¿Qué es fuego, qué es quemar? –se pregunta Ariel en la versión en acción real de La Sirenita que se ha estrenado este año. Y Twitter arde indignado; Ariel es negra. Las respuestas mejor intencionadas recomiendan a esos adultos conmocionados por la inexactitud −¿biológica?, ¿histórica?− de esta última versión de La Sirenita que lean las miles de páginas publicadas con lecturas feministas, queer y trans de la película. Pero nadie va a leer nada, ni falta que hace.
Haber construido la raza y la sexualidad en términos identitarios es uno de los grandes éxitos de la industria del entretenimiento. El paradigma identitario, efectivamente, nos entretiene; captura nuestra atención y la dirige a discusiones estériles y nichos de mercado. Pero, claro que Ariel es negra, o del sudeste asiático, y definitivamente es un cuerpo trans feminizado; aunque quizá no por los motivos woke y mojigatos que querríamos.
En una acción en 2022 frente a las instalaciones de la marca El Pozo en Murcia y en otra en 2023 frente a una de las fuentes del Palacio Real de Madrid, activistas de Futuro Vegetal protestaban porque la agroindustria española consume el 70% del agua estatal y contamina el resto con purines, antibióticos y hormonas. Resulta evidente que, con estos datos, Ariel es inconsciente e irremediablemente trans; vive en un medio contaminado de disruptores endocrinos provenientes de la industria agrícola. Su sexo, sea cual sea, está inmerso en un proceso de construcción tecnológica que no depende de su deseo, sino de los vertidos del primer mundo. Desde esta perspectiva, ¿es Ariel trans?, ¿corremos a cuadrarnos en formación contra los tránsfobos?
Si además tenemos en cuenta que las mayores granjas industriales y las fábricas donde se producen y manejan los plásticos más contaminantes se ubican en los mismos lugares del sur global a donde los países desarrollados exportamos nuestros desechos, evidentemente Ariel, además de inconscientemente trans, tendrá que ser racializada. Pero, ¿es su color de piel lo que deberíamos discutir?, ¿corremos a lanzar una alerta antirracista?
Quizá el paradigma identitario esté ordenando nuestras opiniones en filias y fobias con demasiada rapidez, porque si ves La Sirenita sin estas estructuras teóricas, Ariel es un personaje que se presta a explicarse con mayor facilidad desde lógicas de sinestesia, a partir de sus deseos y desde su fantástica corporalidad. Al fin y al cabo, la sirenita es una joven que pasa el rato cantándole a un pez tartamudo, que sus prioridades son ver algo especial, bailar, tostarse bajo el sol, estudiar, quemarse un dedo y seguramente deshacerse del cargante del cangrejo y de su padre.
Pienso que allá lo entenderán, puesto que no prohíben nada. ¿Por qué habrían de impedirme ir a jugar? –canta la pobre insensata entre tenedores y sacacorchos oxidados. Pues claro que lo podríamos entender, y claro que no prohibimos nada de lo que podamos ser aliados o haters, pero esta cantinela no nos interesa. La libertad material y de opinión que nos damos se sostiene en este tipo de opresiones indirectas, casi inconscientes, reprimidas y subcontratadas al inevitable intercambio global de bienes y desperdicios que resulta, en muchos casos, en una realidad de amables eco-machismos y racismos verdes de los que preferiríamos no tener que hablar.