Hace un tiempo, en 2013, escribí un artículo en el que decía que tenía ganas de dejar de estar independentista, expresando la necesidad de normalizar la situación de una vez, tener finalmente un país como los demás y que nuestras preocupaciones y acciones se concentraran en sacarlo adelante.

El concepto no era mío. Lo había propuesto Antoni Baños en una entrevista donde decía que “lo de ser independentista es cómo ser adolescente: se trata de un estado transitorio”. Y añadía una segunda reflexión: “Uno es independentista un tiempo, para ser ciudadano de la república. Y creo que dibujamos muy poco esta república; no la pensamos lo suficiente”. Años después, sería Oriol Junqueras quien utilizaría el concepto de estar independentista, argumentarlo extensamente, haciéndolo popular y mostrando, una vez más, su inmensa capacidad para forzar la retórica y el lenguaje.

La diferencia entra ser y estar independentista no es baladí. El callejón sin salida en que se encuentra la política catalana estos últimos años tiene muchas derivadas, una de las cuales es la guerra abierta entre quienes quieren la independencia para dirimir quién es más puro, quién es más traidor, quién es más fiel al 1-O o quien ha dejado de ser independentista. Debates tan estériles como frustrantes.

A pesar del cabreo que llevo desde el 2017, a pesar de ser de los que pienso que entonces y en todos los acontecimientos posteriores, la clase política catalana desempeñó un papel triste y mediocre, siendo incapaz de estar a la altura de los anhelos de parte importante de la ciudadanía, nunca he pensado ni he dicho que ninguno de los líderes y portavoces independentistas hayan dejado de serlo. Hacer este tipo de afirmación y juicio sería demasiado fácil y prefiero mantenerme en el respeto a los pensamientos y creencias de cada uno.

Ahora bien; de la misma forma que digo que no pienso que ningún político independentista haya dejado de serlo, la observación crítica de los hechos y de las acciones me hacen afirmar, sin demasiadas dudas, que la gran mayoría ha dejado de estar independentista. Y esa contradicción explica buena parte del vodevil en el que estamos instalados.

El día a día de la política de nuestro país se ha convertido en un absurdo intercambio de declaraciones y contradeclaraciones partidistas, construcciones de relatos ficticios que nada tienen que ver con la realidad, soflamas de palabras vacías y repetición obsesiva del gran hit: “pensar en los verdaderos problemas de la gente”. Además, esta política de discursos de consigna va acompañada de una preocupante inacción para dar respuesta a las necesidades de las personas.

Desde el referéndum del 1 de octubre hasta la fecha, Catalunya se ha instalado en una especie de limbo que no nos permite avanzar. Los discursos de la mayoría parlamentaria siguen siendo presuntamente soberanistas, pero las propuestas y concreciones van en la línea opuesta. Por eso digo que han dejado de estar independentistas. Y detrás, una parte importante de la población, por agotamiento y tedio, especialmente las franjas más jóvenes, ha optado por hacer un “stand-by” que en el fondo es un “ya se lo harán”.

La contradicción es evidente: palabras independentistas versus hechos autonomistas. Esto me hace recordar una anécdota de hace unos años, cuando un campesino, líder del sector agrario y hombre sabio, como suele ser la gente que trabaja la tierra, me decía: “Yo soy independentista de raíz, de los que el 1-O corté carreteras con el tractor. Pero esa situación de indefinición de nuestros políticos es desesperante. Hay que elegir el camino: o vamos de forma valiente y decidida hacia la independencia o asumimos que no ha podido ser y trabajamos para fortalecer Catalunya y proteger a la ciudadanía. Éste no saber hacia dónde vamos sólo servirá para debilitar la economía y generar frustración a las futuras generaciones”. Comparto el diagnóstico. Mientras seguimos en el limbo, el país se desmenuza socialmente, las necesidades de los colectivos más vulnerables se incrementan exponencialmente y vamos pierden peso y reconocimiento.

Pocas personas han dejado de ser independentistas, pero muchas han dejado de estarlo. ¿Hasta cuándo? ¿Cuál es la hoja de ruta? ¿Qué nos sacará de esta situación? Quizá el ciclo electoral que empezará en breve y sus resultados pueden ser el principio de una nueva etapa que clarifique ser y estar.

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