El 6 de septiembre de 2013, decenas de policías antidisturbios entraban por la fuerza en el edificio conocido como “Moreau Lofts” en Montreal, Canadá, para desmantelar el campamento que habían montado los pocos ocupantes que protestaban ante el inminente derribo del edificio, después de varias acciones reivindicativas multitudinarias en los últimos días. El espacio se había convertido en un lugar emblemático de creación artística durante las dos últimas décadas, inmortalizado en el documental La Maison des rêves ([La casa de los sueños], 1998), dirigido por el actor canadiense Guy Sprung.
En realidad, el desalojo efectivo se realizó unos meses antes, el 5 de junio, en el que más de una centena de residentes tuvieron que abandonar el edificio, muchos de ellos pagando un alquiler durante años (se estima que se generaba un importe acumulado mensual de alrededor de 40.000 dólares), un alquiler que el propietario nunca repercutió en mejorar el edificio, que poco a poco fue degradándose notablemente. De hecho, la notificación de desalojo se hizo bajo la premisa de que el edificio estaba infringiendo varias normas del código de incendios.
La antigua fábrica textil se construyó en la calle Moreau, en el barrio Hochelaga-Maisonneuve de la ciudad de Montreal, un emplazamiento situado en el extremo este de la isla, y al este del centro. Históricamente, fue un barrio obrero creado por el impulso de la revolución industrial de finales del siglo XIX y principios del XX, que llegó a conocerse como el Pittsburgh de Canadá, al convertirse en uno de los barrios marginales industriales más grandes del país. Las industrias del calzado, textil, curtiduría, matadero, tabaco, alimentación y construcción naval dieron trabajo durante décadas a miles de inmigrantes y personas del campo circundante. Hasta que las fábricas fueron cerrando paulatinamente.
El edificio conocido popularmente como “Moreau Lofts” albergaba cerca de 40 espacios tipo loft, de los que se llegaron a ocupar 34 con artistas de todo tipo y procedencia, realizando numerosas actividades artísticas y celebraciones en el barrio, muchas de ellas acabadas de forma súbita por las alarmas antiincendios que saltaban (con motivo) y acarreaban la consecuente visita de los bomberos… hasta que los peligros para los inquilinos eran más que evidentes e impulsó el desalojo final, ante la pasividad del propietario que, más tarde, quedó claro que había apostado desde hacía tiempo por un proyecto urbanístico mucho más ambicioso desde un punto de vista económico, que implicaba la demolición del edificio en cuestión y, consecuentemente, la expulsión de todos sus inquilinos.
Cuando se produjeron las confrontaciones, en 2013, entre los artistas, los activistas y las autoridades municipales, una de las vecinas del barrio era Caroline Breault, una dibujante y diseñadora gráfica que firma su obra como CAB. El conflicto tenía varias lecturas: por un lado, los artistas reivindicaban un lugar de trabajo, un lugar para vivir, un lugar para expresarse y exponer su obra, y, especialmente, un lugar donde poder mantener el concepto de comunidad que habían construido con el paso de los años durante más de cuatro lustros.
Por otro lado, los activistas luchaban para evitar la transformación que estaba sufriendo el barrio, una gentrificación de libro, en el que se renueva una zona urbana deteriorada, a costa de desplazar a su población original, al revalorizarse el valor no solamente de las nuevas viviendas, sino de toda la zona remodelada. El concepto “gentrificación” fue acuñado en 1964 por la socióloga británica de ascendencia alemana Ruth Glass (1912-1990), para denominar a las alteraciones del mercado de la vivienda en ciertas áreas de Londres como consecuencia de la llegada progresiva de población de clase media y alta a barrios de la capital que hasta entonces habían sido obreros.
Por su parte, desde la escuela de secundaria, CAB había diseñado a unos personajes que la han acompañado durante dos décadas, especialmente cuando realizaba sus estudios de diseño gráfico, con un afán por tener sus propios personajes originales, un concepto fundamental para cualquier autor de cómics (“original cast” en inglés), y que, en su caso, tenían un perfil bohemio y artístico. Finalmente, esos personajes estereotipados los situó en un edificio, en un barrio ficticio llamado Utown, al que les acontecían el mismo desenlace que a los citados artistas de Moreau Lofts, incluso el protagonista de su historia emularía a un artista real que, una vez desalojado el edificio, continuó viviendo y trabajando en él durante semanas de forma clandestina.
La decisión de crear una novela gráfica con los personajes bien definidos fue como una liberación para la autora, después de años escribiendo y diseñándolos. Y decidió publicarla como un webcómic entre diciembre de 2019 y mayo de 2022, con dos actualizaciones semanales, y financiado a través de su Patreon, una plataforma especializada en micromecenazgo para proyectos creativos. El éxito en Internet propició su publicación en papel, primero en francés pocas semanas después de acabar su publicación digital, y, un año después, en inglés y castellano, Utown (2022), publicada en mayo de 2023 por Ediciones La Cúpula, con traducción de Marina Borrás.
En cierta manera, CAB y su obra también es un reflejo de las condiciones de trabajo de un artista en el sector del cómic. En el que el propio autor ha de buscar la financiación para poder llevar a cabo el proyecto creativo (normalmente, en precario), y en el que las editoriales apuestan una vez ya está concluido y sus autores tienen una gran viralidad en redes sociales. Afortunadamente, el público acompaña al autor en el proceso y apuesta también por la obra en papel (bueno, si no fuera así, las editoriales no se molestarían en publicarlas).
Utown, en definitiva, es el devenir de una comunidad de artistas y vecinos en una situación conflictiva con cuenta atrás (la fecha del desahucio), donde se aprecian perfectamente los diferentes roles y las situaciones provocados por la temporalidad del proyecto de gentrificación, ya que la historia trascurre en pleno proceso, por lo que empiezan a convivir en el mismo espacio geográfico los nuevos inquilinos del barrio con los históricos, de poder adquisitivo inferior.
Esos nuevos inquilinos quedan perfectamente reflejados en la novela gráfica en uno de sus personajes secundarios pero fundamental en la trama: un pequeño empresario que acaba de abrir una moderna cafetería en un antiguo local del que no queda más que el recuerdo en la memoria de los ciudadanos del que antes había sido un bar de barrio. La cafetería “moderna” simboliza, a la vez, las pequeñas resistencias al cambio por parte de la sociedad (por los sabotajes que le hacen), y el cambio inexorable que se avecina. También simboliza el paso de un concepto de barrio más relacionado con la conciencia social y la fraternidad con otro concepto más frío y distante, con un perfil de nuevo vecino muy singular, personas apátridas en su mayoría.
Hay políticos locales que se extrañan y preocupan por la disminución de sus votos en unas elecciones, cuando, en realidad, sus antiguos votantes ya no están, obligados a irse del territorio, expulsados de sus casas y de la zona donde se criaron y, en algunos casos, obligados también a dedicar una parte importante de su vida diaria para desplazarse hasta su lugar de trabajo desde su nievo hogar. Si estos políticos tardan mucho en darse cuenta de la situación, puede que ya no reconozcan el lugar… ni a sus vecinos.