Se puede argumentar — y seguramente con razón —, que realmente nunca nadie se ha leído los programas electorales más allá de los cuatro freaks que, como un servidor, preferían pasarse el recreo discutiendo de política en lugar de chutar la pelota de un costado a otro. Pero el desconocimiento de una cosa nunca puede valorarse como un hecho positivo, y todavía menos si de lo que estamos hablando es de la voluntad política hecha letra de aquellos que van a decidir nuestro futuro en los próximos cuatro años.

Todo esto ya se lo debería oler Iglesias cuando, para las elecciones del 2016, Podemos decidió que la era de las soporíferas parrafadas se había acabado. La política, como recuerda a menudo el exlíder morado, se juega con los elementos históricos que hay disponibles en cada momento. Y el momento en cuestión — así deberían interpretarlo —, requería que nos cogieran de la manita y nos diera la comida en la boca bien masticada. Fue una propuesta bienintencionada que anticipaba la actual era TikTok.

Abro paréntesis: un ejemplo de cómo dicha corriente histórica nos empuja hacia la hypersimplicidad y nos aleja de la reflexión se llama “algoritmo SEO”, un concepto que hace temblar a todo/a periodista nacido/a antes de 1990. El algoritmo SEO es un monstruo invisible, omnipresente y omnipotente, que te castiga si escribes frases subordinadas y te premia si escribes frases bien cortitas. Como esta. Si eres un poco rebelde y consideras que algunos temas requieren de un grado mayor de elaboración, el buscador de Google te hundirá en las profundidades marinas del web sin compasión alguna. La ideología siempre tiene efectos concretos en lo material. Cierro paréntesis.

El programa en cuestión imitaba el catálogo de IKEA. Fresco, próximo, sencillo, y con mucho color. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

La pregunta no tiene una respuesta única. Las cosas con el tiempo cambian. La gente que se ha desarrollado en una generación tiende a idealizar el mundo en el que creció y a menospreciar — o, como a mínimo, sospechar — del nuevo mundo que emerge. Pero si bien esta posición relativista podría ser satisfactoria para algunos, hay un pequeño problema: vivimos en sistema político (democracia representativa, la llaman), que funciona mejor cuanto menor es la distancia entre los ciudadanos y los representantes. Cuanto más espacio haya entre los primeros y los segundos, mayor es la sensación —ya instalada —, de que los políticos son una casta con intereses diferenciados de los del pueblo que dicen representar. I como más nos adentramos en este espiral y más crece la autonomía de la clase política, también disminuye la accountability, es decir, los mecanismos de control de la actividad política.

Los programas son la carta a los reyes y, en cierta manera, ya está bien que así sea. Los partidos los formulan imaginándose que obtendrán una mayoría absolutísima y que podrán hacer y deshacer a voluntad. Esto, evidentemente, es pura fantasía. Los programas no tienen en consideración el contexto económico futuro (es imposible), ni la correlación de fuerzas, ni nada de nada. Pero qué más da. La mayoría de propuestas son la proyección ideal del pensamiento de los partidos, y esto ya tiene un valor intrínseco si se sabe leer entre líneas.

Así que leed los programas, como mínimo aquel del partido el cual tenéis intención votar. Y un consejo: ignorad toda frase que empiece con un: “estudiaremos/analizaremos/consideraremos…” por qué no, no lo harán.

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