Estas Barcelonas son, entre otras cosas, puro servicio público, no sólo por el estudio semanal sobre la capital catalana, más bien por trabajar desde el periodismo para la ciudadanía, y ciudadanía, como podría decir Bruto en su oración shakesperiana, también es el Ayuntamiento, grato como siempre de leer estas páginas.

Como soy del Guinardó, conozco muy bien cómo los consistorios han montado a lo largo de la Democracia un extraño chiringuito con los solares, no tantos, reconvertidos en plaza. Cuando esto sucede,  el lugar permanece sin bautizo durante muchos años, quizá por los siglos de los siglos, amén.

El Guinardó tuvo, tiene y tendrá infinitud de estas extensiones innominadas hasta la urgencia electoral. No estoy de acuerdo con la mayoría de decisiones del actual gobierno municipal en política de memoria; con sus antecesores, el parecido ya no es sólo por la mentalidad, enmascarada por las vestimentas, sino también desde la herencia de politizar el nomenclátor de los márgenes para hacer lo contrario en el centro, siempre más sedado a mayor gloria de los turistas. 

En el Guinardó, algo casi milagroso, la inminencia de la campaña electoral ha supuesto la inauguración de un par de estos espacios. El primero, situado entre Renaixença y ronda del Guinardó, fue un Ateneo Catalanista, una fábrica cinematográfica y una de tantas okupaciones cuando caía el siglo XX. El segundo surgió tal como lo vemos por algo poco mencionado y vital para comprender este sector de un barrio inmenso. La modificación del mercado y sus aledaños determinó variaciones prácticas para el vecindario al agregarse las antiguas paradas con el súper de una franquicia francesa, unidas en el mismo complejo, completado con un CAP muy eficiente a lo largo de la Pandemia.

La designación de Ramona Fossas y Rosa Galobardes para estas neo-ágoras conjuga el oportunismo de la emocionalidad con el acierto de apostar por mujeres implicadas con el activismo en uno de los epicentros del Guinardó: el Centre de Cultura Popular Montserrat. 

La plaza de Ramona Fossas | Jordi Corominas

Así para criticar, desde una Barcelona útil como la lletja de Permanyer, pediría a los responsables de poner las placas una menor timidez. En el Camp de l’Arpa, lo de la placeta de la Oca es muy bonito sí, pero esa fijación del animal para la posteridad asemeja a un cartel de no juegues con la pelota, siempre aliñado a posteriori con un tajante nos drogamos. No queremos eso para tan insigne ave, como no sé si quiero mayor definición en otro enclave morito, en el limbo por no haberse bañado en la pila bautismal del nomenclátor. 

Se trata de un triángulo, delimitado por el bellísimo debut del carrer de les Acàcies desde passeig Maragall, la continuación de este último hacia Horta y el final, o el inicio, de la carretera de Horta a la Sagrera, nuestra Garcilaso, sin de la Vega. 

Garcilaso con Acacias con restos del Laboratorio del Doctor Ferran | Jordi Corominas

El meollo, curiosamente medio apartado y ensombrecido por una multitud de hojas, es el monumento al doctor Ferrán, con una efigie de este ilustre personaje, muy disminuida en comparación con la muerte y el caballo abatido por las vacunas. 

El monumento al doctor Ferran i Clua | Jordi Corominas

La pieza de Josep Cañas i Cañas se desveló en 1972, un año antes del cierre de las actividades del Laboratorio del Doctor Ferrán, tras su fallecimiento en noviembre de 1929 más enfocado a la hidrofobia, no por las rieras y torrentes próximos, sino por la rabia, quedándose en el recuerdo de muchos lugareños la imagen de los niños enfilados hacia la providencial inyección. 

En la entrega del jueves pasado terminé las estelares apariciones de Carmen Escoté, viuda de Pancho Subirats. El broche fue algo agridulce. Podía dominar diversas parcelas de Els Indians, pero sus oponentes en la cercanía eran imbatibles. Can Ros vetaba el avance hacia el futuro barrio de la Jota, mientras los laboratorios del Doctor Ferrán retrataban a esos propietarios tan ávidos por ser los reyes del mambo en su lejano oeste, nacido tras el torrent de la Guineu. Los dejaban en evidencia porque su ambición era arquetípica en cualquier generación humana, mientras la labor del Doctor Ferrán debería conferirle más honores que el triángulo con su nombre grabado en la piedra. 

El Doctor Ferrán se engloba entre aquellos catalanes poco reconocidos entre los suyos desde el olvido de las instituciones. Mis asociaciones mentales siempre, por afinidad, me conducen a Carlos Barral y a Francesc Ferrer i Guardia, pero el impulsor de los laboratorios entre Garcilaso, Acàcies, un limbo y Manigua era de la misma estirpe, resultándome incomprensible como se ignora su vanguardismo en el campo de las vacunas. Mejoró la antirrábica de Louis Pasteur, desarrolló la del Cólera y administró la del tifus a los trabajadores barceloneses.

Por aquel entonces, hacia 1887, era el director del Laboratorio Microbiológico Municipal, cargo ingeniado por el alcalde Rius i Taulet. En 1905, en uno de casos tópicos del odio nacional hacia liberales con talento, fue cesado y quizá por aplicar aquello de más vale prevenir que curar había resuelto dos años antes adquirir unos terrenos sensacionales, a una nada de la masía de Can Sabadell, indicio inequívoco del agua, tan esencial para estas empresas durante esos años en la secuencia de esplendores industriales. 

Tras su fallecimiento, Ferrán tuvo entre sus sucesores en el laboratorio al Doctor Roux, con una calle a rebosar de arquitecturas a destacar de varios estilos. Durante su mandato, el centro aprendió la extinción de ese limbo al devenir este el passatge de Salvador Riera, a paso de tortuga en su juntar todas las partes de su itinerario, como puede comprobarse en un mapa de 1943.

El pasaje de Salvador Riera | Jordi Corominas

El derribo de los Laboratorios Ferran en 1973 era un preámbulo para elevar bloques y aparcamientos. La resistencia vecinal volteó la tortilla para ganar la escuela Ferrán i Clua y l’Institut l’Alzina, ocupante de ese viejo agujero, puerta mediante el passatge de l’Ordi hacia los segundos Indians, independientes de los padres fundadores, con sus delirios de grandeza acorralados por la hegemonía de auténticos mandamases, y desdibujados por la estructura del Congrés, omnipresente por el carrer d’Alexandre Galí, irrompible en el plano condal, más que los pocos restos supervivientes de los Laboratorios, salvados por la campana cuando la piqueta quería desarrollar con clínico esmero su bucle de destrucción, mostrándonos cómo la demolición desde la desmemoria es mucho más punzante que toda la trayectoria de un vacunólogo desterrado en todos los sentidos.

El rectánculo indica el Laboratorio del doctor Ferran. azul, paseo Maragall, toronja la calle Garcilaso, roja la futura calle Felipe II

 

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