Esta Historia tiene tazas con todos los sabores: uno agradable, otro que es puro desasosiego y un último como excusa para formular propuestas decentes para la frontera entre los barrios de Porta y el Turo de la Peira, ambos a mi entender mal situados en la geografía de distritos en Nou Barris, cuando deberían ser una entidad aparte, quizá integrada dentro de Sant Andreu, adonde pertenecieron.
He contado más de una vez cómo, desde la Pandemia, dedico las mañanas barcelonesas a pasear como modo de investigación. La repetición de los lugares a través del paso del tiempo permite apreciar con objetividad cómo evolucionan y se transforman, casi siempre a su pesar. Si complementamos todo esto con mapas de antaño, podremos comprender mucho mejor los porqués de sus entornos y cómo la lógica del cemento, con buenas dosis de silencio municipal, los arruina.
Aún no iré a la trilogía protagonista de estas páginas, sólo la insinuaré. Me gusta mucho bajar la ronda de Dalt desde Canyelles, hasta dar con el passeig Universal y desviarme por el carrer dels Pirineus, donde topamos de repente con unos restos del acueducto de Dosrius en un descampado con huertos, intermitente en nuestra contemporaneidad pero con otros puentes en el estupendo Parc Central de Nou Barris y un nuevo aquí estoy yo en un enclave muy curioso donde confluyen el passatge del Nil y el carrer de San Iscle, justo un poco después de dejar atrás las casas baratas de Can Peguera, las mismas que Trías quería convertir en Súper Illa durante la campaña de 2015, algo bueno, bonito y barato.

Esta encrucijada, en cierto sentido un limbo entre Porta y el Turó de la Peira, debería estar señalizada para facilitar a los ciudadanos entender cómo era este sector de la ciudad. Debemos trazar el camí de San Iscle desde passeig de Maragall con els Quinze, la antigua avenida de Borbón. Desde allí se cruzaba con la carretera de Sant Andreu a Horta y seguía la ruta, fiel a las muchas masías apegadas a su hilo.
Su engarce con el passatge del Nil suponía el de la senda con el torrente visto más arriba, segmentado en cuatro fragmentos desde el físico y el léxico: del passatge del Nil a Piferrer sería de la Maladeta y de Piqué hasta la Meridiana, cuando deviene Parellada en todo su descenso por Sant Andreu, hasta mutar en Estadella en Bon Pastor.

El passatge del Nil és uno de esos rincones impagables de Barcelona. Su microcosmos clásico puede recordarnos al parquin municipal en el torrent del Lligalbé, ambos hermanos por estar entre aguas, arena de toda la vida y coches porque el Ayuntamiento ama dejar pudrir ciertos sitios, invisibles por predilecciones en el tiro de cámara.
La entrada de esta travesía desde Sant Iscle contiene un punto de misterio e intriga. Al fondo, puede divisarse una atrotinada escalera de caracol hacia el passeig Urrutia, pista de despegue indirecta hacia la bajada del pasaje, un oscilante desierto compuesto por la fachada trasera de los bloques del primer franquismo de Sant Iscle, mil automóviles aparcados a la buena de dios, alguna casita desperdigada y la salida hacia el carrer del Nil, desde donde podemos acceder al carrer de la Maladeta, segunda parada de nuestro trayecto, adicto hasta aquí al torrente.

