El catedrático en ciencias de la computación de la Universidad de Alcalá, el Dr. Francisco Sáez de Adana, es conocido también como investigador y divulgador del sector del cómic. En 2022 crea y dirige la Cátedra ECC-UAH de Investigación y Cultura del Cómic en la universidad donde trabaja. Y un año después, publica en Diábolo Ediciones el libro Milton y los piratas. Un ensayo sobre la obra maestra de Caniff (2023), que recopila una parte de la investigación que ha realizado analizando la obra del reconocido autor de cómics en general y, en particular, la contribución a la cultura popular de una de las series más conocidas del autor: Terry y los piratas.
¿Quién es Milton Caniff (1907-1988)?
Caniff era un dibujante de tiras de prensa, graduado en Bellas Artes en la Ohio University, que a principios de los años treinta del siglo XX intentó ganarse la vida en un oficio que en ese momento era muy reconocido y, si tenía suerte, podía ganarse muy bien la vida. Después de un singular éxito en su ciudad natal, emigra a Nueva York, donde están ubicadas las agencias sindicadas más importantes, buscando una mayor repercusión de su obra al poder llegar a un mayor número de cabeceras de prensa diaria, cabeceras que necesitan incorporar elementos gráficos enfocados al entretenimiento, sin que necesariamente estén ligados a noticias locales. Empieza dibujando todo tipo de contenidos, aunque todos los artistas buscaban conseguir tener una serie propia, puesto que les aseguraría regularidad en el sueldo y, si tiene éxito, ingresos importantes para la época.
Después de dos experiencias interesantes con dos series (que no le acaban de convencer), él mismo propone una tira diaria, Dickie Dare (1933-1934), protagonizada por un adolescente que, en sus sueños, cada noche, vive una aventura como si fuera uno más de los protagonistas de títulos clásicos de la literatura. Con el tiempo, la trama evoluciona hacia su propia historia original, recorriendo el protagonista el mundo sin el corsé de respetar la esencia de la obra referenciada. El relativo éxito de la tira llama la atención de una de las agencias de prensa más importantes del momento, con un reputado editor al frente, siempre a la búsqueda de nuevo talento que pudiera competir con dibujantes muy destacados del momento, con colecciones míticas que han llegado hasta nuestros días, como el mismo Flash Gordon de Alex Raymond, que comenzó a publicarse el 7 de enero de 1934.
Estamos en plena Gran Depresión después del crac del 29, lo que favorece la proliferación de historias que permita al lector evadirse de los problemas del día a día, inundando los periódicos de historias de género: ciencia ficción, fantasía, aventuras, terror…
Efectivamente, y aquí es donde aparece ese célebre editor, el Capitán Joseph Medill Patterson (el titulo militar venía de su participación en la Primera Guerra Mundial), que, literalmente, lo ficha con un encargo muy concreto: tiene que hacer una serie de aventuras, que suceda en China, que esté protagonizada por un adolescente acompañado por un personaje adulto, para que éste pueda desenvolverse en las escenas de acción física, que haya mujeres para crear tensión sexual con él, y que se tiene que llamar Terry y los piratas, siendo Terry el nombre del adolescente.
Para indicar al autor cómo se deberían desarrollar todos estos elementos, Patterson proporcionó al dibujante dos libros: por un lado Vampiros de la costa de China (Vampires of the China coast, 1932), de Herbert Jenkins, para indicarle el tipo de aventura oriental que la serie requería y, por otro lado, Cumbres borrascosas (Wuthering Heights, 1847), de Emily Brontë, como guía para el desarrollo de las relaciones entre los personajes masculinos y femeninos, donde era fundamental que las relaciones entre los sexos estuvieran centradas en la tensión no resuelta para mantener enganchado al lector, con el objetivo de que comprase el periódico cada día.
Patterson escoge China por su exotismo y por ser un lugar lejano, desconocido y con pocas referencias visuales. La elección de China, en cierta manera, casual, sería fundamental en el devenir de la tira por lo que sucedería poco después.
El editor consideraba China como el último lugar inhóspito por descubrir, donde acontecieran aventuras sorprendentes para los lectores. Entre él y Caniff deciden que tuviera el máximo de verosimilitud posible, lo que exigiría documentarse en revistas y libros, puesto que el dibujante no llegó a viajar nunca al país asiático. De todas maneras, es importante que leamos obras clásicas contextualizándolas en el momento en que fueron creadas. Por ejemplo, lo primero que hacen los protagonistas cuando llegan es contratar a un mayordomo chino, que no solo tiene un aspecto estereotipado de un oriental, con una forma de hablar extraña (habla mal el inglés), sino que, además, se acaba convirtiendo en el personaje secundario con vis cómica en la historia. Era algo recurrente en la época el recurso de que apareciese en la ficción un chino gracioso, aunque Caniff, con el tiempo, haría evolucionar el rol del personaje hasta convertirlo en uno más de los protagonistas, con una fuerte camaradería entre ellos, esforzándose para no caer en estereotipos, aunque no siempre lo conseguía.
