, etc. Mensaje llano, directo, que entendemos todas y que apela a la responsabilidad ciudadana confrontando el plan piloto a todo el resto de necesidades y puntos calientes que existen, como por ejemplo, amenazan con que habrá menos dinero para Sanidad y Educación.
¿Qué es lo que la hace tan peligrosa? En el informe del observatorio social de la Caixa redactado en 2019 (año prepandémico), dice: La principal crítica que recibe la RBU suele ser, por un lado, el elevado coste potencial dato su triple característica de universal, incondicional y suficiente. Y, por otro lado, que para aminorar dicho coste será necesario eliminar o reducir algunos de los programas básicos del Estado del bienestar. Quizás por estos motivos, principalmente en el ámbito político, se está empezando a hablar de programas de rentas mínimas que, al perder también la característica de universal e incondicional, supongan un coste de financiación mucho menor.
Y así ha sido, ante la desigualdad, el trabajo precario y la carencia de oportunidades, promueven las rentas mínimas garantizadas, que no son universales, incondicionales, ni suficientes. ¿Qué resultados ha dado la aplicación de la Renta garantizada de ciudadanía (RGC)? ¿Ha sido efectiva? A pie de calle, NO. Las personas que trabajan en primera línea son conocedoras de la complejidad que supone pedir y cumplir los requisitos mínimos para recibir esta ayuda. Provoca desencanto y agotamiento a colectivos que ya están muy desprotegidos y lo que es más importante, no es una herramienta efectiva para hacer desaparecer la pobreza.
Por el contrario, la prueba piloto de la RBU es un coste que no quieren llevar a cabo, 40 millones. Aunque en una encuesta publicada el pasado 6 de marzo, dice que el 79% de los catalanes apoyan a la RBU. Y de éstos, un 64% son votantes de PSC y Junts. Como dejó dicho, Benito Pérez Galdós: “La moral política es como una capa con tantos remiendos que no se sabe ya cuál es el paño primitivo”.
La RBU, puede hacer desaparecer la pobreza más extrema, es compatible con el trabajo, las personas pueden tener el tiempo y los recursos para mejorar, en la forma que consideren conveniente, su realidad. Sin embargo, las rentas mínimas garantizadas, son incompatibles con el trabajo, por tanto, no generan nada más allá que la “inmediatez” de recibir un dinero que la mayoría de las veces sirve para seguir dentro del umbral de la pobreza y sin ninguna expectativa de mejora. El mensaje derivado de la aplicación de las rentas mínimas garantizadas es que responsabilizan a las personas de su situación, que la pobreza viene provocada por una situación individual, te señalan como loser, sin tener en cuenta las desigualdades y la falta de oportunidades a las que nos vemos abocadas por los cambios económicos y migratorios desencadenados por las guerras y los totalitarismos, el cambio climático, las crisis sanitarias pandémicas y las estafas financieras provocadas por un capitalismo voraz comandado por personas de escasa empatía y carentes de valores humanitarios.
Los representantes políticos, que están en contra de los beneficios que supondría la aplicación de la RBU, deberían actuar fuera del marco impuesto de las políticas partidistas y dejar de pensar el bienestar y el crecimiento exponencial de las personas bajo la pátina de creencias bastante arraigadas en un cristianismo mal entendido. La redistribución de recursos públicos, no dejar a nadie atrás, no es una cuestión de caridad, es un derecho de la ciudadanía.
La revolución tecnológica y la inteligencia artificial, nos aboca a una realidad en la que no hay trabajo para todas, la creencia de que el trabajo es el que da valor al sentido de vivir a las personas, ya no es la máxima que deberíamos que seguir. Debemos cambiar las estructuras de poder instauradas en los privilegios de clase y en la apropiación privada de la plusvalía generada por la clase trabajadora. La RBU permite mejorar las condiciones desiguales que promueve el mercado de trabajo, evitando la explotación y la autoexplotación y no debe entenderse como una política de sectores, su valor es universal, el punto central es la redistribución de recursos que permitiría a personas, colectivos y comunidades diversas sumarse a la gestión colectiva de lo que es de todas.
Si todo lo personal es político, el NO de estos representantes políticos en la prueba piloto de la RBU, es personal. Y entiendo que este NO es porque tienen compromisos adquiridos con estructuras y corporaciones que creen que perderían privilegios. ¿La pregunta es con quién y para quién gobiernan?
Así que ahora no hay dinero, no tenemos 40 millones de dinero público por la prueba piloto. No es necesario, la RBU es una utopía y éste es el mensaje que debemos entender.
Eso sí, pagamos la parte que nos correspondía de los 62.000 millones para rescatar a los bancos de su desmedida ambición. Supimos hace relativamente poco tiempo que hemos estado pagando desde 2008 y hasta 2021, entre 56.000 y 150.000 euros al año, a funcionarios del parlamento sin trabajar durante un máximo de cinco años por cada uno/a. El rescate de las autopistas de peaje de Catalunya costó 4.200 millones. Los políticos no deben cotizar treinta y cinco años para acceder a una jubilación precaria. Y podría poner más ejemplos, pero me cansa tener que decir siempre lo mismo y que la respuesta sea ese mantra generado que nos repiten constantemente: que puedes evitar la desgracia con la cultura del esfuerzo y la meritocracia. Mantra que hemos visto repetidamente que es mentira.
Una persona rica me dijo un día: nunca debes perseguir el dinero, mejor perseguir el poder. Y tenía razón.