Una hipótesis sólo es científica si contiene los elementos que permitan rechazarla experimentalmente, es decir, si es falsable tal y como lo describió el filósofo Karl Popper. El método científico se basa, pues, en plantear una hipótesis, realizar la experimentación adecuada para corroborarla o rechazarla, y finalmente publicar artículos científicos describiendo los métodos utilizados y los resultados obtenidos. Un ejemplo, en 1964, los físicos Higgs y Englert propusieron la existencia de una partícula subatómica llamada bosón de Higgs. Sólo muchos años después, los avances científicos y tecnológicos permitieron realizar un experimento, que en 1964 no era posible, para determinar si esta partícula existía o no. Fue el 4 de julio de 2012 que en el CERN de Ginebra se confirmó la existencia de esta partícula con una probabilidad superior al 99.99994%. Se necesitaron 48 años desde el planteamiento de la hipótesis teórica hasta su confirmación experimental. Higgs y Englert recibieron el Premio Nobel de Física en 2013. El planteamiento de la hipótesis, así como los experimentos realizados y los resultados obtenidos, han dado lugar a numerosos artículos científicos. Una parte esencial del trabajo científico es publicar, en forma de artículos, los resultados de las investigaciones y describir cómo se han obtenido, para ponerlos al alcance de la comunidad científica.

Antes de ser publicados, los artículos se envían a una revista que nombra a un editor, que suele ser un científico con conocimientos del tema. El editor encarga a un mínimo de dos revisores (revisión por pares), también científicos, que analicen el artículo, sugieran cambios, nuevos experimentos etc, y por último decidan si el artículo reúne las garantías para ser aceptado. Si no es así, el artículo es rechazado y la revista no lo publica. En la mayoría de revistas, los revisores realizan su labor de forma altruista, es decir, hacen la revisión del artículo sin cobrar nada, y a menudo hay más de una ronda de revisiones. Una vez el artículo ha sido aceptado y publicado, queda al alcance de la comunidad científica, que puede cuestionar los métodos y resultados, e incluso repetir la experimentación. Estos controles de calidad son a menudo bastante estrictos, pero no son infalibles. Algunas veces se ha publicado algún artículo que no debería haber pasado los controles de calidad, como ocurrió durante la pandemia de COVID donde, debido a la urgencia por tener tratamientos útiles, revistas de gran prestigio tuvieron que retirar algunos artículos que habían publicado por no presentar suficiente rigor científico.

Esta introducción sirve para entender cómo se hace ciencia. Pero también hay que tener presente que los científicos son personas que deben hacer valer sus conocimientos para obtener financiación para sus investigaciones y para acceder a plazas de trabajo estables. ¿Cómo se cuantifica el “valor” de un científico? Con su currículum, en el cual juegan un papel esencial los artículos científicos que ha publicado. Imaginemos el caso de científicos que quieren concursar en plazas de profesor universitario. En nuestras universidades, entre las diferentes categorías de profesorado, hay cuatro que podemos considerar de “plantilla”, dos de profesorado funcionario estatal (Titular de Universidad y Catedrático de Universidad) y dos de profesorado contratado (Profesor Agregado y Catedrático Contratado). Las personas que quieran concursar en plazas de Titular de Universidad o de Profesor Agregado deben acreditar previamente una serie de requisitos mínimos en investigación y docencia, los primeros en la Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad de la Acreditación (ANECA) y los segundos en la Agencia per a la Qualitat del Sistema Universitari de Catalunya (AQU). Los requisitos son públicos y contienen una parte importante dedicada a la investigación, en la que se establece un número mínimo de publicaciones científicas con una serie de requisitos, por lo que se refiere a su calidad y al orden de los autores firmantes. Para las plazas de Catedrático, los requisitos son, lógicamente, más exigentes. Una vez obtenida la acreditación, para ganar una plaza de las descritas, el investigador debe presentarse a unas oposiciones y ganarlas. Sin la acreditación correspondiente no es posible presentarse a ninguna oposición.

La herramienta más utilizada para evaluar la calidad de los artículos científicos es el Factor de Impacto (IF) de la revista en la que se ha publicado el artículo. El IF es un valor publicado en Journal Citation Reports, que es una herramienta de análisis de las revistas científicas que, mediante datos cuantificables, permite determinar de forma sistemática y objetiva la importancia de las revistas científicas por áreas temáticas. El IF de una revista se calcula dividiendo el número de veces que se han citado artículos de esta revista en publicaciones de un año concreto (p. ej. 2022), por el número de artículos publicados por la revista en los dos años anteriores (2020 y 2021). Esto da tiempo a que los artículos de la revista sean utilizados como bibliografía, es decir citados por otros investigadores. Cuanto mayor sea el número de citas, mayor es el IF. Existen áreas temáticas, por ejemplo relacionadas con salud, que suelen tener un elevado IF. Éste, varía anualmente y puede verse afectado por circunstancias concretas. Por ejemplo, 6 revistas científicas del ámbito de la medicina que publicaron investigación sobre la COVID, incrementaron el IF significativamente. Otras áreas temáticas donde investigan menos científicos y, por tanto, no hay tantas revistas tienen habitualmente menores IF, pues el número de citas es menor. Esto no implica que la investigación sea de menor calidad, y por tanto, la utilización del IF como factor de calidad suele referirse al área temática donde está incluida la revista. Para evaluar la calidad de una revista en un área temática, se establece una clasificación de las revistas de mayor a menor IF, y se divide esta clasificación en cuatro partes iguales llamadas cuartiles (también se utilizan en ocasiones terciles en lugar de cuartiles). Si tenemos 100 revistas en un área temática, las 25 de mayor IF están en el primer cuartil, las siguientes 25 en cuanto al IF están en el segundo cuartil, y así sucesivamente. Por tanto, aparte del número de publicaciones, también se puede utilizar la distribución de las publicaciones de un investigador en los diferentes cuartiles como herramienta para evaluar la calidad de su producción científica. El número y el IF de las publicaciones no son los únicos elementos utilizados en la evaluación de la calidad científica de un investigador, pero sin duda, hasta ahora, han jugado un papel primordial.

