Minutos antes de que empezara la investidura del alcalde de Barcelona empezaron a sonar todos los teléfonos. Trascendía que los Comuns habían decidido votar en Collboni a pesar de irse a la oposición. De repente se abría la puerta a que Jaume Collboni, el candidato del PSC, se hiciera con la alcaldía con los votos del Partido Popular. Las caras de los asistentes al acto reflejaban sorpresa, desconcierto e indignación, por un lado. Y alegría por el otro. El guión había dado un giro digno del final de una película de intriga. La votación (16 a 23) hacía alcalde, por sorpresa, a Jaume Collboni.

Los parlamentos de quienes ya se veían en el gobierno municipal, Xavier Trias y Ernest Maragall, estaban cargados de amargura y reproches. Los de socialistas y comuns iban llenos de argumentos, especialmente dirigidos a sus electores. Y el de Xavier Sirera, del PP, eran las palabras de quien se sentía el autor real del desenlace. Una vez en la escalinata del Ayuntamiento, la cara de los concejales eran un poema, sea por un motivo u otro: Unos tenían que disimular su alegría, y otros no podían esconder la decepción.

El recorrido del nuevo consistorio hasta la Generalitat no tuvo la intensidad de hace cuatro años. Seguramente, el efecto sorpresa no había dado tiempo a congregar a seguidores de unos y otros en la plaza Sant Jaume. Y una vez en la Generalitat, cierta frialdad. El giro de guión había cogido con el pie cambiado al presidente de la Generalidad. Y así lo hizo notar Pere Aragonès en su discurso: la tesis de que todo es fruto de un pacto acordado por los dos grandes partidos del Estado es la versión oficial del independentismo y la que más corre por las redes.