¡Adéu, “la Colau”!, ¡Hola Ada! | Pol Rius

En el último pleno del Ayuntamiento, Ada Colau se despidió con la certeza de no volver: “He sido presidenta durante ocho años y está por ver el alcalde y el gobierno que salga el próximo sábado o los próximos meses. En todo caso, seguro que no volveré a presidir el pleno”. La “filla del Guinardó”, antagonista de una oligarquía parapetada contra viento y Tranvía en su endogámico universo “Upper Diagonal”, dejaba el cargo habiendo defendido su proyecto contra las campañas mediáticas y un duro lawfare.

Estos días hemos comenzado a leer balances de estos ocho años al frente de Barcelona. A medida que se rebaje el ruido ambiente y su legado pueda ser visto en perspectiva, se constatará que respondió con mérito indudable a un tiempo de crisis profunda. En el relato histórico se habrán de resituar momentos tan críticos como los atentados del 17 de agosto o la pandemia de coronavirus, por citar apenas dos. Se comprobará también, cuando la historia le haga justicia como suele hacerlo con las de abajo, que redefinió la ciudad con un modelo ecológica y socialmente más justo; el único apto para encarar la dureza de lo que viene.

Sobre todo esto y más, habrá tiempo de hacer balance. Pero ahora nos interesa entender ante qué escenario nos sitúa el pleno del sábado y qué opciones se abren a partir de aquí. Al despedirse, Ada Colau se había ido con la sola la certeza del final de su mandato. En el aire todo lo demás y una recta final de negociaciones de infarto. Un periodo breve e intenso de los que apasionan a cualquier politólogo y muy en especial a quienes identificamos en la decisión la materia prima de la política.

El sábado por fin se despejaron las incógnitas con un giro final del guión al que Comuns parecía resistirse, pero que no les quedó otra que aceptar: Collboni sería investido alcalde con los votos de dos formaciones antagónicas, pero coyunturalmente unidas en una votación instrumental. A un lado, BComú cedía sus votos, pero se pasaba acto seguido a la oposición; al otro, el PP, intentaba compensar el desatino del pacto valenciano y presentarse como un partido “constitucionalista” de cara al 23J. Un ejercicio de Realpolitik.

Como trasfondo de la votación, la audaz decisión de Moncloa al situar la constitución de los municipios en el horizonte del 23J. De no haber sido por esto, el guión escrito en el retorno al orden del 78 prescribía una alcaldía de Trias con apoyo del PSC y la estabilidad de una mayoría absoluta de 21 votos contados (lo que la politología conoce como “coalición mínima vencedora”, por cierto aún bien posible). No sorprende la indignación de la gente de orden, que hubiera preferido la sociovergencia con Trias. Pero tampoco es una sorpresa que la crisis de régimen siga más lejos de cerrarse de lo que suelen pensar los defensores del marco constitucional; muy en especial en suelo catalán, a todos los efectos epicentro antagonista de todo lo acaecido desde 2010.

Amanece tras un segundo mandato de “la Colau”, que no es poco. En su haber, lograr ser la primera mujer alcaldesa de Barcelona, dos legislaturas en una posición minoritaria y todo ello sin renunciar a ser una fuerza de ruptura y cambio constituyente. Ahí es nada. No resistieron una segunda legislatura sus antecesores, Trias y Hereu, a pesar de una situación política bastante menos adversa y proyectos políticos del todo homologables en los parámetros institucionales del régimen. Que Ada Colau haya resistido, incluso habiendo sido derrotada en votos en 2019, muestra la intensidad que aún tiene en Barcelona el antagonismo político.

Desde el sábado, sin embargo, todo ha sido gesticulación por parte de los perdedores en su intento por salvar la cara ante sus votantes. La rabia y la impotencia ante el poder efectivo de la decisión han estado predominando como tonalidades emotivas de la política en la esfera pública catalana. También en las propias filas de los comuns, donde su sector independentista hace duelo por no haber logrado plasmar de nuevo una decisión como la expulsión de Collboni en 2017. Parece que entre la sola opción de tener que elegir entre Trias y Collboni, el primero fuese su opción preferente, incluso si con ello, en verdad, solo se beneficiase a la Barcelona del Círculo Ecuestre.

