No fui a Roma por Silvio Berlusconi, pero su muerte milanesa del lunes 12 de junio activó mis alarmas a la búsqueda de un reportaje solvente. Si lo he conseguido dependerá del juicio lector. El resumen de la investigación, realizada en largos paseos de la mañana al ocaso, es que Italia guarda silencio y pasa página porque ha asumido la transformación antropológica generada por Il Cavaliere más allá de su acción de gobierno.

Mi fuente primordial era la calle, algo fenomenal en la Ciudad Eterna para diseccionar carteles y más carteles. En mayo, durante una brevísima y agradable visita, pude comprobar cómo las organizaciones juveniles de extrema derecha han recrudecido su lenguaje. Los lemas de estas formaciones, así como sus representantes adultos, perdieron hace tiempo una normatividad de lo políticamente correcto. Aun así. atemoriza leer combate entre los verbos elegidos, en las antípodas de los términos y diseños de los manifiestos izquierdistas, anclados quién sabe dónde.

Carteles de organizaciones juveniles de extrema derecha. | Jordi Corominas

La excepción sería el Pasquino, el rey de la Congregazione degli arguti, una serie de estatuas de la Urbe desafiantes a la censura papal. Pasquino se halla, nunca mejor dicho, en una encrucijada. Este héroe de la Libertad de Expresión sufre la pereza del antaño agitado pueblo de Roma y la no muy despiadada acción de los servicios de limpieza, aún con resaca acumulada por huelgas de la basura.

Pasquino conservaba el sábado 17 un poema satírico en recuerdo a un episodio de 2011 y otro en puro estilo de la poesía romanesca, diríase un Trilussa, con versos tan comprensibles como Vuoi la puttana fresca o se ne frega degli italiani. Este último contiene muchos quilates conclusivos sobre el testamento del magnate convertido en un monstruo del museo de cera.

El domingo 18 intenté aguzar el oído. En Roma las paredes hablan, con Totti, el malogrado David Sassoli, proclamas feministas, pintadas arquetípicas del lugar y un sinfín de arte urbano donde, sin ir más lejos, es posible encontrar aún restos de las elecciones de 2022, con los candidatos de derecha elevados al supremo precipicio.

El Pasquino, rey de la Congregazione degli Arguti. | Jordi Corominas

Las urnas de septiembre desmintieron esa caída y auparon a una coalición de derechas, capitaneada por Georgia Meloni, con Forza Italia como pata residual, ahora con dudas sobre su supervivencia tras la muerte del Dios. No hay mucha ira contra el gobierno de esta antigua ministra de Berlusconi, es más, una de las chácharas más frecuentes de esta semana ha sido la de considerarla una gran comunicadora, aunque en algunos muros sí quedaba reflejado el descontento de unos pocos. La primera ministra -pese a la elección de Schlein como nueva secretaria del PD, un partido para radical chic como los Comuns en Barcelona- lleva la batuta del relato y un GIF, viralizado durante la campaña electoral, era un tributo a Berlusconi con la broma gruesa de los melones de la Meloni.

En un tuit, el periodista Gabriel Jaraba opinaba que el valor de Berlusconi era haber unido a la derecha italiana, juntándose a esto la incapacidad de la izquierda para entenderle, algo extendido a todo el arco progresista europeo. Apuntillaba con un lo pagaremos caro. Estoy de acuerdo en el 99% de su digresión, perfecta en su medio. Lo de si la trilogía derechista es por el otrora presidente del AC Milan lo pondría más en duda, al haber mediado más factores, desde leyes electorales hasta el curioso vuelco entre los conservadores. Salvini, siempre ridículo, ha pasado de ser cabeza de león a bufón.

Berlusconi no es un estado de ánimo, o quizá sí. Esa es una de las causas del mutismo. Es uno de esos famosos, más que en este caso, de los cuales no recuerdas si están muertos o vivos, si bien aquí hay un trasunto de inmortalidad, porque su estela empapa el aire no sólo italiano, sino mundial.

Cartel de una manifestación contra el gobierno encabezado por Giorgia Meloni. | Jordi Corominas

El tres veces primer ministro, con récord de permanencia en la presidencia del consejo, supo aprovechar el derrumbe de Tangentopoli, anticipándose veinte años a Donald Trump mediante un entramado de populismo científico, la expresión no es mía, con anterioridad inoculado en vena desde la televisión privada, la compra en 1989 del gran grupo editorial Mondadori y el culto a su persona, dada a conocer con estrépito con el triunfal Milan.

En la mayoría de medios españoles se prefirió, durante más de tres días, tirar de anecdotario con aquello de cantar en un barco y demás historias de hombre hecho a sí mismo, cuando su padre era amigo del más que turbio banquero Michele Sindona y él mismo tuvo carnet en la logia masónica P2, inmersa en todos los mejunjes de alto voltaje.

Carteles políticos frente al Liceo Giulio Cesare. | Jordi Corominas

El lunes quedo para cenar con un profesor de ciencias políticas en la Universidad Roma 3. Antes, de pura casualidad, he comprado la magistral revista L’Espresso. Quizá use el adjetivo porque, en este instante, es utópico en España imaginar una publicación de este nivel en el quiosco, siempre más ausentes en la capital italiana.

El número se encabezaba con un rotundo Non è finita, una síntesis impecable explicada el interior con más de un centenar de portadas con el finado como protagonista, casi siempre furibundas contra sus mil y un rostros que eran siempre el mismo.

