“Esto es un micromundo. A menudo paso más tiempo con la gente que forma parte de Assís que con mi propia familia. También es cierto que, a mayor relación tienes con las tareas administrativas, más te alejas de la parte técnica, pero en mi caso intento tener los pies en el suelo, saber quién trabaja aquí y también qué personas vienen a nosotros”, dice Jesús con un tono de voz flojito. Cuando se le pregunta por la conciliación familiar – después de que nombrara a su hija adolescente en un par de ocasiones-, parece que todavía es una tarea que tiene pendiente.“Desde la pandemia, para mí ha sido muy duro. Han sido 3 años muy intensos, con muchos proyectos en marcha y con mucha responsabilidad”, añade.
Antes de sentarnos a hablar, nos enseña todo el edificio o “sede” de Assís, que, desde hace poco más de un mes, está ubicasa en la Vía Augusta número 405-407 de Barcelona. Entre habitaciones donde todavía pueden verse cajas cerradas y muebles del Ikea para montar, Jesús saluda por su nombre a cada uno de los trabajadores, y nombra también a los de las sillas vacías, que ya no están.

Cerca del edificio se encuentra la antigua sede de Assís, actualmente ya tapiada. Y en la planta baja de la residencia de al lado están las duchas para la gente que lo necesita. “La relación que tenemos en el barrio es buena. Hemos hecho algunas campañas con comercios, y hacemos charlas en las escuelas, las públicas y también privadas. Es cierto que al principio, cuando llegamos en el 2003, hubo conflictos y reticencias con la comunidad, por la violencia cultural evidente que vivimos contra las personas sin hogar”, explica. Y señala hacia lo que lllamaban “el despacho grande”, una pequeña plaza que hay justo delante del nuevo edificio, que ha sido durante muchos años el punto de calma y de conversación cuando alguien estaba alterado. “He visto y he conocido a mucha gente, y mucha ya ha muerto”, comenta Jesús, muy emocionado, con un hilo de voz. Recuerda a Pili y Lázaro, dos “amigos” que habían pedido ayuda a Assís, y con los que se propuso, conjuntamente, dejar el tabaco. Actualmente, Jesús todavía fuma, y Pili y Lázaro ya no están.
El tercer sector
La situación que vive el Tercer Sector en Catalunya lleva años dañada, infravalorada y, consecuentemente, precarizada. Según el informe del Barómetro del Tercer Sector Social de Cataluña 2022, las entidades sociales atienden, acompañan y apoyan a más de 1.900.000 personas en situación de riesgo de exclusión social. Esta cifra supone 350.000 personas más que las que se registraban en el barómetro del año 2017. A pesar de la cantidad de entidades que forman parte del Tercer Sector, y la necesidad de sus servicios en el territorio, no existe una ley que ampare el trabajo de los profesionales que forman parte de ellas. Por el momento, se está tramitando una proposición de ley, registrada en el Parlament de Catalunya, para la mejora del sector. Y sindicatos y patronal han llegado a un acuerdo parcial para actualizar las tablas salariales y la clasificación profesional del convenio colectivo de acción social de cara a los años 2022-2024.
Desde Assís, según el director Jesús Ruiz, la apuesta ha sido que los profesionales que pasen por la entidad no perciban este trabajo como un “trabajo puente”, sino como un proyecto de vida. Y, pese a denunciar “la mierda de convenio”, intentan ofrecer buenas condiciones salariales, conciliación y carrera profesional, apunta Jesús Ruíz.
Sin hogar
El sinhogarismo es un fenómeno que va al alza. El encarecimiento de los productos de primera necesidad, la problemática de la vivienda y la ley de extranjería vigente, entre otros, son algunos de los factores que hacen que en España existan 40.000 personas viviendo en la calle, según datos del INE, y esto sin tener en cuenta todas las personas que “malviven” bajo un techo, como es el caso de muchas mujeres con criaturas a cargo o de víctimas de la violencia de género, donde se ha hecho evidente el sesgo de género en las políticas de trabajo sobre la gente sin techo.
Desde Assís ya se ha empezado a trabajar desde la perspectiva de género: han abierto diferentes centros, invierten recursos en la prevención e investigan cuál es la situación de violencia de género en la calle. Según uno de los últimos estudios realizados por la entidad, tres de cada cuatro mujeres en situación de sin hogar ha sufrido violencia a lo largo de su vida.
La aporofobia –violencia ejercida sobre las personas pobres– y los delitos de odio hacia las personas sin hogar son todavía asignaturas pendiente para la sociedad. “Cuando asesinan a Rosario Endrinal, en el 2005, en un cajero, ves que algo no funciona. Desde entonces, empezamos a preguntar a la gente que llegaba si había sufrido violencia, y casi todo el mundo nos decía que sí “, matiza Jesús Ruiz.
Desde Assís también se trabaja en la incidencia política y en la sensibilización para erradicar la aporofobia en Cataluña. Según el director Jesús Ruiz, hasta que no haya un cambio de pensamiento y de modelo cultural será un factor que no desaparecerá: “La violencia cultural es el detonante de todo el resto de violencias”, asegura.