Pedro Sánchez, en el Congreso, donde dispone del 34,2% de diputados y diputadas. | Flickr

El régimen del 78 fue construyéndose sobre la falacia de una España bipartidista, de rojos y azules, capaz de representar las preferencias de los votantes. Su partido más histórico y estructurado -y el que más poder político ha tenido y más veces y durante más tiempo ha ejercido la presidencia- es el Partido Socialista Obrero Español. El PSOE es quien tiene el récord, del año 1982, de la mayoría absoluta más contundente de la historia parlamentaria española: de 202 escaños. Casi un 58% de los escaños. En el Congreso de antes de las elecciones del 23 de julio, la formación liderada por Pedro Sánchez tiene sólo el 34,2% de los diputados y diputadas. Algo que, con su famoso triple, el presidente quiere corregir.

Al sistema nacido de la transición no le gustan los gobiernos de coalición, ni tampoco saca pecho de los pactos de geometría variable. A menudo hemos oído malhablar a los medios de comunicación estatales de los pactos de socialistas y populares con fuerzas de ámbito no estatal como ‘hipotecas’, ‘chantajes’ o ‘sumisión’. El parlamentarismo, que teóricamente es una seña de identidad del sistema democrático español, parece ser un obstáculo o un problema.

Paradójicamente, cada cierto tiempo, el Partido Popular y el Partido Socialista ponen pausa a su pretendida enemistad para dar paso a políticas de Estado. Los pactos que escriben con mayúsculas, que cuentan con la bendición de los grandes medios de comunicación, que hacen que la política sea honorable. Altura de miras, capacidad de negociación, generosidad, liderazgo. A diferencia de los pactos que se realizan con las izquierdas y los independentistas, que son chantajes y traiciones. Cosas del marketing sistémico.

La elección de Jaume Collboni como alcalde de Barcelona ha sido un ejemplo de política de Estado; de cooperación inesperada entre actores teóricamente antagónicos. Soy poco sospechoso de ser partidario de Xavier Trias, sin embargo la investidura del nuevo alcalde socialista está rodeada de circunstancias alarmantes. La repetición, cuatro años después, de la fórmula Valls en Barcelona ha dado paso a una mayoría Frankenstein de esas que sólo pueden sostenerse contra algo, pero no por proponer algo. ¿Veremos votar a PSC, Comuns y PP alguna vez en el mismo sentido durante estos cuatro años? Seguramente, no (al menos en ningún gran proyecto de ciudad). Una circunstancia bastante explícita.

Esta “santa alianza” entre socialistas y populares ha tenido un invitado especial en Euskadi: el Partido Nacionalista Vasco. En Vitoria-Gasteiz, pese a la victoria electoral de EH Bildu, la candidata socialista pudo ser investida con los votos de nacionalistas vascos y el Partido Popular. Lo necesario para cerrar el paso a las instituciones a los soberanistas. En Galicia, curiosamente, ha pasado algo similar en el municipio de Mugardos (A Coruña), donde la candidata de Esquerda Unida decidió no propiciar un pacto de izquierdas y entregar el gobierno local al Partido Popular. Y sí, efectivamente, el pacto alternativo hubiera sido encabezado por el Bloc Nacionalista Gallec (BNG). Políticas de estado.

Y ahora tocan elecciones generales. La tentación de Sánchez era la de borrar a Podemos y minorizar la influencia de Esquerra Republicana o Euskal Herria Bildu. Ciertamente, la primera misión la ha logrado parcialmente gracias a la cooperación de su vicepresidenta Yolanda Díaz; aunque ahora llega el segundo acto de la función. El PSOE se presentará en campaña como el gran activo de la izquierda para frenar al fascismo, el gran antídoto contra un gobierno del Partido Popular donde VOX tenga un rol determinante. Sin embargo, en Catalunya, no tendrá mucha credibilidad esta propuesta después de que los socialistas hayan conseguido la alcaldía de Barcelona con el voto favorable del Partido Popular y el aplauso público de Alberto Núñez Feijóo.

No hay que descartar un escenario, perfectamente plausible, en el que socialistas y populares lleguen a un acuerdo generoso, propositivo, con el aplauso de la prensa patria, para evitar que los extremismos ejerzan el poder en el Estado. Entienda la ironía. Y así, en un mismo movimiento, marginar a Sumar y situar a ERC y Bildu a la altura de VOX. El Partido Socialista ya ha mostrado, con la repentina convocatoria de elecciones y con las recientes declaraciones de Sánchez sobre el feminismo, que no le temblará la mano si hay que enmendar cualquiera de sus políticas de los últimos años. Si no le gustan mis principios, tengo otros.

Los catalanes y catalanas debemos tomar una triple decisión en relación a los próximos comicios electorales. En primer lugar, debemos preguntarnos si queremos participar de esta polarización artificiosa, si nos ponemos en manos de aquellos que, postelectoralmente, podrán llegar a pactos con la derecha española. Votar socialista, a día de hoy, desgraciadamente, no sabemos exactamente qué quiere decir al día siguiente de las elecciones. Votar Sumar-Comuns, la CUP o Esquerra Republicana, en cambio, genera muchas más certezas. En segundo lugar, es necesario que desde Cataluña se opte por formaciones políticas que pongan las políticas sociales en el centro, en un contexto de reacción ultraconservadora y de ataque a los derechos de las personas. El hecho diferencial, si existe, se manifiesta a través del voto. Por último, es necesario tomar nota sobre los movimientos que se han sucedido después de las elecciones municipales. Mientras ERC tomaba nota y pasaba a la acción después de un resultado adverso, Sumar ha purgado a Podemos y ha puesto en marcha una revolución interna que no se sabe muy bien hacia dónde camina. La única certeza sobre este proyecto es que afianza el liderazgo de Yolanda Díaz.

Cataluña no debe renunciar a condicionar con toda su fuerza la gobernabilidad del Estado. Cuando los catalanes y catalanas votamos masivamente podemos frenar a la ultraderecha, apostar por políticas de protección social y evitar apuntalar el régimen del 78. Todo en uno. Podemos hacer nuestra la frase que Otegi ha dedicado a Feijóo -y dirigirla también a Sánchez-: “Si está en nuestras manos, ustedes no derogarán nada”.

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