Mientras comemos una pizza en San Lorenzo, Andrea comenta cómo Berlusconi es agua pasada sin serlo, con un añadido interesante. Mediaset ha sido una esencia en la educación sentimental de varias generaciones de italianos. Le replico, más bien redondeo, en torno a idéntica influencia en la infancia de los primeros noventa, pues tanto en uno y otro país mediterráneo las series de dibujos eran las mismas y el formato televisivo, hacedor de una sociedad más estúpida por tierra, mar y aire, era gemelo.

Poemas satíricos contra Berlusconi en la base del Pasquino. | Jordi Corominas

De Silvio saltamos a Jesús Gil y a la supuesta derrota de una concepción populista en España. El tema daría para muchas más páginas. Según Andrea, muchos son incapaces de odiarlo entre su omnipresencia, y el impacto de su transgresión, desde mi punto de vista más peligrosa porque casi todo fue a cara descubierta, era evidente desde su criminalidad fiscal hasta su ser impresentable en Bruselas, pero la suma no daba igual: incrementaba el aura, contagiada en la atmósfera transalpina cual virus endémico.

Otra de las frases para enmarcar de L’Espresso cierra con un sonoro: Sacudió la ética y la estética pública sin resolver los problemas del país. Hagan el símil con su cercanía y otras latitudes. Berlusconi gobernó las conciencias y ahora Meloni, acatada sin problemas la soberanía limitada de Italia, legisla en el interior, sin ir más lejos con la prohibición para las parejas homosexuales de inscribir a sus hijos en el registro civil.

Esto es una evolución dentro de un proceso histórico. El miércoles paseo durante una hora larga de San Lorenzo a un pequeño limbo entre la via Nomentana y Corso Trieste, durante los años setenta cuna de una clase alta con hijos amantes de la extrema derecha, con muchas sedes del Movimento Sociale Italiano, los padres de Fratelli di Italia.

A pocas calles se descubrió, el 30 de septiembre de 1975, una de las escenas más bestias de todo el siglo XX. Donatella Colasanti salvó la vida de milagro al dar golpes en el maletero del coche donde agonizaba, desnuda y ensangrentada, con su amiga Rosaria López, muerta. Ambas habían sido engañadas por tres chicos de estos barrios de alto copete. Eran hijos de contratistas, capos inmobiliarios y dirigentes de banca. Angelo Izzo, Gianni Guido y Andrea Ghira violaron a las dos adolescentes de un barrio periférico, les propinaron infinitas violencias y creyeron ser tan superiores como para dejarlas en ese vehículo e irse a cenar. Este macabro suceso fue el detonante que empleó Edoardo Albinati para escribir su monumental La Escuela Católica, a mi parecer una de las novelas de nuestra centuria, y por lo tanto con predicción de ser poco leída.

Viale Pola, donde fueron halladas Donatella Colasanti y Rosaria López. | Jordi Corominas

No hablo de Berlusconi con el escritor, centrándonos más en los años setenta, la locura de setiembre de 1975 y otras minucias. El diálogo es un verdadero disfrute. Él es crítico y sereno, simpático y muy amable. Nos despedimos tras casi una hora y media. No necesitábamos sacar a colación al omnisciente, exiliado de ese momento.

El jueves y el viernes me rio un par de ocasiones, porque los turistas preguntan a los guías por Berlusconi, victorioso por el olvido instantáneo de lo acaecido veinticuatro horas antes, sin importar mucho si se trata de nuestras vidas o de los rifirrafes políticos. Es muy probable que durante esos minutos casi nadie pensara en él y aún así estaba, como también estaba en los turistas como bárbaros en las estribaciones del Coliseo. Muchos novios realizaban estoicas sesiones a sus parejas, en poses inverosímiles, más que sus émulos en la Sagrada Familia. Una chavala daba la espalda a la leyenda para grabar poseída un tik tok. Todo eso es Berlusconi, a modo suo, siéndolo.

Turistas en la Fontana di Trevi. | Jordi Corominas

Vuelvo a Barcelona. Las redes nunca arden cuando respiras calle. Son un brazo más del mosaico, exagerado en su repercusión. Quizá esto también sea Berlusconi, como lo es el final de Sálvame y los panegíricos de muchos periódicos y medios, en papel y digitales, unidos en la trascendencia del circo de Jorge Javier, con pocas referencias a todo su halo tóxico, espectacular al enfermar fuera de la pequeña pantalla a millones y millones de españoles, una berlusconización entre berlusconizaciones. Sacudió la estética y la ética pública, dejando sin resolver los problemas del país.

En Barcelona el bochorno es espantoso. En el autobús miro los edificios y no me asombra el orden del conjunto, sin tacha en su orden y concierto, súper organizado en contraste con la anarquía romana. Somos muy milaneses con pizcas napolitanas y encima tenemos nuevo alcalde. Es lícito brindarle cien días casi sin crítica municipal, más que nada para ser antiberlusconianos en nuestros tiempos de análisis y discrepar con el esperpento del sábado de investidura, muy de prime time, como si todos fueran marionetas de una opereta sin oposición a la hora de incendiar Twitter y los chascarrillos callejeros. Maniobras de distracción para camuflar nadas. Sacudió la estética y la ética pública, dejando sin resolver los problemas del país.

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