Hay obras que no solo son interesantes por sí mismas, sino también por los procesos creativos en los que fueron concebidos, las conclusiones que se pueden obtener de la situación y decisiones de los artistas, y aquellas obras y autores que los inspiraron. Y este es un buen ejemplo. Maurane Mazars ganó el 29 de enero de 2021 el Premio Revelación en el 48° Festival International de la Bande Dessinée d’Angoulême, probablemente el festival de cómic más prestigioso en Europa y uno de los más importantes a nivel internacional, y lo hizo con su novela gráfica ¡Baila! (Tanz!, 2020), publicada en junio de 2023 en castellano por el sello Salamandra Graphics del Grupo Editorial Penguin Random, con traducción de Julia C. Gómez Sáez. ¿Cuál fue el recorrido de la autora hasta llegar a este gran reconocimiento a su trabajo?
Mazars nace en 1991 en Toulon (Francia), una ciudad portuaria a pocos kilómetros de Marsella, aunque creció en París, y fue durante sus clases de cine en secundaria en el instituto cuando pensó que su vocación era precisamente la de contar historias. Sus estudios universitarios los realizó en la Haute École d’Art et de Design (HEAD) de Ginebra, en Suiza, donde consigue ganar, en 2015, el Gran Premio Rodolphe-Töpffer para el cómic de la Villa y el cantón de Ginebra, impulsado por diferentes organismos oficiales, como la propia ciudad y el gobierno cantonés. Dotado de 10.000 francos suizos (similar valor en euros), supone, de facto, la publicación de su primera obra, Acouphènes ([Acúfenos], 2017), editado por la Association genevoise pour la promotion de l’illustration et de la bande dessinée (AGPI), una novela gráfica en blanco y negro sobre la historia de un violonchelista de gran talento, que, en un momento crucial de su carrera, todo su mundo queda trastocado por un zumbido en los oídos.
Continúa sus estudios realizando un máster universitario en la Haute École des Arts du Rhin (HEAR), en la ciudad de Estrasburgo (Francia). La formación que recibe tiene una componente elevada de arte experimental y de vanguardia, unos temas muy alejados de las inquietudes de la artista. Ese sentimiento de desubicación contrasta aún más cuando percibe, desde el ámbito académico, una dualidad artificial entre lo que aparentemente representa el arte mayor y el arte menor, más popular, justo cuando se sentía orgullosa de publicar su primer cómic. En plena crisis existencial contra el elitismo académico, su talento, de nuevo, la impulsó hacía la búsqueda de su propia identidad creativa.
En 2018, su proyecto final de estudios gana el Premio Raymond Leblanc de creación joven, dotado con 10.000 euros, con la condición de que se duplicaría si se llegase a acabar el trabajo y se publicase, como así fue, en 2020, por Éditions du Lombard, con el curioso título “Tanz!” en la edición francesa, que significa “¡Baila!” en alemán. La autora decidió que el protagonista de su segunda novela gráfica se encontrara en una situación similar a la que estaba pasando ella misma, queriéndose dedicar al arte, pero sin tener muy claro lo que puede llegar a ser, y con un regusto amargo hacia lo que le estaban enseñando en clase sus profesores, ante la burla de sus propios compañeros de estudios. Quería explicar lo que ella sentía a través de un personaje ficticio que, a la vez, fuera muy diferente a ella (aunque reconozca que le gustan los musicales y la danza, no ha recibido formación en esta disciplina). Ese era el desafío.
Maurane Mazars reconoce que el premio le dio, sobre todo, tiempo para poder trabajar en su obra, y la tranquilidad suficiente sabiendo que tendría asegurada su publicación, un privilegio comparado con otros autores, especialmente, para jóvenes debutantes. Y el tiempo lo empleó en documentarse extensamente sobre las ideas que cimentaban su proyecto, que cada vez se volvía mucho más complejo que la idea inicial. Su viaje a la ciudad de Nueva York para visitar los escenarios donde quería que sucediera parte de la historia acabó de dar forma definitiva a la historia, una historia que transcurriría durante dos años y en dos ciudades distintas para el joven protagonista, un bailarín de 19 años, Uli, estudiante de baile en la Tanzstudio de la prestigiosa Universidad Folkwang, en Essen (Alemania), en 1957.
La elección del momento es fundamental. Uli nace justo antes de la Segunda Guerra Mundial y viviría de pleno los horrores de la guerra al tener que huir con su familia judía hasta Londres. Esos terribles recuerdos se manifiestan de forma onírica al inicio de la novela gráfica, en un crudo blanco y negro que muestra en la pesadilla el miedo a los nazis o a los bombardeos, ya en suelo británico. Ese pesar traumático contrasta con la personalidad del joven, alegre y positiva, con la intención última de la autora de buscar un contrapeso a lo que pensaba que representaba ella misma en ese momento. La elección final fue que Uli fuera un enamorado de los musicales de las películas americanas (considerados por sus compañeros como muy técnicos y poco artísticos), y que quisiera emular a Fred Astaire o a Gene Kelly, y que su emoción y su sonrisa se proyectara en los movimientos de su cuerpo.
