Por Sant Jordi salió publicado el libro “Federalismo: fácil”, editado conjuntamente por el Triangle y Còrtum, Club de Debats. Es un libro coral, con aportaciones de grandes conocedores de la materia, entre los que me atreví con un capítulo donde mezclo dos conceptos: “cambio climático” y “federalismo” que, de entrada, puede parecer una tontería por parte de quien quiere mostrarse falsamente ingenioso. Por tanto, en este artículo, además de invitaros a leer el libro, intentaré exponer mi hipótesis.

El clima de un lugar es una estadística sobre el terreno de valores como la temperatura, lluvia, humedad, presión, viento, etc. Como cualquier estadística, cuantos más datos tenga nuestro universo, mejor será el resultado. Esto es muy evidente en los pronósticos electorales: cuantas más personas respondan las preguntas, más probabilidades hay de acertarla. Con el clima sucede que los números de observaciones en un punto: la serie es poco larga (a lo sumo 200 años), y no siempre los instrumentos han tenido la misma precisión. Por lo tanto, no tenemos ningún registro de cuál era el clima cuando el hombre empezó a desplazar a los neandertales o, incluso, de cuando César conquistó las Galias. Pero sí sabemos que en el Amazonas llueve más, y que hace más calor que en Barcelona, ​​lo que nos permite distinguir entre un clima tropical y el mediterráneo.

Ahora todo apunta a que el clima está cambiando; aunque nos falte la perspectiva temporal, la gran mayoría de científicos están de acuerdo. La temperatura media de la Tierra ha aumentado 1,5ºC desde la época preindustrial; las olas de calor y su intensidad han crecido, y los fenómenos extremos son cada vez más frecuentes en todas partes. En cambio, los datos de precipitaciones no parecen tan contundentes: aunque vivimos en una situación de sequía, se sabe que han frecuentado históricamente, incluso con datos tan indirectos como los registros parroquiales, de rogativas y procesiones para pedir la lluvia.

Y los cambios del clima que estamos sufriendo tienen dos características insólitas: son más rápidos que nunca y parece evidente que el hombre las ha provocado liberando grandes cantidades de carbono con el uso de combustibles fósiles. Y esta alteración, si no parece tener capacidad para acabar con la vida humana en el planeta, sí que alterará el modelo actual de vida, y la resistencia supondrá grandes inversiones económicas que tendrán que sacarse de otros lugares.

Por tanto, la llamada emergencia climática es un problema global, así que no sirven soluciones particulares y egoístas. Y es totalmente injusta en relación a sus efectos sobre las personas, puesto que no todo el mundo las sufrirá igual. La atmósfera también es única; ¿de qué sirve realizar esfuerzos para reducir las emisiones en Europa si en otros países no hacen más que aumentarlas, siguiendo el camino que también nosotros recorrimos, de basar el crecimiento económico en un consumo intensivo de energía? ¿Han pensado alguna vez que una parte de nuestros residuos de aparatos eléctricos y electrónicos van a parar a países pobres, donde se intentan aprovechar los elementos valiosos sin ninguna protección, ni personal ni ambiental? Y, si el clima está produciendo hambre en África por culpa de las emisiones de otros países que no detienen las emisiones de gases de efecto invernadero, ¿no es una forma moderna de colonialismo? Y, si para hacer Europa la transición energética requiere unos elementos y tierras raras que se explotan en esclavitud y un fuerte impacto ambiental en algunos países, ¿no es también una injusticia que el beneficio “ecológico” de unos lo paguen otros?

Aún existe otro elemento de injusticia: para un ciudadano del primer mundo, el cambio climático puede suponer sólo un sobrecoste económico. En cambio, para algunos países con la agricultura al límite, el hecho de que llueva algo menos, o de que la temperatura sea más alta, puede suponer no poder cultivar y, por tanto, hambre. Y esta gente, si puede, tendrá que emigrar engordando las cifras de los llamados “refugiados climáticos”.

Si se quiere encontrar una salida a esta problemática, es necesario respetar las singularidades de cada uno y cooperar en un proyecto común, anteponiendo los intereses generales a los particulares. Es decir, con federalismo, que es una forma de enfocar los problemas políticos entre las partes, pero también los ecológicos, ya que somos una sola Tierra, pero en cada parte no hay de todo: energía, agua, alimentos, recursos minerales, territorio e incluso la biodiversidad tendrán que canjearse y compartirse. El modelo eco-federal puede evitar algunas de las injusticias que vislumbran en el horizonte.

 

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