El autor se reconoció con el tiempo como un autor progresista en esa época (el paso de los años le llevaría hacia otros ideales en el futuro). Intentó evitar caer en el racismo y en el sexismo, por ejemplo, dotando de carácter y presencia a los personajes femeninos más allá de una simple femme fatale siguiendo la intención inicial (aunque, también en este caso, a veces caía de nuevo en el error). Realmente la tira era diferente respecto de otras series coetáneas en lo que hace referencia a esa intención, pero con matices, sobre todo leído con los ojos de hoy en día.
De hecho, Caniff innovó en varios aspectos fundamentales además de lo que comentas. En tu libro explicas cómo revoluciona la página de los domingos, cómo se adaptó a las noticias que acontecían realmente en China, y cómo añadió varios personajes que se inspiraban en personales reales, muchos de ellos amigos del autor.
En 1937 se calcula que la tira de prensa tenía una tirada total diaria de alrededor de 20 millones de ejemplares en numerosas cabeceras a lo largo de Estados Unidos (aumentaría a más de 25 millones en el siguiente lustro, de lectores serían muchos más). Tradicionalmente, todas las tiras de prensa se publicaban de lunes a sábado dirigidas a un lector adulto, mientras que el domingo más que una tira se publicaba una página, a color, en la que se explicaba un segundo arco narrativo, más enfocado a la familia, con lectores infantiles y juveniles, que no tenían por qué ser lectores diarios. De esa manera, los que seguían las tribulaciones de los personajes se sentían obligados a comprar el periódico el día siguiente (o el domingo siguiente), para ver qué les pasaba al final.
Este concepto de serialidad y de continuidad (y de coleccionar) aseguraba mantener y aumentar la cifra de ventas de los periódicos. Caniff innovó al hacer que la historia del domingo fuese continuación de la tira del sábado, pero, a la vez, que tuviera una lectura independiente esa hoja en cuestión. El efecto conseguido acababa involucrando a toda la familia en la lectura del cómic todos los días de la semana. La gran popularidad de la tira promovió un serial de radio (que, a pesar de tener cientos de miles de oyentes, eran mucho menos que los lectores), y numerosos impactos paralelos, como publicidad o noticias del mismo diario, siendo una fuente muy atractiva para los periódicos y los lectores descubrir que algunos personajes eran avatares que existían realmente. Más adelante, durante la Segunda Guerra Mundial, este recurso tendría un efecto sobresaliente en los titulares cuando los personajes reales morían en acto de servicio, como sucedió en algún caso.
El acontecimiento que lo cambia todo es la invasión japonesa en 1937, la que se conoce como la Segunda Guerra Chino-Japonesa.
En los tres años anteriores, con un gran éxito del cómic, se da cuenta de la importancia de la verosimilitud en todo lo que dibuja, por las cartas que recibe de los lectores, tanto dirigidas a él mismo como a los diferentes editores repartidos por el país. No solo le corrigen algún pequeño error, sino que le explican lo que les gusta y lo que no y, de pronto, empiezan a preguntarle por la guerra que, curiosamente, no era noticia en las páginas de los periódicos. Caniff decide que sus personajes participen en la guerra que está sucediendo realmente, convirtiéndose en cronista de los acontecimientos, y tomando partido abiertamente por el pueblo chino, por ejemplo, convirtiendo a una de las protagonistas chinas en la líder de un ejército de resistencia.
La tira se convierte en la fuente más importante de información de lo que está sucediendo e impulsa, porque no tenían más remedio, que la prensa se haga eco de la guerra en cuestión, teniendo en cuenta la neutralidad declarada del gobierno de Estados Unidos. La imaginación del autor es tan desbordante que sitúa a los nazis ayudando al ejército japonés meses antes de que sucediera realmente, entre otras anécdotas sorprendentes, lo que, a su vez, provocaba titulares que destacaban la anticipación de las noticias reales que se habían publicado previamente en la tira de Terry.
Hay una decisión del autor que es fundamental en octubre de 1941 y que supuso un antes y un después de la tira, con un impacte social arrollador.
Caniff decide que un personaje secundario, Raven Sherman, una estadounidense realizando tareas humanitarias en China, muera como consecuencia de ser atropellada por un camión conducido por un soldado alemán. La noticia tiene un impacto social inesperado teniendo en cuenta que es una compatriota civil que fallece en una guerra que no era la suya, y se produce una especie de duelo nacional (el suspense de si muere o no duró una semana entre el atropello y su muerte definitiva). Se organizaron funerales en el país, los equipos de béisbol jugaban con crespones negros y los periódicos abrían con noticias relacionadas con el personaje (que, recordemos, era completamente de ficción, no era avatar de ninguna persona real en concreto). Incluso los periódicos que no publicaban la tira realizaron un seguimiento en sus páginas.
