“No soy ni de derechas ni de izquierdas, soy apolítico”. Muchos de ustedes habrá oído esta frase justo antes de que su interlocutor dedique unos minutos a vomitar exabruptos, tópicos, frases machistas o, en definitiva, comentarios reaccionarios. La apatía del apoliticismo es utilizada como maquillaje por parte de aquellos que no quieren perder privilegios; para aquellos que apuestan por que todo permanezca igual, sin reformar, reparar y hacer avanzar a nuestra sociedad.
Esta actitud tan popular es una muestra más de que, en ocasiones, la estrategia más efectiva en política –que no la mejor- pasa por ensuciar el debate público, estimular los miedos y pronunciar en voz alta medias verdades. Siempre, eso sí, desde la neutralidad apática del apoliticismo. Esta actitud va en la línea de la de algunos candidatos de derechas que repiten el mantra, tan utilizado, de que ellos se dedican a la política pero podrían ganarse mucho mejor la vida en la empresa privada. Hombres que hace milenios que viven de la política se lo permiten decir, a menudo.
Hace cuatro años, en las elecciones municipales en Barcelona se presentó un candidato apolítico; procedente de Francia. Expulsado del Partido Socialista, rechazado por Macron y abandonado por sus electores del hexágono, de repente hacerse un habitual de la política catalana. Sus raíces eran cada vez más importantes para él, o esto iba diciendo a entrevistas y medios de masas, desde los que promovía un discurso antisoberanista. A día de hoy, todos sabemos que Valls fue el candidato del establishment, de la reacción de una clase alta barcelonesa que no quiere que cambie nada. Manuel sirvió, con cierta apatía, por lo que sirvió: evitar que Maragall fuera alcalde de la ciudad.
En 2023 parecía que Collboni y el Partido de los Socialistas serían capaces de recoger el calor de los desayunos de negocios en el Palace y de los editoriales favorables de algunos medios de comunicación. Por el contrario, la candidatura de Xavier Trias ha puesto en crisis este hecho. El exalcalde ha lanzado su campaña renegando de su partido, olvidando cualquier reivindicación de índole nacional y haciéndose valer como el campeón contra Ada Colau. Un Manuel Valls catalanista, ma non troppo, no fuera que molestara a según quién. Y una única idea para Barcelona: ir a la contra.
El problema de estas candidaturas de laboratorio, insinuadas y promovidas lejos de las estructuras de un partido político, es que tienen un recorrido muy limitado. Sobre todo porque se definen mucho más por lo que rechazan que por lo que ponen sobre la mesa. Trias rechaza el tranvía por la Diagonal, se opone a las supermanzanas y cuestiona la guerra en el vehículo privado impulsada por el Ayuntamiento. Además, cuando hace falta, silba y mira hacia otro lado: no asistió a la manifestación independentista del 19 de enero ni tampoco apoyó a la presidenta de su partido, Laura Borràs, cuando se inició el proceso judicial contra de ella. Oportunismo táctico.
Trias recuerda a aquel típico cuñado que primero dice ser neutral, para después en la siguiente frase desvelar su verdadera orientación. En 2011 ya afirmaba que estaba contra la tasa turística en la ciudad, una fuente de ingresos que permitirá el Ayuntamiento de Barcelona recaudar este 2023 unos 53 millones de euros. Al fin y al cabo, detrás de todo está ideología y una idea de Barcelona donde todo esté a la venta. Como cuando en 2013 el alcalde Trias puso a la venta los nombres de las paradas de metro de nuestra ciudad. ¿De verdad que quien haría negocio sería el Ayuntamiento?
La operación Trias, por tanto, no difiere en esencia de la candidatura de Valls. Ambos casos comparten meses de incertidumbre y de rumores a medios, una lista donde el candidato eclipsa y arrincona a su partido matriz y propuestas grandilocuentes –como cubrir la ronda de Dalt en “8 o 10 años”-. Una propuesta que verbalizaba en enero (antes que Trias) al candidato socialista Jaume Collboni. En política no existen las casualidades.
Xavier Trias es el candidato de la apatía, de la falta de interés y de la reacción individual cabreada con el entorno. Si el interés general jugara algún papel en sus reflexiones, hubiéramos oído alguna propuesta con cara y ojos sobre vivienda, uno de los principales problemas de la ciudad. En cambio, la candidatura de Junts parece que prefiere hablar de hoteles de cinco estrellas o sobre la limpieza y seguridad de las calles.
Desgraciadamente, parece que la fina lluvia del establishment ha hecho su trabajo. Maragall y Colau tendrán que sudar duro si quieren ser una alternativa a la sociovergencia que pugna por recoger los votos de la derrota de Valls. Qué curioso que el apoliticismo siempre acabe defendiendo ideas reaccionarias.