En una semana ya habremos pasado la jornada electoral y previsiblemente, en Barcelona y en muchos otros municipios, estaremos pendientes de las negociaciones entre partidos para saber quién será el alcalde o alcaldesa durante los próximos cuatro años. Nos quedarán todavía unos días hasta que el sábado 17 de junio se constituyan los ayuntamientos de toda Cataluña y los alcaldes y alcaldesas sean escogidas y nombradas. Aunque el global de los resultados, sumados a los del conjunto del Estado, tendrán un gran interés por su influencia sobre el futuro de la agenda política de los próximos meses y que será muy importante lo que ocurra en Girona, Lleida, Tarragona y otros grandes municipios del país, sin duda gran parte de la atención estará centrada en lo que ocurra en la ciudad condal.
Situando el foco en la capital, y si no hay sorpresa en los últimos días previos al fin de semana de votaciones, me atrevo a afirmar que ésta habrá sido una campaña tan poco estimulante como los candidatos y las propuestas (o la ausencia de) que se han puesto sobre la mesa. De las veinticuatro candidaturas que aspiran a dirigir los designios de la ciudad, la batalla es cosa de cuatro desde hace meses. Las cuatro grandes fuerzas políticas del país y quizás un quinto invitado sorpresa de última hora: la suma de la abstención, del voto en blanco y del voto nulo.
Tres o cuatro de estos candidatos no se quedarán en el consistorio si no son alcalde o alcaldesa. Trias lo ha dicho claramente y todo hace pensar que los demás podrían seguir ese camino. Un mal indicador para la democracia y una muestra de cómo entienden la política los partidos catalanes. Las candidaturas se han convertido en un juego de sillas más en clave interna que con mirada de servicio y compromiso público.
Los Comunes, que han incumplido el compromiso de no presentar a la misma candidata más de dos mandatos, se la juegan a todo o nada. Para Ada Colau, la noche electoral (o el día en que se cierren los pactos posteriores) será la gloria o el fracaso. Si es alcaldesa, los politólogos tendrán trabajo para rehacer teorías y encontrar explicaciones; si no lo es, habrá que ver hacia dónde va su proyecto y su carrera política.
El PSC apuesta por un Jaume Collboni que intenta hacer ver que no ha tenido nada que ver con el gobierno de la ciudad de los últimos años, mientras su compañera de partido Laia Bonet lidera hasta el último día los asuntos económicos de la ciudad. Un giro extraño y democráticamente cuestionable, pero que seguro que ha sido mesurado por los hábiles “spin doctors” de la calle Pallars.
Junts juega la carta de Xavier Trias, el exalcalde que reniega de su partido, esconde su imagen y reivindica un pasado liquidado. Una tercera muestra del nivel de la política de nuestro país, de su poca calidad democrática y de los motivos del descrédito en el que se ha instalado la clase dirigente catalana.
Finalmente tenemos a Esquerra y a Ernest Maragall. El candidato, que podría haber sido alcalde hace cuatro años si los negociadores hubieran sabido identificar mejor a los sectores de los Comunes que no querían de nigún modo el pacto con Valls, podría pagar los platos rotos de los incumplimientos y las incoherencias de su partido en la acción de gobierno a nivel nacional.
A todo esto se añade un elemento preocupante mirando al futuro. La Barcelona de los últimos ocho años ha renunciado a la capitalidad. Se han hecho políticas orientadas a quienes viven (y no a todos) y a quienes la visitan, convirtiendo la ciudad en una realidad ajena a Cataluña y al resto de catalanes. Y no parece que las propuestas de quienes quieren tomar el relevo tengan la potencia necesaria para recuperar la fuerza de una Barcelona tractora y cómplice con el conjunto del país.
El panorama, pues, no es muy motivador. El análisis de las candidaturas, los proyectos presentados y el desarrollo de la campaña me llevan a pensar que el futuro alcalde de Barcelona lo será por descarte. Ante unos resultados que se prevén muy ajustados y unos debates que han reflejado carencia de ideas y cruce de vetos y reproches, sospecho que la ciudadanía que no opte por la abstención o el voto de castigo, acabará votando la candidatura menos mala. De este modo, si los pactos post electorales no permiten movimientos extraños como en las últimas elecciones, Barcelona acabará teniendo al alcalde del mal menor.
Puestos a hacer pronósticos, hace meses que pienso que si el resultado es tan ajustado como pronostican las encuestas y juega bien las cartas, Collboni será el alcalde. En el escenario de pactos post elecciones es el candidato con más posibilidades de conseguir apoyos y el que menos vetos tendrá. Y si esto ocurre, estaremos ante la previa a la llegada de Salvador Illa al otro lado de la plaza Sant Jaume. Pero de esto ya hablaremos en otro artículo.