Carlos Portela, uno de los guionistas más destacados del país, responsable de populares series de televisión y cómics en las últimas décadas, quedó sorprendido por una noticia real que descubrió en los medios de comunicación. En 2009, el pastor evangélico Dick Witherow erigía Miracle Village, un conjunto residencial que hasta ese instante se conocía como Pelican Lake, con poco más de una centena de viviendas construidas en la década de los sesenta para los inmigrantes que trabajaban en los campos de caña de azúcar de los alrededores. El recinto se situaba a tres millas de la pequeña ciudad de Pahokee, en el estado de Florida, en Estados Unidos. Rodeado de miles de hectáreas de caña de azúcar frondosa, una pequeña carretera une Miracle con el resto del mundo.
El pastor Witherow, fallecido en 2012, tenía un objetivo claro: crear un espacio donde los hombres que fueran delincuentes sexuales tuvieran un lugar donde vivir, sin molestar a nadie, teniendo en cuenta las duras condiciones de la ley en Florida, donde obliga a una persona con este tipo de antecedentes a vivir a una distancia mínima de escuelas, parques, centros infantiles o cualquier otro espacio en los que pudiera haber niños. Además, deben de indicar en la puerta de su domicilio claramente que es una persona condenada por un delito de carácter sexual, decirlo siempre en caso de entrevista de trabajo, y avisar a las autoridades en caso de cambiar de domicilio. Estas condiciones son muy conocidas por los estadounidenses, especialmente por el pastor Witherow, que era uno de ellos: a los 18 años dejó embarazada a su mujer que, por aquel entonces, solo tenía 14 años. Después de 25 años de haber cumplido la condena y seguir los estrictos requisitos de la ley en todo ese tiempo, pueden solicitar que les borren del registro de delincuentes sexuales, lo que les evitaría todas estas restricciones señaladas, pero es una labor ardua y cara, y no todos lo hacen. Mientras tanto, han de sufrir este purgatorio.
Actualmente, el número de ciudadanos de Miracle supera los 300. Viven o sobreviven tranquilamente, sin las miradas incisivas de sus vecinos (aquí todos están por el mismo motivo y tienen el mismo tipo de cartel en la puerta de su casa), y sin el ruido propio del juego de los niños. Nadie los persigue ni los maltrata y, aunque sus vecinos cercanos protestaron inicialmente (algunas familias con infantes marcharon de la ciudad por precaución), la realidad es que no ha habido ningún conflicto desde la creación de lo que podríamos catalogar como de un gueto, un refugio de maldad concentrada. Sus habitantes han estrechado fuertes relaciones personales entre ellos, teniendo en cuenta los rasgos comunes: muchos sin familia, o de familias desestructuradas, o, directamente, han sido repudiados y abandonados por sus familiares. Les queda una comunidad de semejantes cuyo entretenimiento gira alrededor de la iglesia, que genera actividades sociales y fomenta una especie de terapia colectiva, además de realizar los mínimos controles legales requeridos. Y su líder es su pastor, literalmente, un líder que, curiosamente, no han escogido democráticamente, como si es habitual con las autoridades locales en Estados Unidos. No tienen acceso a internet… en verdad, el tipo de delito que han cometido es muy variopinto, aunque el recinto no está abierto a delincuentes peligrosos, violentos o asesinos.
El lugar es popular en el país por su sui géneris. El interés por saber quiénes eran o cuáles eran sus motivaciones atrajo a la fotógrafa Sofia Valiente al lugar, donde consiguió que sus lugareños se dejaran fotografiar y entrevistar. En su trabajo se vislumbra, por un lado, la percepción de que son personas normales, personas normales que algún día cometieron un acto penado por la ley, y que no lo tienen fácil para rehacer sus vidas por las duras condiciones que deben de cumplir de forma obligatoria bajo pena de cárcel si no lo hacen. Por otro lado, comprobó el tejido social construido alrededor de la iglesia, formado por hombres en su totalidad, que les permite sobrellevar las horas que transcurren lentamente en Miracle Village.
El guionista Carlos Portela convirtió Miracle Village en la ficticia Contrition, que da título al cómic que acaba de publicar Norma Editorial. En Contrition (2023), Portela crea dos personajes secundarios a imagen del pastor y de la fotógrafa, escribiendo un thriller atípico en el que el resto de personajes y el argumento surge de su imaginación, eso sí, teniendo en cuenta la idiosincrasia del lugar y de sus habitantes. Aunque realiza un cambio importante en la trama: avanza la creación del lugar unos años, de hecho, el inicio se sitúa en 2008, cuando descubren el cuerpo calcinado de uno de los habitantes del lugar, un supuesto suicidio con muchas incógnitas a resolver.