Teniendo en cuenta que el ataque a Pearl Harbour por parte del ejército japonés se produjo en diciembre de 1941, la muerte del personaje de ficción sirvió para preparar emocionalmente al pueblo americano para la entrada en la Segunda Guerra Mundial, realizando la transición hacia una guerra en la que ahora sí participaba el país. El autor reivindicaba el esfuerzo por ser lo máximo realista posible, y eso implicaba que la muerte hiciera acto de presencia en sus tiras.
De hecho, al autor y al cómic se le conocía en aquel momento como la representación de la conciencia de la nación estadounidense.
Esa intención de apostar por la realidad hace que sus personajes continúen en China a pesar de las diferentes guerras (los piratas que dan título a la saga solo aparecieron en la etapa inicial de la tira), y que, una vez más, sus dibujos se conviertan de nuevo en crónicas, en este caso, de la Segunda Guerra Mundial, y, más concretamente, del frente del Pacífico. Por problemas físicos no pudo alistarse a pesar de que era su intención, pero el gobierno lo acabaría nombrando “consultor del ejército, sin remuneración y por tiempo indefinido”, distinción que llevó con honor y orgullo hasta su muerte. Con el tiempo, esto supondría defender la postura oficial del país en el futuro, hasta las últimas consecuencias (lo que sería importante más adelante, por ejemplo, con el caso de la Guerra de Vietnam).
El ejército le agradeció que sus dibujos ayudasen a entretener a los soldados durante la contienda en la Segunda Guerra Mundial y, a la vez, mostraba la realidad de lo que estaba sucediendo en el día a día (en parte, gracias a las cartas recibidas, donde le explicaban diferentes situaciones, tanto de soldados como del personal de enfermería, que le servía de inspiración). En paralelo, la serie era enormemente popular, con adaptaciones en radio, en cine, en novela, en juguetes, pero sin que el autor tuviera el control creativo de esa industria paralela, a pesar de ser ya una persona muy popular en el país.
Y eso fue el detonante decisivo para decidir retirarse de la serie.
Una agencia de la competencia le ofrece ficharlo a cambio de lo que quisiera, y lo que quería era poder tener los derechos de sus personajes y sus historias, tener el control absoluto. Eso implicó que a finales de 1946 dejara de publicar Terry y los piratas (que quedó en manos de otro dibujante, que siguió la historia hasta el final definitivo en 1973, una fecha que sirve como ejemplo del final de una forma de entender la prensa y la continuidad en tiras). Y, justo a continuación, empezaría a publicar la popular serie Steve Canyon, desde 1947 hasta su muerte en 1988. El éxito inicial de las aventuras del expiloto del ejército fue notable y, siguiendo la estela de la realidad, llegaría a participar en la Guerra de Corea y, posteriormente, la de Vietnam, siempre en el contexto de la Guerra Fría. Su mítica tira durante casi cuatro décadas tuvo una progresiva decadencia de la popularidad por diferentes motivos.
En cualquier caso, la investigación que has realizado y que se puede vislumbrar en el libro que acabas de publicar, es gracias a que Milton Caniff guardó todos los originales dibujados, todo el material generado (grabaciones, noticias, juguetes, anuncios, etc.) y, también, guardó toda su correspondencia de todo tipo, oficial y las de los lectores, incluidos personas relevantes como el mismo Orson Welles, que presumía en su despacho de un dibujo original del autor.
Caniff donó en vida, once años antes de su muerte, toda la documentación que había archivado a lo largo de su vida, y lo donó a la Ohio University, donde había estudiado. Esto fue un hito sin precedentes, que ha permitido a los investigadores poder estudiar con detalle el impacto que supuso Terry y los piratas en la sociedad del momento y, en especial, en la industria de la información, y fomentando que otros autores realizaran donaciones similares que han engrandecido el fondo de la universidad desde entonces.
Además, los responsables del archivo fueron pioneros en definir cómo catalogar toda la información, cómo archivarla, cómo mantenerla, cómo divulgarla y cómo facilitar la investigación a las personas que, como yo, podamos contribuir al estudio y la preservación de la memoria del cómic y el impacto que provocó en la sociedad del momento.
En definitiva, el ensayo publicado por el Dr. Sáez de Adana es una constatación de que no se puede realizar un estudio sociológico de la sociedad contemporánea sin tener en cuenta las publicaciones gráficas, en especial, la contribución a la cultura popular de las tiras de prensa a lo largo del siglo XX, donde destaca, especialmente, la obra de Milton Caniff.
1 comentari
Curioso que no se mencione que la obra completa acaba de ser publicada en castellano, y muy bien, por Dolmen Editorial en la línea Sin Fronteras.