Querido lector, estos días estará harto de análisis electorales. Este artículo se basa en ellos, pero no juego a la típica disección. Durante estos últimos dos años he hablado con muchas personas sobre cómo una de las claves de los comicios municipales en Barcelona podría estribar en algo muy básico: Manuel Valls y Ciudadanos dejaban en el aire seis concejales. Quién los ganara tendría casi todo el trabajo realizado, y como estos votos provenían de la zona alta pueden intuir a quien ha favorecido el vacío.
La geografía de Barcelona no es en absoluto caprichosa. El despiece se efectúa por distritos y no exhibe la verdadera realidad urbana, sólo una aproximación suficiente. Si desgranamos el mapa a partir de este decálogo territorial, cometeremos el error de no profundizar en los barrios, útiles para mostrar algo siempre omitido por los analistas de circunstancias: en las municipales se vota calle por calle, y en Barcelona el efecto es el de detectar una especie de trilogía.
Los distritos de la Zona Alta han depositado su confianza en Trias y no hay nada sorprendente en ello porque, con la excepción de Sarrià-Sant Gervasi, en 2019 usaron el mismo procedimiento con ERC, la gran perdedora de esta última cita por el trasvase a favor del candidato de la antigua Convergència.

A estos se ha unido otro factor diferencial, porque el Alcalde entre 2011 y 2015 ha ganado sin tanto estrépito en Gràcia y en El Eixample. Su victoria en este distrito ha sido decisiva, si bien tanto en la cuadrícula de Cerdà como en la Vila puede apreciarse un mantenimiento o un ascenso de los Comuns, quienes, vencedores en 17 barrios, acumulan mucho apoyo de una clase media aspiracional, los Bobos, burgueses bohemios con posibles, partícipes de un estilo de vida concreta y algo ilusos al creer que Barcelona no los fagocitará.
De otro modo, no podría explicarse ese 22% en el ensanche, y algunas cotas superiores al 30% de la formación de Ada Colau en el meollo de Gràcia, no así en Vallcarca, una barriada con muchos desdenes y frentes abiertos, o en el Camp del Grassot, próximo a la Sagrada Familia, donde Trias se ha llevado la palma.
Los Comuns han saboreado la miel del primer lugar en los distritos de Sants-Montjuic y Ciutat Vella. La propaganda daría a entender este caladero en los aledaños de la montaña olímpica por las reformas en la Marina del Prat Vermell. Lo cierto es que el escrutinio fue muy ajustado, no así en enclaves como el Gótico o el Raval, feudos propicios para los actuales gobernantes, mientras la Barceloneta ha optado por el PSC.
La formación de Jaume Collboni ha crecido, como viene haciendo desde 2015, algo nada chocante. En ese ciclo electoral sus expectativas no podían ser muy altas porque aún estaba reciente el desgaste de treinta y dos años seguidos en el poder de la capital catalana, algo agravado porque el frame imperante entonces era procesista, factor clave para comprender cómo la bipolarización municipal caminó hacia un duelo entre Trias y Colau, reeditado en 2019 con Maragall en el lugar del líder de la derecha nacionalista.
Esos penúltimos comicios supusieron una remontada de la candidatura socialista, al frente durante gran parte del escrutinio. En 2023, el PSC ha recuperado el norte trabajador, no tanto por las propuestas, sino por una tradición debida, desde mi punto de vista, a la creciente longevidad de la población. A falta de propuestas concretas, inexistentes durante la campaña, los votantes de estos barrios han tirado de memoria y queja, con Collboni apoderándose o revalidando distritos como Horta-Guinardó. Nou Barris, Sant Martí y Sant Andreu.
Si el PSC se pusiera a trabajar y se postulara como un verdadero partido de centro-izquierda podría recuperar sin muchos quebraderos de cabeza la hegemonía barcelonesa. Le bastaría con pisar los barrios ganados en la inmensa periferia y preocuparse por políticas de cercanía, recuperar a los Bobos con propuestas que eliminen el anquilosamiento de la marca y mejorar sus porcentajes en la zona alta, si reforzara en este sector de la ciudad todo el altavoz de propuestas neoliberales, pero en esta ocasión han sido penalizados por su coalición gubernamental con los Comuns. Si tuvieran una visión global de las tres Barcelonas podrían dominarla con cierta solvencia, siempre que esta sea renovadora, pues más de una vez la sensación transmitida es de inercia por desconocimiento, rasgo compartido por la mayoría de siglas enfrascadas en la contienda.

