Cuando volví a Francia tenía miedo de que me hubieran olvidado… Y estaba equivocada”, “¿A qué te refieres, Alice?”, “Nadie me había olvidado, simplemente porque nunca llegué a existir en el cine francés”. Esta hipotética conversación de Alice Guy con su hermana aparece en la novela gráfica Alice Guy (2021), publicada en 2022 en catalán por la Editorial Finestres (con traducción de Marta Marfany), y en 2023 en castellano por Salamandra Graphic, (con traducción de Unai Velasco), y simboliza de forma impecable la necesidad de trabajos como el de José-Louis Bocquet y Catel Muller, guionista y dibujante, respectivamente. Los dos autores reivindican la vida y obra de la destacada pionera de la cultura popular, desconocida para el gran público.

A lo largo de más de 300 páginas, concebidas de forma cronológica e instructiva, podemos contemplar la biografía del personaje, su contribución y el contexto en que se produjo, ayudando al lector a entender las diferentes decisiones que tomaría a lo largo de casi un siglo de vida. Nos referimos a Alice Guy (1873-1968), la primera directora de cine en Francia y la primera productora de cine en Estados Unidos, siendo pionera en una industria emergente, en todos los sentidos, tanto desde un punto de vista tecnológico como creativo como empresarial, destacando en todas esas facetas, en un entorno absolutamente masculino.

Nacida en 1873, fue la quinta y última hija de un matrimonio francés residente en Chile, donde estaba el negocio familiar, que les permitía mantener una vida opulenta. Para no someterla a un largo viaje por mar, pasó los primeros tres años de su vida junto a su abuela. Su madre regresa a buscarla y se reúne, por fin, con sus padres, tres años más hasta que se arruinan y deben de volver de nuevo a Francia. Alice conocerá a su hermano y a sus tres hermanas en un convento en Suiza (en realidad, fueron dos conventos diferentes, el segundo más económico que el primero), donde recibiría una buena educación hasta su adolescencia. Estos primeros viajes, de encuentros y separaciones, de arraigos y desarraigos, fueron fundamentales para forjar el carácter de la joven, del que destaca, especialmente, su atracción por la actuación.

Como su padre no veía con buenos ojos esa atracción por la farándula (“¿Actriz? Sería una deshonra para la familia. ¡Antes preferiría verte muerta!”, afirma en una de las viñetas), sus inicios profesionales estuvieron relacionados con la administración (mecanógrafa, secretaria, etc.), ya que tocar muy bien el piano no tenía ningún futuro, según su madre, que acababa de enviudar, después de que su hijo mayor falleciera de forma prematura en la adolescencia y el resto de hijas estuvieran casadas o a punto. Alice decidió trabajar a buscar un marido, y el azar le llevó a trabajar en diversas empresas relacionadas con la fotografía en un momento bullicioso en el sector, por los grandes inventos y, sobre todo, por la irrupción de lo que hoy en día conocemos como cine.

Gracias a su dedicación, esfuerzo y honestidad, consigue convertirse en imprescindible y participar en las decisiones estratégicas, eso sí, en un mundo masculino donde los roles eran muy marcados. Su historia narrada en la novela gráfica es la historia de los pioneros del cine, por las páginas desfilarán sus protagonistas que interactúan con Alice Guy: los hermanos Lumière (Louis y Auguste, inventores del cinematógrafo en 1895), Gustave Eiffel (interesado en invertir en la floreciente nueva industria), Georges Méliès (el empresario teatral que supo ver una oportunidad de negocio con las cámaras), y Léon Gaumont, creador de los estudios Les Films Gaumont, una persona clave en el devenir del cine, que lidió con numerosas trabas con la competencia y con los infortunios del incipiente sector. La iniciativa de Alice la convierte en una empleada indispensable cuyas responsabilidades se amplían gradualmente, convirtiéndose en su mano derecha, hasta el hecho de que en 1896 rodó su primera película. El número ascendería, finalmente, en más de 300 películas en Francia, siempre destacando por su originalidad, diferenciación y vanguardismo, aprovechando al máximo las nuevas posibilidades que ofrecían los avances tecnológicos en las cámaras.

Su boda y posterior viaje a Estados Unidos, donde tuvo dos hijos (aprendió inglés en paralelo a su crianza), le llevó de nuevo ante una cámara y a apostar en crear su propio estudio, reinventándose desde cero, dirigiendo y produciendo centenares de películas. Bocquet y Catel destacan en su obra una decisión polémica que tomó cuando decidió que los personajes de color no fueran actores blancos tintados, sino que fueran actores de color, con los que, por cierto, los actores blancos se negaban a trabajar. En el sector, se codeó con Charles Chaplin o Buster Keaton, entre otros, lo que da una idea de su presencia en la industria cinematográfica norteamericana. Su productora Solax, de las que escribió, dirigió y produjo centenares de películas en cerca de dos décadas en unas instalaciones memorables, acabaría cerrando por culpa de las malas decisiones (de todo tipo, financieras y sentimentales), de su marido. Volvió de nuevo a vivir a Francia, ya como divorciada, siguiendo a su hija en su trabajo en la embajada americana en varios países, que la acompañaría hasta su fallecimiento, en Estados Unidos, donde decidieron volver para vivir cerca de su otro hijo, que decidió quedarse en el país en su momento.

A su vuelta a Francia descubre que se habían apropiado de su trabajo. Afortunadamente, dispone de muchas pruebas que reconocen su autoría, aunque no evitaría su ostracismo final, agraviado por el hecho de que se perdieran todas sus películas (con el tiempo, se han recuperado decenas de ellas, pero es una parte muy pequeña respecto del total). Tanto sus descendientes como diferentes autoridades del sector llevan a cabo, desde hace décadas, un trabajo de reivindicar la contribución de Alice Guy en la historia del cine francés y mundial, como uno más de los pioneros que abrieron camino en el entretenimiento en paralelo a una innovación tecnológica que cambiaría el mundo para siempre.

La obra de José-Louis Bocquet y de Catel Muller es un grano de arena más en esa labor fundamental de divulgación, y se enmarca en el trabajo conjunto que llevan realizando en los últimos lustros, en los que la propia Éditions Casterman ha bautizado como “La colección de las clandestinas de la historia”, que abarca, hasta la fecha, cuatro memorables novelas gráficas sobre biografías de personajes femeninos emblemáticos en la historia, de las que muchas veces no conocemos del todo bien su contribución, en contraposición con los coetáneos hombres que sí aparecen con detalle en las páginas de los libros de historia. En concreto, además de la reseñada obra de Alice Guy, han publicado las siguientes biografías hasta la fecha: Kiki de Montparnasse (2007) y Olympe de Gouges (2012), las dos publicadas en castellano por Ediciones Sins Entido; Joséphine Baker (2016), publicado en 2022 en catalán por la Editorial Finestres y en castellano por Salamandra Graphic.

En la actualidad, los autores están trabajando en la quinta biografía conjunta, la de Anita Conti (1899-1997), exploradora y fotógrafa francesa, pionera en ecología y en denunciar los efectos de los humanos en los océanos, en especial, los provocados por la sobreexplotación y la contaminación. Y nosotros se lo agradeceremos, una vez más. A ellos y a los diferentes editores.

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