En un mapa mudo de los años 30 puede apreciarse qué idea tuvo Salvador Riera para su segunda gran urbanización en Barcelona, la del barrio sin nombre de los Segundos Indians, quizá a rebautizar con el nombre de su fundador, quién, como comentamos en anteriores entregas, murió antes de ver la concreción de su plan.

Mapa de c. 1930. Prats i Roqué es la línea roja, la azul es para Acàcies y la lila para Ramón Albó.

La imagen nos muestra una esencia de tres calles, cada una de ellas con una función dentro del espacio. La primera, Acàcies, se configuró como la más residencial del conjunto, mientras Ramón Albó tenía aspiraciones frustradas de conectividad con otras arterias como Fabra i Puig, algo donde el carrer de Prats, más tarde Prats i Roqué, sobresalía en su modestia al cubrir su superficie un tramo comprendido entre el passeig de Maragall y el camino de Horta a Sant Martí, con parada cercana en la masía de Can Ros, futuro pilar para la erección del barrio del Congreso, una anomalía morfológica como seña de modernidad.

Esta trilogía básica se nutrió más tarde de dos pasajes para reafirmar los engarces internos. El pasaje de l’Ordi llegaba desde Prats i Roqué hasta el de Salvador Riera, cuyo recorrido juntaba los dominios del ávido terrateniente con los del Indians al ir de Acàcies a Manigua, hasta cierto punto en pañales y por eso mismo muy adecuada algunos decenios más tarde como puerta para el barrio del Congrés Eucarístic, con vista a la iglesia de Pío X y la plaça del Doctor Modrego.

Empezaremos la singladura, menos minuciosa de lo que querría, por estas posesiones de los Riera con el carrer de les Acàcies, diezmado hasta ver capada parte de su extensión, a finales de los cincuenta, cuando la fundación del Congrés conllevó tender una de las calles más fascinantes y chiripitifláuticas de Barcelona: la de Federico Mayo, más tarde rebautizada en honor a Alexandre Galí, quien ni pincha ni corta en todo este perímetro, como si lo hubieran invitado para catalanizar un poco la periferia, un clásico de los Ayuntamientos democráticos.
Al principio de su existencia, Acàcies podía ser cualquier cosa, pero sobre todo una vía repleta de harmonía, buena vecindad excepto por un maltratador de criadas y muchas ilusiones en conseguir un rincón del mundo especial, de ensueño por las políticas de vivienda del momento, justo cuando Barcelona se preparaba para recoger a muchos inmigrantes, exaltados ante la posibilidad de prosperar en la fábrica de España.

Vista de la calle Acàcies | Jordi Corominas

Los trabajadores tuvieron su lugar en la calle. Sin embargo, si la paseamos podremos observar cómo algunas personas con ciertos posibles la eligieron para alzar sus villitas, como la del número 67, de 1917, con el inevitable jardín y un intersticio misterioso entre esos doscientos veintidós metros cuadrados y sus vecinos. Esta brecha, a rebosar de vegetación, es producto de una sucesión de huecos, asimismo detectados en Prats i Roqué i Alexandre Galí. Todo apunta, sin por el momento haber resuelto el enigma, a un curso de agua secundario, aunque quizá no tanto si observamos cómo incide en este entorno.

Acàcies tuvo desde su infancia mucha agitación y demanda para llenar sus parcelas, limitadas en su tramo desde Garcilaso por los Laboratorios del Doctor Ferran. En 1918, José del Pulgar, presidente de la Sociedad La Constructora obrera, llenó parte de la esquina con Prats i Roqué mediante la construcción de varias hileras de casas baratas para aprovecharse del progreso legislativo del país hasta la Guerra Civil. Para este empresario, la labor de habilitar viviendas económicas para los trabajadores era la misión de un soldado. Ahora la elección de este vocablo puede escandalizarnos, cuando más bien era arquetípico del léxico del tiempo, repitiéndose a lo largo de los años en los congresos celebrados por los partidarios de tan acuciante cuestión social, quienes defendían, ante todo, la dignidad de las personas y su derecho a poseer cuatro paredes bien armadas sin miedo a cualquier tipo de derrumbe.

El auge de esta tipología contiene muchos elementos clave para entender la mentalidad de una época de la que podríamos aprender muchísimo, sobre todo cuando muchos gobernantes, como los de Barcelona, se llenan la boca con los pisos sociales, a tapar si cotejamos números y hasta falacias, como las de la Baixada de Can Mateu en Horta, inaugurada con el habitual optimismo feliz de los Comuns, una representación teatral desmentida por los carteles de promoción de los bloques, un guiño cínico a la previsible gentrificación de ese oasis.

Publicidad de las nuevas viviendas de la Baixada de Can Mateu, a Horta. | Jordi Corominas

Las Casas Baratas de Acàcies con Prats i Roqué, algunas de ellas aún en pie, se encargaron al omnipresente Enric Sagnier, quien al cabo de poco tuvo la mejor compañía profesional en los aledaños, como la de Josep Graner, incansable maestro de obra con inmuebles en número 15 de nuestra protagonista y en otras calles de la cercanía.
Al lado de esta finca, hoy en día desaparecida, de Antonia Mogas damos con uno de los puntos más particulares de esta vía arbolada para tener un toque de belleza suplementario. El número 13 perteneció a Isidoro Bonet, miembro del gremio de ladrilleros, quien tuvo la ocurrencia de confiar en Joan Guardiola.

El passatget interno con seis viviendas del 13 de la calle Acàcies, obra de Joan Guardiola. | Jordi Corominas

Así de buenas a primeras el nombre dice poco o nada. Guardiola se licenció en 1922 en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona. Su fama suele asociarse con un tipo de arquitectura kitsch, o si prefieren fallera por el origen valenciano de su autor, quien ha dejado para la posterioridad algunas piezas inolvidables, como la casa Judía de Ruzafa o la Ferrán Guardiola de Consell de Cent con Muntaner, una fantasía a reivindicar por lo excéntrico de su diseño en pleno Eixample.
Guardiola no fue siempre tan fuerte y con Bonet se comportó como un impecable ejecutor porque la especificidad de Acàcies 13 exigía tejer una hilera de casitas con patio en un pasajito interno. Son una maravilla replicada, por tendencia, a lo largo y ancho de la Barcelona de los años 20 como, por mostrar dos ejemplos, en el passatge de la Companyia y en el de la Independència. Ese 13 de Acàcies aún es un prodigio de pequeñez y recato. Hay otras fachadas con mucho interés.

El número 3 de la calle Acàcies. | Jordi Corominas

La del número 3 debió ser de los años mozos del sitio, no como la del 50, un esplendor novecentista algo resacoso al terminarse, según el catastro, en 1936, cuando todo derivó en el horror, también por estos lares, pues después de la Guerra Civil la política edilicia del Régimen y la apuesta hacia densificación demolió mucho de ese pasado reciente para combinar para resaltar sin querer toda su belleza, algo fácil desde el contraste estético, al fin y al cabo diálogo de eras y una prueba más del desprecio al margen, acribillado en su hermosura por clasismo económico, muriéndose el idilio de paz en las afueras para transformarlo en un dormitorio de los perdedores del entramado.

 

Share.
Leave A Reply