Los socialistas han sobresalido en Canyelles y Roquetes, con más de un 36% de los votos. En estos márgenes no creo que sus proclamas a favor de la ampliación del aeropuerto y los guiños al IBEX-35 hayan animado a un electorado conformista y protestón a partir de lo no realizado por el Consistorio, como asimismo acaece en los barrios de Horta-Guinardó, con tres en la cumbre del malestar acaparados por Trias.
Se trata de Can Baró, Font d’en Fargues y el Baix Guinardó. Este último, lo sabrá quien lea estos reportajes con cierta frecuencia, ha sido el centro invisible de todos los desbarajustes de la pasada legislatura. Las problemáticas son largas para un espacio tan reducido: desguace del torrent del Lligalbé en vez de crear un eje verde, patrimonial y ciudadano, cesiones a la iglesia, mal rollo por la instalación de un narcohotel al lado de la escuela Mas Casanovas o la propuesta de colocar el mercado provisional de la Estrella en els Jardins del Baix Guinardó, como si Gràcia fuera más que este pequeño barrio desprovisto de interés e identidad para muchos al ubicarse en un limbo entre el Park Güell y la Sagrada Família.
Trias ganó y los socialistas han quedado terceros. El dato no es baladí, pues el distrito de Horta-Guinardó tuvo como jefa a Rosa Alarcón, concejal socialista para quien no importa gestionar de manera horrible su cometido. La ciencia política reza que suele penalizarse al partido que encabeza las coaliciones y esto puede verse de manera general en los resultados de todos estos barrios al imponerse el PSC, però el Baix Guinardó no ha tenido piedad ni con los Comuns ni con sus socios, arrinconándolos por inacción y oídos sordos a las peticiones de las asociaciones de vecinos alternativas, pues a la oficial, como acaece en muchas barriadas, ni está ni se la espera.
Como pocos se fijan, menos en prensa, en los resultados barrio a barrio los socialistas no darán relevancia de lo sucedido, entre otras cosas por haber rebasado en el Guinardó a su rival de izquierdas. Deberían tomar nota de cada uno de esos setenta y tres detalles, pues una cosa es ponerse galones y otra haberlos merecido.
Lo mismo puede aplicarse a los Comuns. Durante toda esta semana me he preguntado en más de una ocasión los motivos de su derrota. Su querencia por la clase media que no lo es tanto ha conllevado un menoscabo a los barrios. Los que tienen súper illa han respondido bien al reclamo, no así los del Pla de Barcelona, hastiados de tantas promesas de postal, destrucción irrespetuosa del patrimonio e ignorancia sobre sus realidades. Penalizarlos no creo que signifique apoyar al otro, porque en esta ciudad muchos se llenan la boca de municipalismo, pero son pocos los políticos que lo practican gastándose las suelas de los zapatos y la voz para conocer mejor a sus representados.

Los Bobos pueden dar muchos votos y likes en redes sociales. Pueden ser una solución de futuro, aunque éste se presenta negro para Colau y los suyos si ésta abandona el barco, desaprovechándose su hiperliderazgo carismático, bastión y tortura del movimiento, sin presencia en la zona alta, al igual que Trias en los márgenes, donde su 4,7% en Ciutat Meridiana eterniza una tendencia.
Así pues, tenemos una ciudad dividida a priori en lo ideológico desde tres ejes preponderantes en los colores del planisferio. ¿Esta trilogía es sólo económica? ¿No será también demográfica desde la edad y cabreada desde la pasividad en determinadas zonas urbanas?
Muchas son las preguntas y bastantes las respuestas para ampliar o modificar según transcurran los próximos cuatro años. La abstención, un mal endémico, además de indicar una desafección profundísima, nada extraña y es motivo de una última reflexión. ¿Tienen los partidos sucesores para sus candidatos actuales? Trias ha resucitado como polo circunstancial porque, basta leer sus declaraciones, todo era un desastre. Ha soltado mil tonterías durante sus dos semanas de campaña y no ha pasado nada, como nada ha acaecido con los delirios de Collboni a favor de los intereses de la Patronal. ¿Hay alguien con mimbres para sucederlo tras tres derrotas seguidas?

Si los partidos quieren el aprecio de la ciudadanía, algo más bien quimérico, deben formar personas con suficientes arrestos como para cambiar el modo de hacer política municipal, no desde la irrealidad del despacho, sino desde el polvo de la calle para poder transformar desde la esquina, no desde la estadística elaborada por alguien sin sudor en su frente ni dudas surgidas por empaparse de asfalto. Podremos tener tres Barcelonas, pero ninguna de ellos las conoce, y eso es una indescriptible tragedia.