Hasta ahora hemos visto la parte seria de la investigación científica, pero en los últimos años la utilización con fines comerciales que algunos hacen de las publicaciones científicas está causando un grave perjuicio a la credibilidad de la ciencia.

Antes de la aparición de Internet, semanalmente se publicaba (todavía se publica online) una revista en papel llamada Current Contents donde había, por revistas, el título y autores de los artículos científicos. Si la temática de un artículo parecía que podía interesar a un investigador, y la biblioteca de una universidad o centro de investigación cercano estaban suscritos a la revista, el artículo se podía consultar. Si esto no era posible, se enviaba una postal al primer autor del artículo para que le enviara una copia del mismo. Estaba prohibido que los autores enviaran fotocopias. De hecho, la publicación de los artículos era gratuita para los autores, y sólo se les cobraba por las copias del artículo que encargaban para repartir entre los solicitantes del artículo. Las editoriales se mantenían por las suscripciones de las universidades y centros de investigación en las revistas que publicaban, y por las copias que encargaban los autores de los artículos. Por aquel entonces las editoriales tenían personas que maquetaban los artículos e incluso que los corregían gramaticalmente. Con la posibilidad de publicar revistas online, se revolucionó ese segmento. Durante un tiempo las universidades y centros de investigación mantenían la suscripción a ediciones en papel pero, con el tiempo, llegaron a acuerdos con las editoriales para tener únicamente suscripciones online a lotes de revistas. Durante los últimos 10-15 años ha habido una creciente presión hacia los investigadores para que los artículos se publiquen “en abierto”, es decir, para que todo el mundo, científico o no, tenga acceso a ellos. La consecuencia ha sido que las editoriales cobran por publicar los artículos “en abierto”, un importe que a menudo ronda los 2000 euros o más y que varía según la revista, que ya no necesita maquetar (hay un formato preestablecido), ni correctores gramaticales, ni papel, ni imprenta. Los investigadores deben presupuestar en los proyectos de investigación una parte no despreciable de dinero para publicar los artículos de investigación.

Esta medida “democratizadora” de la ciencia presenta una cara más oscura, ha abierto la veda al comercio con las publicaciones científicas con resultados desalentadores y a veces fraudulentos. Está explicado con mucho detalle en un excelente artículo de Manuel Ansede en El País. Según se desprende del artículo, en los últimos 7 años se ha disparado el número de megarevistas (de 10 a 55) que publican miles de artículos al año, y ahora abarcan casi el 25% del total de los artículos científicos publicados. Cobrar por publicar, no imprimir, no maquetar ni corregir gramaticalmente, un negocio redondo que ha despertado la avaricia de algunas editoriales que publican estas megarevistas, y que ya no tienen como principal objetivo el avance científico, les interesa principalmente ganar dinero. De otro modo, no se entendería la dimisión de editores de alguna revista, en protesta por las presiones editoriales para aceptar artículos de dudosa calidad científica. No sería justo que estas prácticas poco éticas de algunos salpiquen a muchas editoriales y revistas que realizan su trabajo correctamente, pero son necesarias acciones decididas para poner límites a estas prácticas fraudulentas, como ya ha empezado a hacer la Web of Science, que ha expulsado a más de 80 revistas científicas de sus bases de datos, de entre ellas 15 megarevistas. Como refleja el artículo de Ansede antes mencionado, en las universidades españolas las publicaciones en una de estas editoriales, que está en el ojo del huracán, han pasado del 0,9% del total de artículos científicos en 2015 al 15% en 2021. Utilizando estas herramientas fraudulentas, algunos “investigadores”, si se les puede llamar así, han multiplicado el número de publicaciones científicas de manera absolutamente inverosímil, publicando un artículo científico casi cada dos días, como si fuera una columna de opinión en el diario. A este ambiente, además hay que añadir que: 1.- Arabia Saudí ha pagado a como mínimo 19 investigadores españoles para que declararan falsamente que trabajan en ese país y conseguir incrementar, de forma fraudulenta, el ranking de sus universidades. Alguno de estos investigadores ya ha abandonado su puesto de trabajo; 2.- empresas de la India ofrecen a investigadores, previo pago, ser autores de artículos preelaborados por la empresa y 3.- se han creado “granjas de citas” que permiten a algunos investigadores escalar fraudulentamente en los rankings de citas, lo que también se ha observado en determinadas universidades, como algunas asiáticas de segundo orden, que han desplazado de los rankings de citas a universidades mucho más prestigiosas.

Seguro que agencias como la ANECA y la AQU, que acreditan a los investigadores para que se puedan presentar a unas oposiciones a profesorado de “plantilla” de la Universidad, tendrán que modificar los criterios de evaluación de los currículums para evitar el fraude en las acreditaciones, debiendo establecer también criterios para guiar a los tribunales que finalmente otorgan estas plazas a las oposiciones.

Este artículo se ha escrito de forma clásica, sin utilizar la IA.

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1 comentari

  1. Mariano Sánchez Yebra on

    Totalmente de acuerdo con lo expuesto. No soy científico ni tan siquiera graduado en disciplina alguna. En la década de los ochenta del pasado siglo fui copropietario de una modestísima editorial dedicada a la confección de tesis doctorales de medicina que sucumbió tras la aparición de los primeros ordenadores personales a comienzos de la década siguiente.

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