¿Por qué escoger un bailarín como protagonista, sabiendo que la representación en un cómic supone una dificultad añadida? Varios son los factores que reconoce la autora como decisivos a la hora de escoger el baile. Por un lado, una de sus obras favoritas es la novela gráfica Polina (2011), de Bastien Vivès, publicada en castellano por Diábolo Ediciones (de la que, por cierto, se llegó a realizar una interesante adaptación en la película Polina, danser sa vie, en 2016). La protagonista es una joven estudiante de ballet, la obra trata sobre el aprendizaje y la relación con nuestros maestros, sobre la amistad y la lealtad, sobre el crecimiento personal, en definitiva. La autora reconoce el trabajo de Vivès como una influencia decisiva, tanto en la primera como en su segunda obra.
Las pruebas previas para representar lo mejor posible las escenas de baile ayudaron a decidirse por escoger el pastel y la acuarela como técnica mixta de dibujo, con viñetas a color en esta ocasión. La solución adoptada seca más rápida que la acuarela clásica, lo que permite plasmar un acabado con una cinética más fluida y orgánica, insuflando ligereza en las viñetas y un efecto final texturizado en la página. Además, curiosamente, le obliga a trabajar más rápido y a no repasar lo que ya ha realizado, lo que acabó dotando a la autora de más seguridad en la trazada, con un resultado especialmente contundente en las escenas de baile, que se ejecutan, literalmente, sin música. Por otro lado, la paleta de colores no se corresponde con la que podríamos imaginar de finales de la década de los cincuenta, los colores escogidos son muy brillantes y saturados, en parte inspirados por el trabajo del ilustrador y pintor Brecht Evens.
Un encuentro inesperado con un joven bailarín negro de Nueva York de gira por Europa en una compañía de ballet, lo convence para apostar por su ilusión, especialmente cuando éste le confiesa, justo antes de mantener relaciones sexuales, que él ya tiene experiencia de participar en musicales, aunque su formación sea clásica. Por cierto, este personaje secundario será relevante más adelante para mostrar la segregación y el racismo existente en Estados Unidos a finales de los cincuenta, y las trabas por la que debían pasar los homosexuales. Según la propia autora, el personaje está inspirado en el bailarín y coreógrafo Alvin Ailey (1931-1989), que fundó en 1958 una compañía de danza formada por bailarines afroamericanos.
El periplo de Uli en la nueva ciudad que lo acoge es la representación de la búsqueda de su identidad personal y profesional, es una historia de amistad, de amor, de encuentros y desencuentros, de barreras (homofobia, sexismo, racismo), y de liberación de una melancolía al que le aboca el recuerdo de Berlín. El camino de Uli en Nueva York sucede en plena eclosión de la generación beat, y le lleva a conocer la efervescencia creativa de la ciudad, pero también a descubrir sus propias debilidades. Como el concepto de apropiación cultural que personaliza justamente en la danza jazz de Broadway, alejada de la danza jazz original de la comunidad afroamericana, muy diferente de la versión suavizada para fines comerciales, algo que denunció en su momento el coreógrafo Jack Cole (1914-1958), uno de los autores consultados por Mazars.
Pocos autores explicitan en su obra sus influencias como realiza la autora en sus últimas páginas de la novela gráfica. En ellas, en forma de anexo bajo el nombre de “fuentes de inspiración”, los presenta con sus dibujos y un breve texto, artistas como el bailarín y teórico de la danza Rudolf Laban (1879-1958), la bailarina y coreógrafa pionera de la danza expresionista, la alemana Mary Wigman (1886-1973), y el fundador de la Folkwang-Hochstaule de Essen en 1927, el bailarín, coreógrafo y pedagogo Kurt Joos (1901-1979). A todos ellos los intuiremos de forma implícita a lo largo de la novela gráfica, en unas páginas que, a diferencia de otros cómics, demanda al lector una lectura contemplativa. Son viñetas e, incluso, páginas enteras sin texto, insertadas con toda la intención de la autora para ralentizar la lectura, una solución inspirada en el cine asiático que tanto le gusta, en especial la del director de cine chino Jia Zhangke (maravillosa, por ejemplo, su película Más allá de las montañas, Shan he gu ren, 2015). No se pierdan la historia de Uli. No se pierdan la novela gráfica de Maurane Mazars.