El personaje que hace avanzar la historia es una periodista de un periódico local, interesada en descubrir, precisamente, todas esas incógnitas que van apareciendo en el caso, por la singularidad del cadáver (que no desvelaremos) y por la singularidad del lugar, evidentemente. A través de este personaje conoceremos tres inquietudes que se entrecruzan a lo largo de la historia. La primera está relacionada con la profesión de periodista: ¿cuál es el papel de un diario local? ¿hasta qué punto es noticia o debemos de preocuparnos por lo que le acontezca al tipo de personas que viven en un lugar como Contrition? ¿qué recursos y financiación puedo asignar a investigar lo sucedido desde un diario local? ¿puedo enemistarme con los políticos y fuerzas de seguridad del lugar, escogidos por la ciudadanía, si denuncio alguna irregularidad o negligencia?
La segunda inquietud de la periodista está condicionada por su trabajo y por su interés en conseguir las respuestas… y necesita tiempo… y dinero, y las dos cosas afectan a su familia. Con un niño muy pequeño, buscará la complicidad de su marido, un emprendedor al que no le fue bien montar un taller propio y que ahora se consuela con trabajar como empleado en la gasolinera de su cuñado. ¿Puede contar con que su marido le ayudará cuidando del niño y de la casa como hizo ella cuando él apostó por montar un negocio? Lo que parece seguro es que no quiere convertirse en lo que se ha convertido su marido (aparentemente, derrotado), aunque las decisiones que tomará en el periódico local condicionará su futuro familiar. El relato es un mestizaje de perspectiva de género y de precariedad laboral en general y, en particular, en el trabajo de periodista.
La tercera inquietud es moral, la más interesante y la que dota de gran valor a la obra, con varias ramificaciones. Destaca la contradicción propia de la cultura estadounidense, en la que puedes vivir al lado de un asesino o una persona violenta, pero esa persona no necesita poner un cartel en su puerta avisando de ello. También nos preguntamos si esos delincuentes también fueron víctimas en su infancia. Y se intuye un discurso muy propio también de esa sociedad, y que hace referencia a la importancia de poder tener una segunda oportunidad: ¿se merecen una segunda oportunidad los condenados por un delito sexual? Aunque se trate de una sociedad tan puritana, la respuesta debería de ser rotundamente que sí, pero con una salvedad: si se han arrepentido y no tienen intención de volver a cometer un delito similar en el futuro.
Y aquí es donde surge, de nuevo, la maestría del guionista, al plantearnos la duda de cómo saber si un pedófilo se ha rehabilitado del todo o no. Plantea algunas dudas interesantes, como, por ejemplo, si una persona normal puede realizar una atrocidad en unas circunstancias determinadas, sabiendo que otros son malvados por naturaleza. De ahí que sea importante la cronología del cómic, del por qué necesita avanzar la creación de esa urbanización y situar la historia en los años anteriores a 2008. El motivo es que uno de los protagonistas de la ficción es militar y conocemos a través del relato que fue investigador de las torturas que realizaron sus compañeros en la Prisión de Abu Gurayb, en Irak, y que se destaparon en 2004.
En una de las viñetas, el propio personaje explica lo siguiente respecto de las famosas fotos que dieron la vuelta al mundo: «Allí conocí a un profesor de Stanford. Le habían encargado hacer un estudio. Un día le pregunté por qué los soldados siempre sonreían en las fotos. Me dijo que, para ellos, los prisioneros no eran personas. Los habían deshumanizado». Esta frase será fundamental para comprender las decisiones que tomará el militar en el futuro cuando descubra qué estaba pasando en su ausencia: a su hijo le acosaban los compañeros del instituto. El chaval buscará refugio en los foros de internet donde encontrará a una joven que lo comprenderá y animará, ganándose su confianza, para acabar intercambiándose fotos íntimas… solo que no se trataba de una joven, ni eran sus fotos.
Ese mundo de contrastes, de buenos y malos, donde los buenos puede que no sean tan buenos y los malos puede que no sean tan malos, está magistralmente representado por el talento del dibujante Keko, la otra mitad del equipo creativo. A pesar de que la idea y la estructura del guion es de Carlos Portela, los dos trabajaron durante dos años largos en la creación del cómic. La mano portentosa de Keko, uno de los autores veteranos más reconocido por los aficionados, utiliza un estilo realista marcado por grises conseguidos a través de tramar la hoja con rayas de tinta, lo que da una textura especial a la narración, muy visual y expresiva a la vez (hay silencios que dicen mucho en algunas páginas memorables).
Lo mejor del cómic es todo lo que no he escrito de él en este artículo. Más de 150 páginas de arte, tanto de texto como de dibujo, de una de las obras de las que seguro será de las más destacadas del año, sin duda. Y lo más terrorífico del cómic no lo verán en sus páginas, eso lo deberá imaginar el lector. Lo que esos delincuentes hicieron a sus víctimas, niños y niñas en su mayoría, es una elipsis que marcará nuestra opinión personal sobre la venganza, el arrepentimiento, el perdón y las segundas oportunidades de sus personajes… si conseguimos saber si tienen propósito de enmienda, claro.