El carrer de la Maladeta fue durante decenios un símbolo del barrio de Porta, sacudido desde los años cincuenta por la embestida de la especulación inmobiliaria a ritmo de alta intensidad poblacional, con la verticalidad por bandera, como puede comprobarse paseándolo. El estilo de muchas moles es infumable y horroroso, sin siquiera tener consideración como en el Congrés Eucarístico, pues los patios interiores son ridículos, casi un insulto.
El contraste eran autoconstrucciones de trabajadores, demolidas, con todo el sentido del mundo, a principios de nuestro siglo, pero el Ayuntamiento tuvo a buen ceder este hueco a las inmobiliarias para erigir más bloques, algo absurdo porque posibilitaba una rambla o equipamientos para el vecindario, quien ocupó el espacio y hasta 2021 lo llenó de huertos, desahuciados como acaeció, madre mía las coincidencias, en el Lligalbé con el Hort el Brot, ambos zonas de cultivo creadas con independencia del consistorio, que tampoco ha hecho tantas ni puede ponerse cien medallas en esta batalla.
Paso por la Maladeta y veo cómo se elevan los cimientos. Es una derrota clamorosa que también me remite al sector de la Farigola en Vallcarca, unos de los puntos calientes en el debate entre la locura de pisos y más pisos o preservar núcleos patrimoniales que resumen la Historia de los barrios. Las administraciones prefieren lo primero, basta ver un informe sobre el área metropolitana donde, en vez de abordar la conectividad de la misma como prioridad para federalizarla, aúpan el suelo a llenar con más de doscientas diecisiete mil viviendas nuevas.
No es el caso de la Maladeta, humillada porque el Ayuntamiento progresista y sostenible no ha imitado al de sus antecesores entre la dictadura y la constitución de la Democracia, cuando sí acataron la voluntad vecinal, hasta conceder más de quince mil metros cuadrados para cortar la cinta de la plaça de Sóller, la más grande Barcelona hasta la irrupción de la del Fórum, que por no ser ni es plaza ni es nada, si se quiere un agujero negro, pero no nos desviemos de nuestra trama.
Sóller ha sido bendecida con una reestructuración sostenible, intercultural, eficiente y todos los adjetivos banalizados desde su redundancia oficialista. El cambio será un acierto, lo digo sin bromear, al interrelacionar mejor sus partes, dar más relevancia a las asociaciones con sede en el ágora y resaltar su singularidad, tanto por su diversificación por cómo lucirá más el laguito con el grupo escultórico Homenaje a la Mediterránea, de Xavier Corberó.
Sóller sería la adaptación contemporánea de esa oleada de aprovechar solares de fábricas o huertos para brindar inmensidades públicas a los barrios, algo reproducido del Clot a Sant Martí, de Sants-Montjuic a Nou Barris durante el principado de Oriol Bohigas.

Porta merecería, como en todos los barrios, una moratoria total de obras durante cierto tiempo para reflexionar sobre cómo enfocarla desde lo patrimonial para dignificar todo su engranaje y así conferirle más sentimiento identitario. Desde un intento de análisis frío considero que podríamos añadir otra pieza al terceto estelar de esta pieza para así mostrar aún más a las claras cómo los futuros bloques del carrer de la Maladeta son un atentado que cancela el aplauso.
Si limpian, como así parece, el passatge del Nil, podrían crear una maravillosa zona verde con pedagogía urbana para todos los vecinos. Hasta les diría de poner alguna de esas máquinas para hacer ejercicio, no pongo pegas, dan alegría y hasta el momento la ciudadanía se para y las usa.
Desde el passatge del Nil este se enlazaría en la paz para el peatón rodeado de árboles y menor contaminación acústica, muy bien iluminada por el carrer de la Maladeta, ops, algo imposible por todos esos cimientos hacia los cielos para tapar una perspectiva nítida. Lo público claudica ante lo privado, pero como es algo de la periferia apenas hay notas en los medios, para mayor gloria municipal.
La plaça Sóller es, como dijimos, el mundo al revés con relación a la cultura del Ayuntamiento en la Transición, aquí muy de un hito oculta un gazapo, más aún si restauras en Río de Janeiro la masía de Can Valent y pones una plaquita donde ponderas la iniciativa vecinal, sin la que no se hubiera realizado el embellecimiento.

Esta entrada a Porta, con calles repletas de casitas años veinte como la de Casas i Amigó, bien podría revalorizarse como debut de un periplo que le retornara su Historia en un hábitat casi sin ruidos ni malos humos. La mancha en el expediente, el disparo para vetar la utopía, siempre serán los bloques de la Maladeta porque cortan de cuajo esa totalidad, como una perversión en la armonía.
A quien escribe nada le sorprende. En los márgenes hay dos casos más de ocupación indeseada del espacio. Uno se subsanó, si bien aún se rodea de incertidumbre. Durante meses, la placeta de la Guineu en Navas fue el almacén de las obras de la Meridiana. La previsión era robar ese espacio a los vecinos para edificar más bloques de pisos a cargo de una entidad bancaria.
Desde hace unos meses, el maltratado Lligalbé sufre el mismo proceso porque almacena el material para la remodelación de Pi i Margall, en el barrio de Gràcia, no al Baix Guinardó, adonde pertenece el área del torrente. En este 2023 el Baix tiene miedo a Gràcia, favorecida por el Ayuntamiento, tanto como para querer instalar en els Jardins del Baix Guinardó el mercado provisional de la Estrella, con la consiguiente ira de las asociaciones alternativas, pues la oficial, dicen los implicados, ni está ni se la espera.
Maladeta, Lligalbé y la placeta de la Guineu son la otra trilogía de este artículo, enfermas del mismo síntoma de absoluto desdén al margen desde esa máxima del fuera de foco como refugio para matar desde la homologación, hasta infringir heridas irrecuperables en los barrios. Ha pasado siempre, pero no por ello debemos dejar de denunciarlo más en esta época de triunfalismos, con el 28M en el punto de mira.