Pero si uno se abstrae y mira hacia atrás sin ira, descubre que la ciudad solo se ha sido fiel a sí misma. En líneas generales, el sábado se volvió a votar de acuerdo a los viejos alineamientos: una mayoría progresista en general con una concreción de la correlación entre PSC y BComú; como antes ICV y antes incluso PSUC. Ya no estamos, va de suyo, en los buenos viejos tiempos social-liberales de la Barcelona postolímpica (no por nada Collboni fichó un perfil como Lluís Rabell). Tal vez sí en otro punto indeterminado pero más cercano a aquellas primeras elecciones en que PSC y PSUC pusieron en marcha la ciudad democrática. Como quiera que sea, ocho años después de la debacle, el PSC conoce las profundidades de su suelo electoral (quinta fuerza y cuatro concejales) y sabe que apenas un par de centenares de votos les han dado el triunfo sobre Comuns.

Aquí es donde la figura de “la Colau”, ese significante de maltrato mediático articulado por el discurso de las élites económicas durante todos estos años, puede girarse hoy sobre la “Ada” oculta, como si del dios Jano se tratase. Sabido es que en la mitología romana era el dios de las puertas, el que con dos rostros marcaba el umbral del comienzo y el final, donde todavía hoy hacemos el pasaje del año nuevo a su mes “enero”. He ahí, precisamente, el poder de la decisión: marcar el paso por el umbral de lo irreversible al establecer la cesura entre un antes y un después.

Al decidir investir a Collboni sin entrar en el gobierno, BComú ha adoptado la mejor decisión democrática, esto es, la que es propia de la forma “menos mala” de gobierno. A riesgo de ser demasiado simbólico y esquemático, la elección del sábado era, por un lado, elegir entre Trias sin contradicciones en Pedralbes o Collboni con contradicciones en Nou Barris; por otro, establecer un horizonte político para recuperar el margen perdido por el desgaste de la acción de gobierno. Con la decisión adoptada se abre la puerta a recuperar una vía que el triunfo de 2015 hizo imposible: el proyecto municipalista. A tal fin BComú dispone ahora de la ventaja de su posición ante ese electorado barcelonés que se ha sido fiel a sí mismo.

Si en 2015 gobernar con 11 en solitario era casi imposible para Ada Colau, más difícil incluso se vuelve la aritmética institucional con solo 10 para Collboni. Una vez investido por BComú (lo que implícitamente es un gesto hacia el electorado que se ha ido al PSC) el alcalde no puede recurrir a la sociovergencia sin arriesgarse a perder votantes. La posición de los comuns pasa a ser la del Barlteby de Melville, que a cada momento podrá recurrir al “preferiría no tener que…” para salvar su legado (compartido por cierto con el PSC). Toda la carga pasa así al PSC y a probar que en verdad ha acertado con su diagnóstico del momento de la ciudad. Entre tanto, BComú puede emprender la articulación del proyecto municipalista que el gobernar obligó a dejar por el camino.

La curtida ex activista “Ada”, experimentada alcaldesa hoy, puede encarar así a “la Colau” si aborda un balace autocrítico y pone en marcha prácticas instituyentes que retomen el impulso democratizador original de Guanyem Barcelona. De no ser así sucumbirá al otro rostro de “la Colau” y alineará BComú en la genealogía refundadora, fracasada y en declive del eurocomunismo: PSUC, ICV, BComú. Leer hoy el acierto de la decisión pasa porque Ada Colau asuma el liderazgo de una autocrítica siempre relativa, pues los resultados y la votación consiguiente del sábado no son sino una enmienda parcial. La energía del egregor que forjó la ilusión de 2015 aguarda por la Ada perdida.

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